Inconfesable: lo que no puede ni debe revelarse jamás. Roxana Navarro conoce bien el significado, porque lleva una década ocultando que Andrea, su hijo, no es de su esposo Valentino, sino de Alessandro, su cuñado. Un secreto nacido de una noche de pasión que está por destruir a los Di Marco, la familia más poderosa de Milán. Cuando Alessandro regresa tras años de destierro, la empresa familiar está en crisis y deben trabajar juntos. Ella para salvar la empresa familiar, él para devolver la humillación de la que fue objeto. La proximidad reabre heridas y enciende deseos que creían muertos. Pero cuando Andrea enferma gravemente y necesita un trasplante que solo su verdadero padre puede proporcionar, Roxana debe decidir: revelar la verdad para salvar a su hijo, o mantener la mentira para proteger la vida que ha construido a base de dolor.
Leer másRoxana
La verdad sobre Terra Nova llevaba semanas filtrándose por Domus Áurea. Lo confirmé aquella mañana cuando atravesé el pasillo principal.—El proyecto se hundió... —Escuché murmurar a Gianfranco del departamento legal antes de que su voz se extinguiera al verme.
—Buenos días —saludé con un movimiento de cabeza, sin alterar mi expresión.
Para ellos, era solo otra crisis corporativa. Para mí, representaba años de decisiones y sacrificios acercándose a su punto crítico. La reunión directiva de hoy no sería sobre salvar el proyecto, sino sobre decidir quién caería con él y qué tan sólidos eran los cimientos que forjé para mantenerme en pie.
Los grupos de ejecutivos se dispersaban a mi paso como si mi presencia fuera contagiosa. Nadie quería ser asociado con la portadora de malas noticias.
Diana Ferretti, directora de marketing y la única otra mujer en la junta directiva, me interceptó antes de llegar a mi oficina.
Llevaba el mismo collar de perlas que usaba en cada presentación importante; era su amuleto, según me confesó tras tres copas de champán en la última gala benéfica.
—Roxana —susurró, ajustándose la pulsera una y otra vez—. Francesco está aquí desde las seis de la mañana. Nunca lo había visto tan alterado.
Le agradecí con un asentimiento. Diana y yo manteníamos una alianza implícita en un mundo dominado por hombres, aunque ella siempre jugaba a la diplomacia mientras yo prefería los datos crudos.
En mi oficina, Claudia, mi asistente, me recibió con un espresso y los informes recién actualizados.
—Lo último de contabilidad. Y el arquitecto Gianluigi dejó esto en persona.
La nota manuscrita era concisa: «Los proveedores se niegan a entregar los pedidos. Necesitamos respuestas hoy».
Desplegué los documentos sobre mi escritorio y la realidad me golpeó en forma de números rojos. El proyecto Terra Nova, la urbanización de lujo que Valentino prometió convertir en insignia del sector inmobiliario, no solo se estancó; se desangró desde que Holden Group retiró su capital tres meses atrás. Lo sorprendente no era el fracaso, sino que Valentino hubiera logrado mantener la información contenida durante tanto tiempo, hasta que comenzó a filtrarse hace apenas un par de semanas.
Al revisar las proyecciones financieras anteriores, mi estómago se contrajo. Comparé fechas y firmas. Y fue evidente. Valentino alteró los procesos para justificar inversiones temerarias.
—Esta vez no podrás escapar de las consecuencias —murmuré, revisando el informe que debía presentar.
Recordé la cena donde todo se torció. El desinterés de Francesco al escuchar las propuestas de modernización de Holden, sus comentarios despectivos sobre las «modas pasajeras». Luego Valentino intentando salvar la situación con una invitación al casino. La expresión de disgusto en el rostro de nuestro mayor inversor fue el principio del fin.
Mi mirada se desvió hacia la fotografía de Valentino, mi hijo Andrea y yo durante nuestras vacaciones en Capri el año pasado. Una imagen perfecta. Una mentira construida con el tiempo. Pero él era lo único real en ella y me recordó por qué seguía aquí. Por qué soportaba todo esto.
—Pronto, cariño —murmuré, rozando el cristal—. Pronto seremos solo tú y yo.
Giré el marco y organicé la presentación hasta que el intercomunicador interrumpió mi concentración.
—Señora Di Marco, la junta comienza en cinco minutos.
—¿Él ya está en la sala?
—Sí, y parece... impaciente.
Perfecto. Un Francesco Di Marco impaciente estaría menos inclinado a proteger a su hijo y más dispuesto a escuchar.
Organicé la documentación en una carpeta negra y la sujeté contra mi pecho como parte de mi armadura antes de salir de la oficina.
En la sala de juntas, seis hombres y Diana ya ocupaban sus asientos cuando entré. Francesco, en la cabecera, pasaba páginas con brusquedad, delatando su tensión. La silla de Valentino seguía vacía, como cada vez que yo presentaba informes ante la junta. Como si mi trabajo no mereciera su atención.
—Empecemos —ordenó Francesco tras un vistazo a su reloj—. No vamos a perder más tiempo esperando a mi hijo.
Proyecté el primer gráfico y el silencio fue inmediato al ver la línea roja precipitándose hacia el abismo.
—Terra Nova excedió su presupuesto inicial en un 78% —comencé, manteniendo mi tono profesional—. El retorno está un 43% por debajo de nuestras proyecciones más conservadoras.
—¿Y a qué atribuyes este desastre? —preguntó Francesco, yendo al grano.
—A decisiones precipitadas —señalé el punto exacto donde la curva se desplomaba—. Primero duplicamos inversión sin respaldo técnico, reemplazamos materiales ya comprados y aprobamos ampliaciones sin estudios de viabilidad.
La puerta se abrió de golpe y Valentino entró ajustándose los gemelos de platino que le regalé en nuestro último aniversario mientras cruzaba hacia mí.
—¿Me perdí algo importante? —sonrió con esa seguridad que solo da nacer siendo un Di Marco y no se amilanó al plantarme un beso que provocó risitas. Y luego agregó—: ¿O solo estábamos repasando cuánto cuestan los cafés en la sala de descanso?
—Tu esposa nos explicaba cómo Terra Nova está a punto de hundir la empresa —respondió su padre con frialdad.
—Siempre tan dramática. —Valentino me dirigió una mirada condescendiente mientras tomaba asiento—. ¿Qué te asusta esta vez?
Diana jadeó. Zaccari y Rossi intercambiaron sonrisas cómplices. Sentí el calor subiendo por mi cuello, pero mantuve mi expresión impasible.
—Estos números indican insolvencia en menos de un par de meses si no actuamos —dije, conteniendo el temblor de mi voz.
—Por favor —resopló—. Somos Domus Áurea. Llevamos cien años en el mercado.
—Y podemos desaparecer por decisiones como estas —mostré las aprobaciones firmadas por él—. Cada una ignorando los protocolos financieros básicos.
Francesco revisó los documentos con creciente irritación y señaló un papel con manchas de vino.
—¿Firmaste una ampliación de seis millones en un club?
—Estábamos celebrando el cumpleaños de Marconi —se defendió Valentino—. Y a veces hay que tomar decisiones rápidas. Los mercados no esperan por comités de evaluación y nadie necesita que...
—Lo que necesitamos —interrumpió Diana, quien nunca lo contradecía en público— es entender cómo llegamos a este punto y cómo saldremos de él.
Valentino le dirigió una mirada airada y Zaccari salió en su defensa con una burla más.
—¿Y qué propones, Roxana? —Francesco los hizo callar al elevar la voz—. ¿Despedir a todo el equipo? ¿Abandonar el proyecto?
Sentí sus miradas sobre mí. Era mi oportunidad para demostrar que podía ofrecer soluciones, no solo identificar problemas.
—Propongo una reestructuración estratégica. Desde hoy, el Centro de Convenciones Innovare reúne a los mejores talentos del sector. Con los contactos adecuados, podríamos atraer aliados o inversores especializados en rescates corporativos.
Valentino soltó una risa despectiva.
—¿Ahora la experta en finanzas también sabe de relaciones públicas? ¿Qué más sabes hacer, querida? ¿Además de llamarnos reuniones cuando no se debe?
—La fecha la cambiaste tú —respondí sin poder contenerme—. Para ver el Milan-Juventus. Como siempre.
Un silencio incómodo cayó sobre la sala.
—Tal vez deberías tomarte unos días hasta que tu ciclo hormonal se normalice —contraatacó, provocando carcajadas en todos, excepto en Diana y su padre.
Apreté mis manos bajo la mesa e imaginé con perfecta claridad una escena alternativa donde le arrojaba la carpeta a la cara, le gritaba cada verdad y por fin todos veían al monstruo detrás de su encanto. Pero no era el momento. Aún no.
—Suficiente. —Francesco golpeó la mesa—. Esto no es un teatro, es una junta directiva. Roxana, continúa.
Durante los siguientes veinte minutos, desmantelé las decisiones que llevaron a Terra Nova al borde del colapso y, con cada dato, sentía los ojos de Valentino prometiendo represalias.
—Bien —concluyó Francesco cuando terminé—. Tienes hasta la próxima junta para presentar un plan viable.
—Padre, con todo respeto —intervino Valentino—, las relaciones corporativas son mi terreno.
—Uno que has arado con desastres —replicó Francesco ya de pie—. Es hora de intentar otro enfoque.
Mientras recogía mis documentos, sentí que la mano de Valentino se cerraba sobre mi brazo.
—A mi oficina —susurró cerca de mi oreja—. Ahora.
RoxanaEl vestido azul se ajustaba a mis nuevas curvas desde que nació nuestra Luna seis meses atrás, y mi cuerpo había encontrado un equilibrio que me encantaba. El llanto suave desde la habitación contigua hizo que mis pechos respondieran como un sensor, manchando la seda de leche.Maldije en voz baja, pero ya era demasiado tarde. Tendría que cambiarme de nuevo y ponerme los protectores de lactancia para evitar otro accidente. La encontré despierta en su cuna, con los ojos verdes de Alessandro parpadeando en un rostro que era completamente mío. La alcé con cuidado, acomodándome en la mecedora para alimentarla.Carla apareció en la puerta y le hice un gesto para que se acercara. Ella regresó meses después de que su hermana falleciera y no pensaba dejar que se fuera nunca más. —Acaba de despertar. Dame diez minutos y es toda tuya.—Tómense su tiempo. Andrea está terminando su tarea en la cocina junto al señor Francesco.Eso me recordó el estado de Giulia, aún internada en un hospital
AlessandroNo podía concentrarme pese a las buenas noticias. La primera fase de Terra Nova estaba lista; los apartamentos se vendieron en cuanto salió el anuncio. Mi equipo brindaba eufórico y yo tuve que sostener la máscara de ejecutivo satisfecho mientras mi vida personal era un edificio en plena demolición. Cuando Diana Ferretti, directora de marketing de Domus, se me acercó con una sonrisa y una copa en la mano, intenté evitar el brindis que debía liderar, pero ella entrecerró los ojos. —Y pensar que la señora Navarro no pueda disfrutar el fruto de su esfuerzo —comentó con acidez. La mención de Roxana me golpeó el estómago al recordar su maldita y fría practicidad cuando la puse a elegir.¿Cómo había sido tan idiota al pensar que me elegiría? Esa mañana, cuando la vi dormida, tuve la intención de despertarla, pero pensar en el bebé que esperábamos me detuvo. Una oleada de amor se mezcló con dolor al darme cuenta de que estaba a nada de perderla. Romano no había enviado ningún
RoxanaMateo ya nos esperaba frente a los escalones de comisaría. Se volvió a reír al mirarme y saludó a Romano con una familiaridad que me irritó.—No te molestes, Roxana. Con todo lo que ha sucedido, Alex solo quiere trabajar en paz sabiendo que estás a salvo.—¿No se supone que están enfadados? ¿Por qué lo defiendes?—Porque el que opinemos distinto no nos hace enemigos. Alessandro es un hombre racional, excepto en lo que se refiere a proteger a los que ama. Y en este momento, ella es su enemiga. Así que los que están del lado de su enemigo...—Están en contra suya —terminé por él antes de suspirar cuando asintió con tristeza.Las luces fluorescentes del corredor parpadeaban intermitentes, proyectando sombras sobre las paredes de azulejos grises. Había pasado el día imaginando este momento, preparando mi armadura contra el filo de las palabras de Elena con las que siempre salía herida.—¿Qué significa exactamente retirar la denuncia? —pregunté cuando me señaló el camino.—Es el ini
Roxana—¡Tenía todo el puto derecho! Era el padre de ese bebé, ¿por qué actúas como si fuese el villano en esta historia?Me sequé las lágrimas y me levanté, necesitaba distancia. Pero él la sujetó con una mirada contrariada y me pidió que volviera a sentarme.Su tranquilidad me ayudó a armarme de valor. Lo miré a los ojos sin alejarme de sus caricias sobre mi mano, que reposaba en su rodilla, y le exigí:—Retira esa denuncia.Fue él quien se irguió esta vez y resopló con frustración.—No lo haré. Hacerlo y dejar que se vaya como si nada, sería ir en contra de mis principios.—¿Principios? —La palabra me supo amarga en la boca—. ¿Como cuando nos acostamos mientras yo estaba casada con tu hermano?Alessandro se giró hacia mí con una mano en el cinturón y expulsó aire del pecho como si lo hubiera golpeado.—¿Y quién te dijo que yo era un hombre perfecto?La pregunta me desarmó por un segundo. Había esperado defensas, no esa honestidad cruda, y su desfachatez hizo que mi risa saliera que
RoxanaMe hicieron tantos exámenes que perdí la cuenta, pero para Alessandro se volvió costumbre recostarse conmigo aun después del regaño de Dana. Por la tarde, la voz de Lucía llegó desde el pasillo antes que ella, y yo le sonreí a Alessandro porque me había asegurado que los vería hasta el fin de semana por órdenes de la doctora. Él se incorporó y se acomodó la camisa, las mejillas aún sonrojadas mientras se excusaba:—No quiero que Andrea me vea contigo así, sin antes explicarle lo nuestro. Lucía entró sin tocar, con una cajita pequeña de postres miniatura en las manos y esa sonrisa que tanto necesitaba. La luz que entraba por la ventana la hacía ver radiante y eso me alegró. Al menos ese nuevo dolor instalado en mi pecho tenía una razón: recordé la expresión de Elena cuando elegí a Lucía, y todas las veces que pude haber protegido a mi amiga pero no lo hice. Y me permití pensar que tal vez Lucía merecía esta felicidad más que el sufrimiento que le causamos. Alessandro salió y
RoxanaEl pitido cerca de mi oído me hizo fruncir el ceño, y cuando quise tragar, el ardor en la garganta no me lo permitió. Iba a llevarme la mano al cuello, pero un peso cálido la mantenía cautiva y lo impidió. Abrí los ojos y tardé unos segundos en aclarar mi visión, pero no esperaba descubrir que el motivo fuera Alessandro, envolviendo mi mano con la suya. No pude resistir el impulso de acomodar su cabello desordenado al verlo dormido, con barba. Jamás lo vi con barba, pero la confusión incrementó en mí al ver las máquinas y la habitación del hospital al mirar a nuestro alrededor.Incluso dormido, una línea de tensión marcaba su frente, y su camisa celeste estaba arrugada, lo que probablemente significaba que llevaba días aquí. Iba a despertarlo para confirmarlo, pero la puerta se abrió y Dana entró directo a revisar las vías y los monitores antes de mirarme con una sonrisa tensa.—Me alegro de que por fin hayas despertado —Miró a Alessandro y luego a mí antes de suspirar y negar
Último capítulo