El eco de la puerta al cerrarse dejó a Jade en un estado de parálisis. La humedad entre sus piernas era un recordatorio constante de la traición de su propio cuerpo, un eco vergonzoso de las palabras de Nick. Se quedó contra la mesa, el cuerpo aun vibrando por la tensión y el miedo, la mente en un torbellino. ¿Acababa de pasar eso? ¿Realmente la había tocado de esa manera, con esa promesa oscura en sus ojos? El asombro la mantuvo inmóvil, absorta en la cruda realidad de su nueva vida.

Las horas se arrastraron, marcadas solo por el cambio de la luz fuera de la ventana. No se movió. No comió. No pensó en escapar, ni en luchar. Solo existía el presente: la reverberación de la voz de Nick, la sensación de sus dedos, la humillación, y una punzante, aterradora excitación que no podía sacudirse.

Estaba tan inmersa en la oscuridad de ese encuentro que el resto del mundo pareció desvanecerse. Fue el sonido suave de la puerta abriéndose lo que la sacó de su trance. Una doncella, la misma de la