Su padrastro quería deshacerse de ella y la vendió al mejor postor, él un hombre obseso que ha fantaseado con ella por meses al fin pudo tenerla en sus mano. Ella no es feliz, ya no le importa nada mas que proteger a su hija, pero todo cambia cuando el mejor amigo de su captor se empieza a interesarse por ella despertando sus ganas de vivir, algo nuevo empieza a florecer entre los dos, y ese nuevo sentimiento puede llevarlos a la gloria o las ruinas.
Leer másMadisson Salí corriendo del edificio. Con fuerza. Rápido. Y sin mirar atrás. No me detuve ni un momento a pensar en las consecuencias de escapar de Víctor. Solo necesitaba huir de él. Doblé en el primer callejón que vi y seguí corriendo cada vez mas fuerte, clavándome las pequeñas piedras del pavimento en mis pies desnudos. La bata blanca que vestía bailaba con el aire, ella también estaba siendo libre, ha ratos me impedía tomar la velocidad que realmente deseaba alcanzar, yo quería ir mas rápido. Posiblemente tampoco estaba en forma, me sentía débil y hambrienta, como si una fuerza magnética me halara hacia atrás. Hacia el edificio del que huía. Mis piernas comenzaron a humedecerse y al pestañar en su dirección vi toda la prenda empapada en sangre. Dejé de correr y empecé a llorar alzando mi vestido, ¿Dónde esta mi bebé? Yo estaba embarazada. Algo comenzaba a salir de mí. Algo que dolía y me hacia gritar con pavor sacando el grito de mis entrañas. Me encogí sujetando mi barriga hasta acostarme en el piso. Y cuando alcé la vista él estaba ahí, burlándose de mi como había hecho por tanto tiempo. Enloquecí cuando sacó una pistola y apuntó hacia mi vientre. —Nooo… Alcé la mano en su dirección, arrastrándome y negando con la cabeza. Pero a él no le importó que fuera su hijo, y disparó robándome un grito desgarrador. Me senté de súbito jadeando y sudando cuando abrí los ojos alterada. —¿Otra vez esa pesadilla? —murmuró Rosefina en la penumbra de un sofá pequeño que solo recibía la luz de la luna. No musité respuesta preferí llevarme las manos al vientre confirmando que mi bebé estaba bien. Rosefina, permanecía casi toda la noche en vela custodiando que yo no me fuera a escapar, aun cuando no tenía llaves, ni sabía en donde estábamos: podría ser un bosque de seguro, o en una ciudad sin vecinos cercanos. Y, por si fuera poco, con mis dos tobillos atados con cadenas a la cama. Volví a dejarme caer hacia atrás y cerré los ojos agradeciendo que Rosefina no volviese hablar. Tengo miedo. Víctor podría llegar en cualquier momento y si estuviese borracho no sé qué será de mi. El embarazo cada día me impedía defenderme como me gustaría, me siento débil y tengo miedo de que la pesadilla que me atormenta cada noche sea una premonición, y él mate a mi hijo, porque es mio, aunque él se llene la boca diciendo que le pertenece a él. El ruido de pasos marcados que comenzó a resonar de repente por el pasillo invocó un silencio tenso en el lugar. Esperé atenta con los ojos sobre la puerta esperando que sea abierta. Agradecí cuando vi que no traía una botella de alcohol en la mano, aun así nada me garantizaba que no hubiese bebido. Víctor se quedó mirando desde la puerta y Rosefina salió al momento, quería pedirle que no se fuera lejos por si necesitaba ayuda, pero eso era condenarme si Víctor escuchaba algo así. Agradecí cuando buscó unas llaves en su bolsillo y se acercó a quitarme las cadenas que amordazaban mis pies. —Tienes la panza demasiado grande —escupió con la voz ronca y desafiante—. ¿¡Cuando va a nacer el estúpido bebé?! La otra vez no fue así. —Ángel, fue sietemesino —le recuerdo con un deje de molestia, solo de recordar que por su culpa mi hijo ya no vive la impotencia me arde por dentro. —Mas te vale que no me estés engañando, no es normal que dure tanto Alcé la vista con cuidado sujetando mi vientre en protección. —Como voy a engañarte si estás viendo mi panza crecer cada semana. —¿Hoy estás muy respondona? —siseó estirando los dedos hacia mi cuero cabelludo. Jadeé de dolor cuando me arrastró fuera de la cama, y me empujó contra la puerta. En lo único que pensé fue en proteger a mi bebé, cubriéndome el abdomen tanto como pude. El sonido de la hebilla de su pantalón me propinó un escalofrió infernal, y no pude contener las lágrimas. —Voy a enseñarte a mantener la boca cerrada —gruñó asquerosamente bajándose a medias los pantalones. No forcejeé cuando me empotró de bruces contra la puerta, subió mi bata y me penetró. Sollozaba en silencio deseando que acabe. Me daba igual lo que hiciese conmigo, estaba en un punto de mi vida que solo me importaba mantener con vida a mi bebé. Por desgracia de la vida hijo de él también. Era asqueroso tenerlo pegado a mi oreja jadeando de placer mientras yo lo repugnaba con todas mis fuerzas. Cuando terminó simplemente se apartó soltando el puño de cabello que sostuvo durante toda la escena. Y comencé a encontrarme mal: a sudar sin razón y de repente algo empapó de golpe mis piernas. Aun sollozando miré hacia abajo y luego lo miré a él. —Necesito a Rosefina acabo de romper fuente —tartamudeé. No supe si el dolor tan grande que sentía era las contracciones o por el brutal sexo al que me forzó, pero me dolía todo. Me doblé urgida y lo volví a mirar. Víctor permanecía indiferente a mis quejas, simplemente subió su pantalón y caminó hacia la puerta. —¡Víctor! —grité de pavor—. Necesito a Rosefina, por favor. Él torció una sonrisa de esas suyas indiferentes, y salió de la habitación. En el momento en el que escuché que echó llaves a la puerta supe que estaba sola y que esta vez me tocaría a mi, me tocaba traer a mi hijo sola y no me importaba porque solo lo necesitaba a él. Cerré mis ojos y resoplé varias veces, horas después no se cuantas; empecé a pujar con gritos despavoridos, y no paré hasta escuchar los llantos de mi pequeño. Lo abracé sudorosa y casi sin fuerza, pero estaba en mis brazos eso era lo único que importaba. Me di cuenta que esta vez era una niña, nunca lo supe hasta el día de hoy. El sol comenzó a filtrarse por mi ventana y fue cuando fui consiente de que estuve toda la noche dando a luz a esta preciosura. —Creo que te llamaré Lucía. Eres como la luz de mi vida. Besé su frente y cerré los ojos susurrándole: Me aseguraré de que tu si seas libre…
Dos años habían pasado desde aquella noche en que Dasha aceptó salir a cenar con Iván. Dos años llenos de pequeños avances, de momentos compartidos y de una confianza que había ido creciendo poco a poco. Dasha había logrado mucho en ese tiempo: estaba a punto de terminar su segundo año en la universidad, había hecho amistades nuevas y, sobre todo, había aprendido a abrir su corazón, aunque fuera con pasos tímidos.Iván había sido una constante en su vida, siempre paciente, siempre atento. Nunca había forzado nada, y eso había permitido que, con el tiempo, la relación entre ellos se convirtiera en algo sólido, aunque aún no del todo definido. Megan, por su parte, lo adoraba. Para ella, Iván no era solo el vecino amable que siempre estaba dispuesto a jugar o a llevarlas a tomar helado; se había convertido en alguien más, alguien especial.Ahora, el cumpleaños de Dasha estaba a la vuelta de la esquina, y Iván había decidido que era el momento de dar un paso más. No quería precipitarse,
Dasha llevaba una rutina estricta y bien organizada. Hacia poco su hermana y madre se habían cambiando a departamento distintos. Ella en la mañana, tomaba de la mano a Megan, y la llevaba al colegio. Luego regresaba a casa, se dedicaba a sus clases de ruso, a sus sesiones de terapia psicológica, y a las tareas del hogar. Por la tarde, volvía a recoger a Megan, y ambas compartían el resto del día entre juegos, cuentos y las pequeñas obligaciones que una vida tranquila exigía. Había hecho progresos importantes. Por fin se sentía lo suficientemente segura con el idioma ruso como para dar un paso que había postergado durante años: inscribirse en la universidad. Era un sueño que había tenido desde mucho antes de mudarse a Rusia, pero la barrera del idioma, sumada a los eventos traumáticos de su pasado, había hecho que lo dejara de lado. Su familia y su círculo cercano, especialmente Iván, la habían animado a intentarlo. Iván era un vecino que se había convertido en un apoyo constante p
Después de unos minutos, se pusieron de pie y retomaron el camino a casa. Megan, aunque más tranquila, no tardó en recuperar su entusiasmo y comenzó a contarle sobre los juegos que había aprendido en la escuela. Dasha la escuchaba, respondiendo con pequeñas sonrisas y asentimientos, mientras en su mente juraba que haría todo lo necesario para mantenerla a salvo y feliz, sin importar lo que costara. Dasha y Megan acababan de regresar del colegio, caminando juntas hacia el edificio donde vivían. El primer día de clases de Megan había sido una mezcla de emoción y nervios, pero parecía haber salido bien. La niña sujetaba firmemente la mano de su madre mientras hablaba sin parar, describiendo con entusiasmo a su maestra, sus nuevos compañeros y todo lo que había aprendido. —¡Mamá! ¿Sabías que mi maestra se llama Elena y que tiene un gatito blanco? Dice que se llama Luna, como la luna del cielo. ¿Podemos tener un gatito también? Dasha sonrió, aunque había un cansancio en sus ojos. —V
El aire frío de San Petersburgo golpeaba con suavidad el rostro de Madison mientras caminaba de la mano de Lucía, mejor dicho: Megan. quien no paraba de contarle con entusiasmo los detalles de su primer día de clases. La niña saltaba de un lado a otro, arrastrando un poco a su madre, quien intentaba mantener el ritmo. Madison, o “Dasha” como era conocida ahora, mantenía su mirada fija en el camino, sus pensamientos divididos entre el presente y las palabras de Megan que resonaban como un eco cálido en medio de su tensión constante. —¡Y mamá! —exclamó Lucía con los ojos brillando de emoción—. Mi amiga nueva se llama Alina, y tiene un gatito que se llama Misha. Me dijo que un día me va a invitar a su casa para verlo. ¿Tú crees que podamos ir? ¡Quiero conocerlo! Dasha sonrió, aunque su mente estaba alerta a cada movimiento a su alrededor. Apretó un poco la mano de su hija, más por necesidad de asegurarse de que estaba allí que por otra cosa. —Claro que sí, mi amor. Si su mamá nos invi
La mañana en San Petersburgo amaneció gris, como si el cielo mismo entendiera la mezcla de emociones que agitaban el corazón de Madison. Era un día importante, uno que había imaginado en innumerables noches solitarias mientras estaba cautiva. En aquel entonces, pensar en este momento —en ver a su hija entrar al colegio por primera vez— era lo único que le daba fuerzas para resistir. Ahora, tres años y medio después, ese día había llegado, pero la emoción de verlo hecho realidad estaba teñida de un temor profundo que no podía evitar. El pequeño apartamento en el que vivía con su madre, sus dos hermanas y los sobrinos estaba lleno de movimiento desde temprano. Su hija, Lucía, de cinco años, saltaba de un lado a otro con una energía desbordante. —Su cabello rubio estaba oculto bajo un tono chocolate oscuro, el cual Madison había teñido al igual que el suyo en una búsqueda cambiar un poco su apariencia y enterrar su pasado, como si ese hecho las hiciera otra persona—Lucía tenía el pelo r
En la celda de VíctorLa celda era pequeña, oscura y olía a humedad y desesperación. Víctor se encontraba acurrucado en un rincón, sus brazos rodeando sus piernas como si eso pudiera protegerlo del frío que sentía en los huesos. Su rostro estaba hinchado por los golpes, y un hilo de sangre seca marcaba una línea desde su ceja hasta su mandíbula. Llevaba días sin comer; cada intento de acercarse al comedor terminaba con otro preso arrebatándole la bandeja, riendo mientras lo humillaban.Víctor, que había pasado años siendo el amo y señor del destino de otros, ahora estaba completamente despojado de poder. En el infierno de la cárcel, los verdugos como él no tenían lugar, habían rumores de que había abusado de su hija y aunque había intentado negarlo, fue inútil y eso lo hacía ser el blanco de todos. Había sido golpeado, escupido, insultado, y su dignidad había sido pisoteada una y otra vez.Esa tarde, mientras el eco de risas crueles resonaba en los pasillos, un guardia se acercó a la
Último capítulo