Hywel Phoenix era un multimillonario petrolero acostumbrado a tener lo que quisiera: dinero, poder, mujeres, alcohol. Sus fetiches sexuales estaban sobre la cama cada noche, hasta que su socio y mejor amigo Morgan Wisker robó parte de su patrimonio. Las deudas y el robo eran algo que Hywel no perdonaba, y se cobró con lo que Morgan más amaba: su angelical y virgen hija. Jade Wisker sabía que el guante blanco de su padre cobraría factura en algún momento, pero jamás imaginó que sería ella la que pagaría con su cuerpo, mente, alma y corazón el robo de su padre. No tenía chispa, no era demasiado carismática, pero a Hywel le gustaba la mujer desde el momento que la vio. Fue un premio de consuelo para que al viejo Morgan le doliera y para dejar claro el mensaje de que era él quien mandaba, pero cuando Jade es enviada a la mansión de Hywel para mostrársela a todos, conoce al apuesto, varonil y peligroso Nick Lockett; el guardaespaldas personal que su esposo le colocó a su merced. Lo peor que podía sucederle a Jade no era ser vendida como un pedazo de carne, sino evitar caer en la tentación de su escolta.
Leer másLa entrega fue en la empresa, pero Nick llevó a la dulce Jade a la mansión que compartiría con Phoenix. Era enorme, de pilares altos redondeados, de techo de cristal por algunas partes. Tenía hormigón en la mitad de las paredes, y ventanales de cuatro metros de altura. tenía sirvientas bien vestidas, delgada y hermosas, y unas escaleras en forma de caracol que llevaban a los pisos superiores. Ella estaba acostumbrada a vivir en sábanas de seda y comer caviar, pero el Rey era otro nivel de millonarios.Nick la lanzó en el interior de una habitación de huéspedes y jade miró sobre su hombro a Nick. El hombre era grande, fornido. Tenía unos ojos hermosos, pero había tanto dolor en ellos, que cuando le exigió que se quedara dentro, ella tembló.Nick cerró la puerta y Jade esperó. No hurgó ni buscó nada, hasta que una de las sirvientas llegó para cambiarla de ropa. Le dijo que al Rey no le gustaría su ropa vieja, aunque costosa, pero que él no había comprado ni elegido. La bañó, peinó, maqu
Cuando Morgan dejó aquel lugar oscuro y tóxico, lo único que pensó fue en tomar sus cosas y huir lejos. Pensó en escapar de la ciudad para nunca más volver, porque la idea de sacrificar a su hija era impensable. No solo era su única hija, sino que era lo único que le quedó de su ex esposa muerta. Era injusto que eso fuese lo que el Rey quisiese, pero lo era, y no había escapatoria.—¿Entiendes lo que sucederá si no vas con él? —preguntó Morgan, con la mano en el mentón de su amada hija.Jade no comprendía lo que su padre quería decirle. No comprendía como era posible que ella tuviera que sacrificarse para que a él no lo mataran, y no malinterpreten, lo quería como una hija quería a un padre, pero era injusto que fuese ella que sacrificara su vida para que su padre continuara respirando.Nunca pensó que su padre robaba. Nunca pensó que lo atraparían robando. No solo hizo las cosas mal; hizo las cosas mal y lo atraparon. Morgan le contó a Jade el predicamento en el que estaba involucrad
—Ni el puto Dios te salvará, Wisker —escupió Nick cuando empujó el cuerpo del hombre al piso—. Arrodíllate y besa los jodidos pies de Phoenix, o paga lo que robaste.Wisker alzó el mentón.—No me arrodillaré —rezongó Morgan.Nick apretó sus puños y Wisker se tensó. Morgan era un hombre delgado, encanecido por el alcohol, y que con un puño de Nick conocería el infierno. Nick, quien era estratosféricamente musculoso, lo miró de forma intimidante, sentenciándolo a muerte.—Si no te arrodillas, tendremos un problema —gruñó Nick—. Tenemos formas dolorosas de cobrar nuestras deudas.Wisker era un hombre educado, que no llegaba a los puños, y nunca estuvo involucrado en una pelea cuerpo a cuerpo. Él conocía sus leyes como socio de la petrolera. Debían ser ellos los que se arrodillaran para él, sin embargo, el encontrarlo robando no era algo que Phoenix aplaudiera. A diferencia de otros, él no permitiría que le cortaran un dedo, así como tampoco besaría la jodida mano de un Phoenix ni la de s