El Contrato Delacrox La CEO Daniela Delacrox hereda una fortuna incalculable, pero su control está sujeto a un testamento tiránico: ella debe casarse con un hombre de su "altura", y sus hermanos y madre deben someterse a reglas draconianas. Desafiada por la envidia familiar, Daniela sella un matrimonio por contrato frío y sin amor con Dante Herrera, el magnate más poderoso y enigmático. Dante no solo es su socio, sino también un enemigo con una antigua venganza contra la familia Delacrox. Atrapada entre la ambición, el riesgo de que Dante destruya su imperio desde dentro, y la inesperada atracción por Julián, un joven honesto y pobre, Daniela debe luchar para mantener la fortuna y su cordura. "El Contrato Delacrox" es una historia de poder implacable, traición familiar y el alto costo de la libertad.
Leer másMi padre a muerto, y nos ha dejado una fortuna incalculable. Somos tres hermanos, la del medio; Laura, está casada y es médico cirujano. El menor es Asdrúbal, tiene 18 años y vive una vida algo descontrolada; fiestas, derroche, sexo. Y luego vengo yo, Daniela, la mayor, tengo 30 años y la heredera de toda la fortuna Delacrox. Mi padre al morir dejó un testamento. Hace unos días se leyó y todos quedamos locos.
El día que se leyó el testamento
Estábamos todos en una sala de una de las oficinas más grandes del edificio que pertenecía a mi familia, el abogado sentado a la cabecera y frente a él estábamos, mi mamá, mis hermanos, y yo.
El abogado se acomodó los lentes y leyó:
—"Los amo mucho. Son mi familia, y sé que a partir de mi muerte querrán hacer cosas con mi fortuna, fortuna que yo he trabajado desde que tengo 15 años. Ahora a mi edad y con esta enfermedad, se que mis días están contados. Nunca fuimos una familia feliz, nunca fuimos unidos. Y por eso he creado este testamento. Parte de mi fortuna no pasará a mis hijos o a mi mujer como es la costumbre, haré lo siguiente.
Si quieren recibir su parte correspondiente deben hacer lo siguiente.
Asdrúbal tiene un año para que deje sus andanzas, no debe beber sin frenos, no cometer un acto que vaya encontra de la ley, parar de tener sexo con cualquiera y debe comenzar a estudiar y a meterse más de lleno en los negocios de la familia.
Laura debe dejar su trabajo y carrera y meterse de lleno en los negocios de la familia.
Daniela, quiero que se case con un hombre de nuestra altura, y trabajar junto a él en los negocios familiares. Mi esposa, tienes que dejar el alcohol y prestarle más atención a la familia y a las empresas. Si hacen esto, antes de que se cumpla el año, reciviran su herencia.
Mientras tanto, mis abogados y contadores, tienen instrucciones específicas de que dinero deben recibir y cuánto deben gastar. Si abusan de mis arreglos tendrán graves consecuencias, como ir presos. Sin más que decir... los quiero mucho".
Obviamente que todos en la sala se volvieron frenéticos, no era justo que eso pasara, también habías trabajado en esta familia para obtener parte de esa herencia.
Recuerdo que esa noche nos sentamos en el comedor a la hora de la cena. Los platillos que nos habían servido esa noche eran escasos, solo pan tostado y tocino con café, como si fuera un desayuno. Lo que mi papá había dicho iba enserio. Estamos molestos.
Nadie quería dejar su vida o hacer otra cosa para cumplir con ese testamento, bueno, con ese contrato, porque eso es lo que es, un contrato.
Empezó hablando mamá, como la mujer sumisa que siempre fue, aunque en su voz se notaba una chispa de rabia latente, producto de la abstinencia forzada y la humillación pública.
—Yo... yo no sé qué haremos. Tu padre siempre fue un tirano, incluso con su último aliento —dijo mamá, llevando la taza de café a sus labios con un temblor casi imperceptible. Parecía más afectada por no poder empapar el pan con un buen vino que por el testamento en sí.
—¿Hacer? ¡Tenemos que quemar ese estúpido papel! —saltó Asdrúbal, golpeando la mesa. Sus ojos inyectados de furia y privación. Vestía una camisa de seda abierta, su cabello despeinado y su piel cetrina. Era la viva imagen del exceso al que mi padre acababa de ponerle un bozal—. Esto es una broma. No tengo que darle explicaciones a un muerto sobre con quién me acuesto o si quiero beber hasta no recordar mi nombre. ¿Un año estudiando? ¡Prefiero morir de cirrosis!
Laura, la perfecta, la médico cirujano con un futuro brillante en Boston, la que siempre fue la favorita de mamá, suspiró con teatralidad. Su traje sastre de alta costura, inmaculado, contrastaba con su rostro desencajado.
—No seas vulgar, Asdrúbal —lo reprendió con ese tono melifluo que siempre usaba para ocultar su envidia. Ella me miró de reojo, una punzada de despecho atravesó sus pupilas—. Un año es poco. Yo tengo que renunciar a años de estudio, a mi carrera, a mi matrimonio. Marcus me dijo hoy mismo que lo de él es la medicina, no las finanzas. Nos divorciaremos si hago esto.
—¡Oh, qué drama, Laureta! ¿Divorciarte? ¡Te casaste con el Dr. Marcus por su apellido y su supuesto dinero, no por amor! —espeté, recargándome en la silla y cruzando mis brazos, la burla resonando en mi voz. No había espacio para la hipocresía en mi mesa. Yo soy Daniela Delacrox, la primogénita, la que dirigía el emporio mientras mi padre se moría, la que ahora tenía el peso del mundo sobre sus hombros, y la que no permitiría que nadie pusiera en duda mi capacidad—. ¿Y tú, Asdrúbal? ¿Preocupado por la escasez de "compañía"? Te advierto, la única ley que no romperás es la de esta mesa: si tomas una gota de más, te encierro en el ático y le doy la llave a un mendigo.
—¡No tienes autoridad! —bramó Asdrúbal, levantándose.
—Soy la heredera universal, hermano. El testamento es claro: el control lo tengo yo hasta que se reparta la herencia, si es que cumplen. Y si no cumplen, me quedo con todo. ¡Si te metes en problemas, nos metemos todos, y el dinero no saldrá de la caja para un rescate! Estamos en un contrato, no en un juego, Asdrúbal. Juega bien, o no juegas.
Laura me clavó una mirada llena de veneno.
—Claro, la gran CEO, la heroína. Tú eres la que mejor salió parada de esto, Daniela. ¿Casarte con un "hombre de nuestra altura"? Eso es lo que has estado buscando toda tu vida, una excusa para dejar de ser la mujer de negocios y pasar a ser la Sra. De… ¿quién? ¿El dueño de la otra mitad del mundo?
Su sarcasmo me encendió. Laura siempre había menospreciado mi trabajo, creyendo que la única ambición que me movía era un estúpido matrimonio.
—A diferencia de ti, Laura, que te casaste para huir y tener una vida cómoda con los fondos de papá, yo me he matado trabajando en esta empresa. Y si quieres verlo así, sí, me casaré con la persona más influyente que encuentre, pero no para ser la Sra. De, sino para doblar el valor de esta estúpida fortuna y hacerla MÍA. Mi padre me ha dado la oportunidad de ser la única dueña, la única dueña que esta familia ha merecido. Y lo haré. Es un negocio, no un cuento de hadas.
Mamá, con un tono de voz quejumbroso y casi llorando, intervino:
—Yo no podré. El alcohol… no puedo dejarlo.
—Tendrás que hacerlo, madre —le dije sin un ápice de compasión—. Tendrás que empezar por aceptar este plato de pan y tocino como tu nueva realidad, porque te prometo que si mi padre nos dejó un año de escasez, yo te dejo una vida entera.
Asdrúbal me miró con desprecio, una mezcla de miedo y rabia bailando en sus ojos.
—Eres igual que él. Un demonio con traje sastre.
—Cállate y come tu pan, Asdrúbal. Ya no tienes el tiempo para ser un niño.
Me levanté de la mesa, la cena había terminado y la tensión era palpable, la envidia flotaba en el aire más pesada que la humedad de la noche. Necesitaba un hombre. No un amante, no un esposo, sino un socio de contrato con ambición y poder, un hombre que no se asustara ante una mujer que no pide permiso para tomar decisiones.
La Búsqueda y la Oferta
A la mañana siguiente, mi oficina parecía un campo de guerra. Mi secretaria, Eliza, una mujer de sesenta años con una eficiencia de reloj suizo, me dejó una lista de los solteros más codiciados del mundo empresarial.
—Señorita Delacrox, todos son influyentes, multimillonarios, y por desgracia, todos tienen antecedentes de ser… difíciles —dijo Eliza, la voz áspera por la costumbre.
—Necesito "difícil", Eliza. Un hombre que no le tema a una mujer que le da órdenes —dije, repasando nombres. Thomas Sterling, magnate petrolero, mujeriego irredento. Ethan Thorne, inversionista de riesgo, conocido por su frialdad y su ausencia de emociones. Dante Herrera, CEO de Herrera Industries, el más poderoso, el más enigmático, y el más peligroso.
Me detuve en el nombre de Dante Herrera. Su ficha decía: 35 años, soltero, fortuna incalculable, negocios en todo el mundo, un historial de haber destruido a su competencia. Nunca daba una entrevista, nunca era visto en sociedad sin un propósito, y jamás se le había conocido una relación formal. Era la definición de "nuestra altura".
—Llámalo, Eliza. Necesito una reunión con Dante Herrera. Hoy mismo.
Eliza casi se ahoga con su propio té.
—Señorita, eso es imposible. El señor Herrera no atiende a llamadas no programadas con meses de antelación.
—Esta es una excepción. Dile que la heredera de Delacrox tiene una propuesta de negocios que le interesa, y que tengo un año para ejecutarla. Si me rechaza, dile que lo consideraré una declaración de guerra.
Daniela Delacrox no espera, ordena.
Para mi sorpresa, una hora más tarde, Dante Herrera me esperaba en su penthouse en el centro de la ciudad. El lugar era minimalista, frío, con vistas que devoraban la ciudad. Era la antítesis de mi oficina clásica y sobrecargada.
Él estaba de pie, cerca de un ventanal, con un traje de corte impecable, sin corbata. Su cabello oscuro, ojos intensos y una mandíbula que parecía tallada en mármol. No sonrió. No se movió hasta que estuve frente a él. Emanaba poder.
—Señorita Delacrox. La audacia de su secretaria es notable. Espero que la propuesta esté a la altura del ultimátum —dijo Dante, su voz era grave, sin emoción, como un bajo profundo.
—Mi audacia es el motor de mi empresa, señor Herrera —respondí, sin titubear, dejando mi portafolio sobre una mesa de cristal. Fui directa, como siempre. La pérdida de tiempo es un insulto—. Mi padre ha muerto. Nos ha dejado una fortuna bajo un contrato de cumplimiento: mi hermano debe dejar de ser un criminal de poca monta, mi hermana debe renunciar a su carrera y mi madre debe dejar el alcohol.
Dante me miró con una ceja arqueada, esperando el punto.
—Y yo, Daniela Delacrox, la heredera principal, debo casarme con un hombre de nuestra altura y trabajar con él en los negocios familiares. El plazo es de un año.
El silencio fue abrumador. Dante me analizó de arriba abajo, sus ojos sin parpadear.
—Una novela de tercera. No veo el negocio, señorita. ¿Me está pidiendo que sea su niñero familiar?
—Le estoy pidiendo que sea mi socio. Un matrimonio de contrato, señor Herrera. Un año. Cumplimos la cláusula, recibimos la herencia total y duplicamos el valor de la empresa. Yo obtengo la fortuna y el control total. Usted obtiene el 5% de las acciones de Delacrox en un período de cinco años a un precio irrisorio y el acceso completo a nuestra red en Asia. Es una adquisición disfrazada de matrimonio.
Dante se acercó, su presencia era imponente, invasiva. Me miró a los ojos, y noté un destello de algo que no pude descifrar: ¿interés? ¿Sarcasmo?
—Usted es peligrosa, señorita Delacrox. Me gusta eso. Pero ¿por qué yo? ¿Por qué no el magnate petrolero o el inversionista?
—Usted es el único que me mira a los ojos sin pensar que soy una mujer débil o un trofeo. Ellos son predecibles. Usted, no. Y en este negocio, la incertidumbre es poder. Además —me acerqué un poco más, sonriendo con arrogancia—, necesito que mis hermanos se mueran de envidia y que mi padre en el infierno piense que hice el negocio del siglo. Usted, Dante Herrera, es la definición de envidia pura.
Dante sonrió por primera vez. Una sonrisa corta, letal, que no llegaba a sus ojos.
—Daniela Delacrox. Me gusta su espíritu. Un año. Matrimonio sin consumación. Soy un hombre ocupado. Mi vida privada es inexistente, no quiero dramas ni espectáculos de celos. ¿Cuáles son sus términos?
—Los míos son sencillos. Cero emociones. Cero romances. Usted vive en su lado de la mansión, yo en el mío. Actuamos en público, firmamos los papeles en privado. Y lo más importante, usted me obedece en los negocios de Delacrox. Yo sigo siendo la CEO. Usted es el consejero.
Dante rió, una risa seca, sin humor.
—¿Usted me ordena? Nadie me ordena, señorita.
—En Delacrox, sí. Soy la única con el control.
Dante Herrera se sirvió un vaso de agua mineral y lo bebió con calma. Sus ojos se fijaron en mí con una intensidad que me hizo sentir la piel erizada.
—De acuerdo. Acepto. Me caso con usted. Pero no soy su títere, Daniela. Cuando la cámara se apague, y estemos solos, quiero que entienda algo: Yo no soy el premio de consolación de un testamento. Soy el depredador. Y usted acaba de invitarme a cenar.
Él extendió su mano, y la tomé. Su tacto era frío, firme, la promesa de una alianza peligrosa.
—Hecho, Dante. Asegúrese de tener un buen abogado. El mío no es indulgente con los perdedores.
El contrato se firmó a los tres días en un notario privado, con cláusulas tan frías y calculadas que harían palidecer a cualquier acuerdo de fusión. Un matrimonio de mil millones de dólares, sin amor, sin pasión, solo ambición pura.
Mi madre lloró de felicidad al ver a su hija casarse con un hombre de la talla de Dante Herrera. Mis hermanos, Laura y Asdrúbal, estaban lívidos. La envidia era un perfume fuerte en la sala de firmas.
Una semana después, en la sala de juntas, celebrando mi inminente matrimonio, Laura me abordó con una copa de champán.
—Felicidades, Daniela. Te saliste con la tuya. Pero solo es un año. Y después, ¿qué? ¿Él te botará, o tú lo botarás?
—Tu envidia es tan predecible, Laura. ¿Por qué no te concentras en aprender a distinguir un balance general de un historial médico? —le dije, dándole un sorbo a mi champán, mis ojos clavados en los suyos—. Dante Herrera es mi socio ahora. Y un buen socio nunca abandona un buen negocio. Lo que me preocupa es tu matrimonio. ¿Marcus te dejará por no ser lo suficientemente ambiciosa para entrar en el infierno de Delacrox?
Laura apretó su mandíbula. El golpe fue certero.
—Al menos a mí me ama. Tú te casaste con un hombre que solo ve números en tus ojos.
—Y eso es mejor, Laurita. Los números nunca te mienten, el amor sí. Ve y mira tu contrato. Lo que yo tengo es para siempre. Lo que tú tienes es una cuenta regresiva.
Ella se fue, su cuerpo rígido de furia. Yo miré hacia donde estaba Dante, hablando con unos ejecutivos, su perfil fuerte y dominante. Sabía que había tomado una decisión arriesgada, pero Daniela Delacrox no juega a lo seguro, ella juega para ganar. Dante Herrera era el peón perfecto en mi partida de ajedrez, aunque un peón que se movía como un rey.
¿Qué movimientos crees que hará Asdrúbal ahora que el dinero está restringido y el depredador de Dante Herrera está en el juego?
La Cita Clandestina: El Límite RotoDespués del shock de descubrir la verdad de Dante, el aire en el ático de Montecarlo se había vuelto tóxico. El matrimonio por contrato ya no era solo un negocio; era una trampa de venganza de la que yo era el cebo. Dante, ahora, era un enemigo declarado, un depredador con un rencor de veinte años.Esa noche, no pude quedarme. La necesidad de respirar aire puro, de sentir algo real que no oliera a papel moneda o a venganza fría, me empujó a la imprudencia. La libertad que Julián representaba era mi única droga.Me vestí de negro, me puse un sombrero para ocultar mi rostro y escapé por la escalera de servicio. A la medianoche, llegué a un café discreto en una plaza tranquila, tal como Julián y yo habíamos acordado por mensaje de texto.Julián estaba allí, sentado solo, bebiendo una cerveza. Cuando me vio, sus ojos se iluminaron, ya no con burla, sino con una ternura arriesgada.—Pensé que no vendrías. Tu esposo parece el tipo de hombre que ata a su e
El picnic en el promontorio fue una obra maestra de humillación pública orquestada por Dante Herrera. Su brazo alrededor de mi cintura se sentía como una correa, y su mirada triunfal hacia Julián era una declaración: ella es mía, y puedo comprar todo lo que a ti te importa.Julián sirvió la comida con una dignidad que hacía que el dinero de Dante pareciera sucio. Sus ojos, cuando se posaban en mí, estaban cargados de piedad, y eso me enfureció más que el control de Dante.Cuando Dante se distrajo con una llamada de su asistente, aproveché mi momento.—¿Cuánto te pagó? —le pregunté a Julián, mi voz baja y rápida.—Lo suficiente para arreglar el motor de mi padre. ¿Qué? ¿Crees que soy un mártir, Daniela? Soy pobre, no tonto. Tomo el dinero que el establishment me lanza —respondió Julián, sin mirarme.—Eres cínico.—Y tú eres una prisionera en un vestido de seda. Él te compró. Yo solo aproveché la caída de tu precio.El sarcasmo de Julián era un espejo brutal. Entendí su juego: me castig
La Intimidad Forzada de MontecarloEsa noche, el ático de Montecarlo se sintió como una jaula dorada. El aire vibraba con la tensión silente entre Dante y yo. Después de la cena en un club exclusivo, donde fingimos la pareja perfecta para las cámaras, volvimos al lujo helado de nuestra "suite nupcial".El problema era simple: solo había una cama, enorme, una obra de arte con sábanas de seda que invitaban al pecado, no a un acuerdo de negocios.Dante se dirigió directamente al vestidor, quitándose la chaqueta con la misma eficiencia con la que habría despedido a un ejecutivo. Yo me quedé en medio de la habitación, sintiendo que mi traje de CEO se había evaporado. Estaba solo la mujer que acababa de mentir en público sobre su felicidad.—No sé qué esperabas, Daniela. Es una luna de miel. No puedo fingir que duermo en el sofá —dijo él, volviendo con unos pantalones de chándal grises y una camiseta ajustada, una imagen cruda y poderosa que me hizo tragar saliva.—Esperaba que tu mente fue
La Tormenta MediáticaLa boda fue tan fría como el contrato que la sustentaba. Una ceremonia privada, exclusiva para los accionistas más influyentes y la familia, en la que cada asiento era un testimonio del poder, no del afecto. Dante Herrera, con su aura de acero pulido y su rostro impasible, dijo "acepto" con la misma emoción que firmaría un acuerdo de compra hostil. Yo, Daniela Delacrox, vestida de alta costura que gritaba fortuna, recité mis votos con la convicción de una CEO cerrando el negocio de su vida.La prensa, que ya rumoreaba la unión de dos colosos tan reservados, explotó al día siguiente.—¡El depredador se casa con la reina del hielo! —tituló un medio económico.—La fortuna Delacrox se fusiona con el enigma Herrera —gritaba otro.Pero fueron las redes sociales las que se incendiaron, no solo por la unión, sino por la figura de Dante. Un hombre tan privado que casi parecía un mito. El rostro de la riqueza sin rostro. Mi padre había acertado: Dante era la definición de
Mi padre a muerto, y nos ha dejado una fortuna incalculable. Somos tres hermanos, la del medio; Laura, está casada y es médico cirujano. El menor es Asdrúbal, tiene 18 años y vive una vida algo descontrolada; fiestas, derroche, sexo. Y luego vengo yo, Daniela, la mayor, tengo 30 años y la heredera de toda la fortuna Delacrox. Mi padre al morir dejó un testamento. Hace unos días se leyó y todos quedamos locos. El día que se leyó el testamentoEstábamos todos en una sala de una de las oficinas más grandes del edificio que pertenecía a mi familia, el abogado sentado a la cabecera y frente a él estábamos, mi mamá, mis hermanos, y yo. El abogado se acomodó los lentes y leyó:—"Los amo mucho. Son mi familia, y sé que a partir de mi muerte querrán hacer cosas con mi fortuna, fortuna que yo he trabajado desde que tengo 15 años. Ahora a mi edad y con esta enfermedad, se que mis días están contados. Nunca fuimos una familia feliz, nunca fuimos unidos. Y por eso he creado este testamento. Part
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