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3 | No estás tan usada

La entrega fue en la empresa, pero Nick llevó a la dulce Jade a la mansión que compartiría con Phoenix. Era enorme, de pilares altos redondeados, de techo de cristal por algunas partes. Tenía hormigón en la mitad de las paredes, y ventanales de cuatro metros de altura. tenía sirvientas bien vestidas, delgada y hermosas, y unas escaleras en forma de caracol que llevaban a los pisos superiores. Ella estaba acostumbrada a vivir en sábanas de seda y comer caviar, pero el Rey era otro nivel de millonarios.

Nick la lanzó en el interior de una habitación de huéspedes y jade miró sobre su hombro a Nick. El hombre era grande, fornido. Tenía unos ojos hermosos, pero había tanto dolor en ellos, que cuando le exigió que se quedara dentro, ella tembló.

Nick cerró la puerta y Jade esperó. No hurgó ni buscó nada, hasta que una de las sirvientas llegó para cambiarla de ropa. Le dijo que al Rey no le gustaría su ropa vieja, aunque costosa, pero que él no había comprado ni elegido. La bañó, peinó, maquilló y colocó lencería. Jade se sentía intimidada y que usurpaban su intimidad, pero cuando cruzó la puerta de su mansión lo supo.

Sabía que sería solo de él.

La mujer la dejó sola y ella esperó. Esperó por horas, hasta que la oscuridad cayó. Esperó una eternidad, hasta que él llegó.

El tiempo pasó de tal forma que la habitación se oscureció.

Jade pestañeó varias veces para acostumbrarse a la oscuridad. La penumbra era demasiado para ella, sin embargo, para Phoenix era tranquilidad. No le gustaba la luz, por ello el negro era su color favorito. Todo lo suyo debía ser oscuro como su alma.

Jade lo escuchó. Escuchó cuando la puerta se abrió y alguien entró. Jade no movió un músculo cuando sus córneas se adaptaron y encontró la figura enorme y musculosa de un hombre en la habitación. Era lo más grande que alguna vez vio. No solo era estratosféricamente musculoso, sino que intimidaba por el simple hecho de mantenerse tranquilo e insonoro. Jade sintió sus nervios vibrar como cuerdas de guitarra cuando él despegó sutil sus labios para exhalar la primera oración hacia Jade.

—Hola, corderito —dijo en ese tono gutural que erizó el vello de Jade—. Espero que te guste tu nueva vida.

Jade tragó.

—No soy un corderito.

—Te llamaré como mierdas quiera. Eres mía.

Jade no respondió nada, sin embargo, apenas audible, dijo que solo sería suya por un tiempo, mientras su padre la recuperaba.

—Para siempre —sentenció Phoenix—. Serás mía para siempre.

En el diccionario de Phoenix nunca estuvo la palabra regresar, así que ella, aun en contra de su voluntad, se quedaría con él para siempre. No importaba si su padre alguna vez la quería de vuelta, si entregaba el dinero o si lamía el piso que Phoenix tocara. Ella nunca volvería a ser su hija, y era una culpa con la que debía cargar, así como Phoenix cargaba con el odio de no tenerla antes.

Jade, por sentir frío, se había cubierto con una bata de seda. Era hermosa, de encaje transparente, y él la vio. Vio lo que quería debajo del encaje, y le enojó no verlo todo.

—Estás demasiado cubierta —dijo Phoenix—. Tienes ropa en la habitación continua, y quiero ver lo que te colocaron.

Phoenix encendió la luz que solo iluminaba la cama. Jade miró a la cama. Sabía que sería un objeto sexual y que la haría cumplir sus más oscuros fetiches y fantasías. Jade no supuso que él esperaría demasiado tiempo para cogerla, ni que le perdonaría que fuese virgen. Él la usaría como un puto juguete sexual, por lo que no le sorprendió demasiado que quisiera verla desnuda.

Ella se sentía desnuda solo con lencería.

—Esto apenas cubre —susurró Jade nerviosa.

Phoenix apretó la mandíbula y se mantuvo en la oscuridad.

—Agradece que apenas cubre —gruñó Phoenix en respuesta.

Phoenix dio tan solo un par de pasos hacia la luz, cuando ella giró hacia él y descubrió un poco más su rostro ensombrecido.

—No quiero una puta virgen que no sabe lo que hace —dijo Phoenix con una mirada tan penetrante, que Jade se contrajo—. ¿Has cogido con alguien? Hombre, mujer, juguete, lo que sea.

Jade sintió una punzada en el estómago cuando le preguntó. Lo correcto era decir la verdad. A un hombre como Hywel Phoenix no se le mentía, ni se jugaba con su mente. Lo que Jade debía hacer era decir la verdad para que Phoenix no la castigara. Y fue tanto el pensar de la mujer, que Phoenix se desesperó. La paciencia no era lo suyo, así como tampoco lo eran las putas vírgenes.

—¡Responde! —le gritó.

Jade cerró los ojos y se sobresaltó ante su grito.

—Sí —susurró apenas audible.

Phoenix no sintió relajación por ello. En el fondo sí esperaba que fuese una virgen, no una experimentada, lo que lo llevó a preguntar con cuántos hombres cogió. Jade se metió en un problema por mentir, y odió que así fuese. No sabía porque mintió, pero lo hizo y lo odió. Odio tener que decir mentiras.

—¿Con cuántos hombres cogiste? —preguntó Phoenix.

—Ese no es tu problema.

Jade sintió la enorme mano del hombre en su cuello, seguido de un puntazo de placer en su maldita vagina. Jade se descubrió complacida con el hecho de que él la ahorcara, la mirase con ira, quizá con deseo escondido. Jade no le temía a una simple ahorcada. Le temía más a que la apuntara con un arma, cosa que no hizo.

—Responde.

—Solo estuve con dos hombres —graznó con la mano de Phoenix en su cuello de una forma bastante apretada.

Phoenix sacó su rostro de la oscuridad y respiró en su mejilla cuando dobló su cuello hacia atrás. Jade sintió el latigazo en el cuello, seguido de una liberación cuando él rozó su mejilla con sus cálidos labios. Phoenix era un maldito perro salvaje, era un jodido ogro, un desgraciado embaucador, pero diablos, era el puto infierno en la jodida tierra, tan malditamente poderoso que hizo que las rodillas de Jade temblaran con el sonido de su voz.

—No estás tan usada —dijo sobre su piel—. Estuve con peores.

Phoenix la soltó de golpe y los pies de Jade trastabillaron. Jade no se miró el cuello, pero podía jurar que los dedos de Phoenix estaban marcados igual que el hierro de ganado. Jade se tocó el cuello por instinto y Phoenix regresó a la oscuridad, cuando en una orden más severa le dijo que se quitara la maldita bata.  

—Las sirvientas te alistaron para mí —dijo Phoenix.

Phoenix evitó la tentación de acercarse a su piel desnuda y lamer cada minúscula parte hasta hacerla suya. Quería que todo lo que la atase a su antigua vida, quedase disuelta en el jabón, las esencias y el agua. Phoenix miró cuando ella se quitó la bata que cayó al suelo y tragó grueso. Su erección apretó su pantalón por esa vagina virgen, y lamió sus labios. La quería toda esa noche.

—Recuéstate en la cama y separa las piernas —ordenó Phoenix.

Jade miró la cama y se desplomó en ella. Era suave, amoldaba a su peso. Lo único que Jade no hizo fue separar las piernas. Estaba asustada. Era la primera vez que un hombre la veía desnuda. Llevaba ropa interior que Phoenix quitó cuando se acercó. Jade sintió la tensión de la tela suave antes de romperse y mostrar su desnudez. Estaba jodida. Tremendamente jodida.

Cuando Phoenix separó sus muslos y miró su vagina resplandecer. Jade no sabía si era la imponencia del hombre, si se trataba del miedo, o era algo más, pero la musculatura de Phoenix, así como sus ojos, eran un pecado. Había algo que salía de ella; algo que Phoenix quiso tocar de inmediato.

Phoenix acercó su pulgar y pulsó su clítoris. Eso envió una oleada nerviosa por las extremidades de Jade. Solo fue el dedo del hombre que la tomó como un pago, pero demonios, sí que se sintió bien, y más cuando Phoenix encendió la luz para que ella finalmente lo conociera. Cuando Jade miró esos ojos, la mandíbula, el corte de cabello y la camisa que abrazaba sus músculos, su vagina palpitó de una forma que le aterró.

Nunca antes deseó a nadie. Se mantuvo virgen porque así lo exigía la sociedad. Se mantuvo virgen porque así mandaba Dios y todos los putos santos, así como su padre, pero cuando el primer hombre le tocó el clítoris pensó que se perdió de media vida.

Era la cosa más increíble que su cuerpo sintió, y lo hizo con él, cuando Phoenix, con el ceño fruncido y manteniendo su mirada, comenzó a frotar su clítoris con frenesí, humedeciéndola.

—Tienes la vagina más rosada, suave y hermosa que he visto —dijo Phoenix levantando sus dedos y llevándolos a su boca. Sabía tal como lo imaginó—. Y es mía hora. Todo esto es mío.

Phoenix lamió sus dedos lo suficiente como para bordear su entrada y hacerle gemir levemente. Jade no se masturbó jamás. Su padre decía que eso era pecado, y que no debía hacerlo.

—¿Has tenido un puto orgasmo?

—No —dijo en un gemido cuando él continuó masturbándola.

Phoenix se inclinó tan solo un poco para dejar su cálido aliento sobre la vagina depilada, rosada, húmeda y brillante de Jade.

—Corderito, no has cogido con un maldito Phoenix —dijo dejando un leve beso entre sus labios, justo sobre su clítoris—. Sabes a dinero, lujuria, y muchas noches sin jodida ropa interior.

Phoenix lamió desde su entrada hasta su clítoris y Jade arqueó la espalda. Fue la mejor sensación de la vida, pero no terminaría porque Phoenix era un hombre que por familia debía hacer las cosas correctamente, y por ello la desposaría primero. Su lengua jugó con su necesidad, y ella apretó las sábanas. Había algo en su lengua que le encantaba y que la llevaba a desear mucho más. Quería todo, hasta su dedo en su interior, hurgándola.

—Me casaré contigo antes de cogerte —dijo antes de dar otra lamida profunda—. Soy un maldito pervertido, pero creo en el matrimonio y necesito una esposa respetable ante los demás.

Jade apenas escuchaba con todas las sensaciones.

—Cuando ponga ese jodido anillo de veinticuatro kilates en tu anular, serás mía para siempre —dijo a la mujer de ojos oscuros gimiendo en la cama—. Y que se joda el infierno, porque te haré ver cada puto ángel del cielo cuando te coja.

Phoenix quiso enloquecer entre sus piernas y hacerla llover solo con su lengua. Quería probar cada gota que su excitación produjera, pero en contra de sus deseos, se levantó y limpió la comisura de sus labios con el pulgar antes de ordenarle algo más.

—Largo —le dijo regresando a la oscuridad—. Alguien te espera en la puerta para llevarte a tu habitación provisional.

Jade sintió como él se alejaba y la dejaba tan encendida como fuego de chimenea ante una pila de madera. Jade sintió que él jugaba con ella, y era justo lo que hacía cuando la dejó encendida.

—Te acostarás en la misma cama conmigo cuando nos casemos. Te dejaré disfrutar tus últimas horas sin mis dedos dentro de ti —dijo—. Largo. Duerme bien. Será la última noche que lo harás.

Jade cerró las piernas y se hizo un ovillo cuando Phoenix la trató como si realmente le importase el tema del matrimonio. ¿Realmente una persona de su reputación creía en el matrimonio? Jade no lo pensó demasiado, así que levantándose, le dio la espalda y el trasero a Phoenix. Phoenix miró el redondeado, blancuzco y atractivo trasero de Jade, y antes de pensarlo, la había atrapado entre la puerta y su cuerpo, con el rostro ladeado, una mano en su clítoris palpitante y su endurecido miembro taladrando su trasero. Jade sentía la dureza en su trasero desnudo, y su mente le susurró que se moviera, pero ella permaneció tranquila, con una mano de Phoenix en su cabeza y la otra taladrando su clítoris hasta que sus rodillas cedieran.

—Que el diablo me controle las ansias de cogerte justo ahora —susurró en su oreja, lamiendo su lóbulo y tirando de él—. Fuera.

Phoenix la soltó y Jade abrió la puerta, encontrándose con Nick. Él la miró sonrojada, con los muslos húmedos y el cabello revoltoso, y solo deseó que el Rey la compartiera con él solo una vez, para demostrarle que dos hombres eran mejor que uno.

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