Inicio / Romance / Inocencia Peligrosa / 2 | Lo que siempre sería suyo
2 | Lo que siempre sería suyo

Cuando Morgan dejó aquel lugar oscuro y tóxico, lo único que pensó fue en tomar sus cosas y huir lejos. Pensó en escapar de la ciudad para nunca más volver, porque la idea de sacrificar a su hija era impensable. No solo era su única hija, sino que era lo único que le quedó de su ex esposa muerta. Era injusto que eso fuese lo que el Rey quisiese, pero lo era, y no había escapatoria.

—¿Entiendes lo que sucederá si no vas con él? —preguntó Morgan, con la mano en el mentón de su amada hija.

Jade no comprendía lo que su padre quería decirle. No comprendía como era posible que ella tuviera que sacrificarse para que a él no lo mataran, y no malinterpreten, lo quería como una hija quería a un padre, pero era injusto que fuese ella que sacrificara su vida para que su padre continuara respirando.

Nunca pensó que su padre robaba. Nunca pensó que lo atraparían robando. No solo hizo las cosas mal; hizo las cosas mal y lo atraparon. Morgan le contó a Jade el predicamento en el que estaba involucrado y la única forma que existía de salir del embrollo. Por supuesto Jade se sentía como un pavo para navidad, sacrificado por el bien de alguien más. Jade ni siquiera quiso imaginar lo que ese hombre le haría si llegaba a tenerla en sus manos, pero sabía lo que les haría si no podía tenerla.

Nunca imaginó que el Rey quisiera tenerla. Nunca la vio con esos ojos, pero al parecer el deseo estaba allí, vivito.

—Nos matará —dijo Jade—. Si no voy con él, nos matará.

Morgan apretó sus mejillas con ambas manos.

—A mí —dijo él—. Será a mí a quien asesine. Tú eres inocente.

—Igual me tendrá. No hay nada que un Phoenix no tenga.

Morgan sintió como su pecho se meneaba igual que una palmera ante un huracán. Lo que hacía no era sencillo, ni esperaba que su hija lo perdonara. El responsable de la ruina de Jade sería Morgan, todo por ambición. Lo peor era que ella se sentía mal por ello, porque su padre solo ambicionaba de una manera perjudicial. Era bueno ser ambicioso, pero no a esos extremos a lo que llegó.

—Lamento mucho esto, Jade. Te juro que nunca quise esto.

Jade cerró los ojos e imaginó un universo en el que su padre no fuese estúpido como para involucrarse con un Phoenix. Jade era sumisa y una buena hija, pero no era estúpida, ni permitiría que su padre disolviera su responsabilidad por el futuro al que la condenó. Morgan Wisker firmó la sentencia de Jade cuando usó sus contactos dentro de la empresa y vendió el petróleo que no pasó por facturación. Usó su poder de accionista para usar lo que no le correspondía, y tomar ventaja monetaria de la situación. Para Jade era pérdida, mientras para Hywel puto Phoenix, era un triunfo sobre todos aquellos que quisieron llegar a la chica de una u otra manera, y el ogro de su padre les clavó un puñal.

Jade era hermosa, codiciada, y también un oso dormido.

—No me extraña lo que sucedió —dijo Jade manteniendo sus mejillas en sus manos—. Sabía que esto sucedería.

Morgan escuchó su corazón fracturarse por las palabras de su hija. Ella le recalcó que siempre supo que no era una buena persona, que no jugaba limpio, y que ese deseo de poder lo condenaría. Lo que esperaba era que no fue tan pronto.

—Por favor, no me odies —imploró Morgan.

—Tampoco me pidas amarte —replicó Jade con los ojos turbulentos y húmedos—. Esto nunca te lo perdonaré.

Phoenix estaba fascinado con la idea de tenerla como una más de sus sumisas, o en el caso de Jade, como su doncella, casi rozando la condecoración de reina. Jade era una mujer que obedecería, porque de otra manera su padre pagaría su insubordinación, por lo que en todo el camino de regreso a la empresa de Phoenix, pensó en la forma de ser la mujer ideal para Hywel. No lo desafiaría, no le discutiría, tampoco le elevaría la voz ni respondería sarcástica. Jade sabía cómo comportarse, su padre la educó de forma sumisa, y era momento de colocarlo en práctica.

Sabía que Phoenix no tenía buena reputación. No era un hombre en el que se pudiera confiar, ni era la clase de persona con la que se podía jugar. Ella tenía su carácter, como todos, pero ante un hombre tan imponente como Phoenix, el carácter debía morir.

Nick, el líder de los espectros, recibió a Morgan a la mañana siguiente en las puertas de la empresa. Petróleos Phoenix era tal como su nombre lo distinguía: era un jodido palacio de oro negro, con numerosas cantidades de dinero corriendo por las tuberías.

El lavado del dinero era el único trabajo sucio de Phoenix, y la manera en la que amasaba su fortuna como la masa de un croissant. Los Phoenix fue una gran familia adinerada, poderosa y peligrosa que dominó el petróleo veinte años atrás, y tras la disolución de la familia, solo Hywel quedó a cargo de la petrolera.

Morgan sujetó la mano de Jade en su codo y caminó con el mentón alzado. Por destruida que se encontrase su relación con su hija, tenía un trato con el demonio de ojos grises situado en lo alto, esperando que su siguiente víctima se detuviera ante él por primera vez. Jade lo vio muchas veces en las fiestas, en los casinos, en las galas. La familia Phoenix era poderosa y de renombre, y cuando su padre era invitado a las reuniones, llegaba con ella.

Siempre tenía una diferente mujer de su codo, y ese día no fue excepción cuando estaba tomando lo que le pertenecía.

Morgan llevó la valija de su hija y Nick la vio.

—No necesita ropa vieja —dijo altanero—. El Rey la vestirá de acuerdo a sus exigencias. Es suya ahora.

Morgan sintió la bilis lamer su garganta igual que las flamas de un incendio ascendiendo por una pared. A Morgan no le agradaba como se escuchaba la palabra mía. Le parecía tan aprehensiva para un vocabulario tan recortado, que no le discutió al hombre.

—Quiero ver al Rey—exigió Morgan—. Quiero pedirle que no la lastime, que es mi niña, que no quiero que le haga daño.

Nick miró al hombre. A Nick le importaba m****a si el Rey destrozaba a la jovencita la primera noche que la cogiera. Su trabajo era recibirla sin nada que la atara a su pasado y llevarla con él una vez que las plebeyas la alistaran para reunirse con él.

—El Rey no debe ni quiere escucharte —dijo Nick—. Es suya, y puede hacer con ella lo que quiera. No te pertenece, Wisker, ni tienes derecho de pedir por ella, cuando la vendiste.

Jade mantuvo su mirada baja. Era cierto lo que ese enorme hombre decía. Su padre la vendió, pero aun con el dolor que le provocaba pensar en ello, Jade no quería guardarle rencor a su padre. Jade le dijo que la dejara sola, que se fuera. Morgan la apretó a su pecho con fuerza y Nick apretó la frente. Odiaba las malditas despedidas y las lágrimas de cocodrilo de Morgan.

Morgan le besó la frente a Jade y la bendijo. Dolió como el carajo.

—¿Tenemos un trato? —preguntó Morgan al entregar a Jade.

Nick miró a la jovencita que se mantuvo con el rostro altivo. Era una fiera, podía verlo, y al Rey no le gustaban las fieras.

—La haces ver como un objeto —dijo Nick elevando el mentón de la chica con un pulgar—. Es hermosa para serlo.

Jade tragó saliva.

—¿No soy eso? —preguntó ella en un susurro—. Soy un objeto.

—Eres un pago —dijo Nick—. Un excelente pago.

Nick tiró del codo de Jade para acercarla a él y miró a Morgan.

—No tienes más hijas que cambiar, y una no vale el dinero que le deberás —dijo Nick—. Tu deuda la pagará ella.

Nick movió la cabeza para que los espectros apretaran sus manos alrededor de los escasos bíceps de Morgan y lo sacaran. Esa fue la última vez que vio a su hija siendo pura, libre, linda como una flor en primavera. Jade sintió como sus esperanzas de mantenerse pura volaban lejos, así como la pañoleta que llevaba en el cabello cuando Nick la deslizó por su cabello castaño oscuro y la dejó en la habitación del Rey, para que conociera lo que era suyo y lo que siempre sería suyo.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP