La luz gris del amanecer se filtraba por las rendijas de la habitación, dibujando contornos inciertos en la penumbra. Jade abrió los ojos, su cuerpo dolorido, cada músculo protestando en un eco mudo de la noche que había pasado. Las sábanas de seda, suaves y frías, se sentían extrañas contra su piel. La primera pregunta que asaltó su mente, punzante y desoladora, fue: ¿Así será el resto de mi vida? ¿Fría, solitaria y sin su padre?El peso de la realidad la aplastó, una losa gélida sobre su pecho. No había despertado en su cama, en su apartamento, con el familiar aroma a café y libros. Estaba en la mansión de Hywell, una jaula de oro y sombras, y la noche anterior… la recordaba con una claridad brutal y vergonzosa. El miedo, la humillación, la frialdad de Hywell, su control absoluto. Como la tocó, la olfateó, la lamió.Un sollozo mudo se ahogó en su garganta.Apenas el reloj de una pared invisible dio las ocho, la puerta de la habitación se abrió suavemente. Dos mujeres jóvenes, vestid
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