Inconfesable

InconfesableES

Romance
Última actualización: 2025-05-15
Mileth Pineda  En proceso
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Resumen
Índice

Roxana Navarro ha construido una vida respetable: una carrera brillante y una familia que solo existe de puertas para afuera. Pero cuando Alessandro Di Marco, su cuñado, regresa a Milán tras años de ausencia, no solo amenaza con derrumbar la empresa familiar... sino también el secreto que ella ha guardado durante una década. Obligados a trabajar juntos mientras una crisis familiar los acerca peligrosamente, Roxana debe decidir entre mantener las apariencias o arriesgarlo todo por un amor que nunca debió existir. En el mundo de los Di Marco, donde la imagen lo es todo, algunos secretos están destinados a permanecer inconfesables.

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Capítulo 1

1. Expuestos

Roxana

La verdad sobre Terra Nova llevaba semanas filtrándose por Domus Áurea. Lo confirmé aquella mañana cuando atravesé el pasillo principal.

—El proyecto se hundió... —Escuché murmurar a Gianfranco del departamento legal antes de que su voz se extinguiera al verme.

—Buenos días —saludé con un movimiento de cabeza, sin alterar mi expresión.

Para ellos, era solo otra crisis corporativa. Para mí, representaba años de decisiones y sacrificios acercándose a su punto crítico. La reunión directiva de hoy no sería sobre salvar el proyecto, sino sobre decidir quién caería con él y qué tan sólidos eran los cimientos que forjé para mantenerme en pie.

Los grupos de ejecutivos se dispersaban a mi paso como si mi presencia fuera contagiosa. Nadie quería ser asociado con la portadora de malas noticias.

Diana Ferretti, directora de marketing y la única otra mujer en la junta directiva, me interceptó antes de llegar a mi oficina.

Llevaba el mismo collar de perlas que usaba en cada presentación importante; era su amuleto, según me confesó tras tres copas de champán en la última gala benéfica.

—Roxana —susurró, ajustándose la pulsera una y otra vez—. Francesco está aquí desde las seis de la mañana. Nunca lo había visto tan alterado.

Le agradecí con un asentimiento. Diana y yo manteníamos una alianza implícita en un mundo dominado por hombres, aunque ella siempre jugaba a la diplomacia mientras yo prefería los datos crudos.

En mi oficina, Claudia, mi asistente, me recibió con un espresso y los informes recién actualizados.

—Lo último de contabilidad. Y el arquitecto Gianluigi dejó esto en persona.

La nota manuscrita era concisa: «Los proveedores se niegan a entregar los pedidos. Necesitamos respuestas hoy».

Desplegué los documentos sobre mi escritorio y la realidad me golpeó en forma de números rojos. El proyecto Terra Nova, la urbanización de lujo que Valentino prometió convertir en insignia del sector inmobiliario, no solo se estancó; se desangró desde que Holden Group retiró su capital tres meses atrás. Lo sorprendente no era el fracaso, sino que Valentino hubiera logrado mantener la información contenida durante tanto tiempo, hasta que comenzó a filtrarse hace apenas un par de semanas.

Al revisar las proyecciones financieras anteriores, mi estómago se contrajo. Comparé fechas y firmas. Y fue evidente. Valentino alteró los procesos para justificar inversiones temerarias.

—Esta vez no podrás escapar de las consecuencias —murmuré, revisando el informe que debía presentar. 

Recordé la cena donde todo se torció. El desinterés de Francesco al escuchar las propuestas de modernización de Holden, sus comentarios despectivos sobre las «modas pasajeras». Luego Valentino intentando salvar la situación con una invitación al casino. La expresión de disgusto en el rostro de nuestro mayor inversor fue el principio del fin.

Mi mirada se desvió hacia la fotografía de Valentino, mi hijo Andrea y yo durante nuestras vacaciones en Capri el año pasado. Una imagen perfecta. Una mentira construida con el tiempo. Pero él era lo único real en ella y me recordó por qué seguía aquí. Por qué soportaba todo esto.

—Pronto, cariño —murmuré, rozando el cristal—. Pronto seremos solo tú y yo.

Giré el marco y organicé la presentación hasta que el intercomunicador interrumpió mi concentración.

—Señora Di Marco, la junta comienza en cinco minutos.

—¿Él ya está en la sala?

—Sí, y parece... impaciente.

Perfecto. Un Francesco Di Marco impaciente estaría menos inclinado a proteger a su hijo y más dispuesto a escuchar.

Organicé la documentación en una carpeta negra y la sujeté contra mi pecho como parte de mi armadura antes de salir de la oficina.

En la sala de juntas, seis hombres y Diana ya ocupaban sus asientos cuando entré. Francesco, en la cabecera, pasaba páginas con brusquedad, delatando su tensión. La silla de Valentino seguía vacía, como cada vez que yo presentaba informes ante la junta. Como si mi trabajo no mereciera su atención.

—Empecemos —ordenó Francesco tras un vistazo a su reloj—. No vamos a perder más tiempo esperando a mi hijo.

Proyecté el primer gráfico y el silencio fue inmediato al ver la línea roja precipitándose hacia el abismo.

—Terra Nova excedió su presupuesto inicial en un 78% —comencé, manteniendo mi tono profesional—. El retorno está un 43% por debajo de nuestras proyecciones más conservadoras.

—¿Y a qué atribuyes este desastre? —preguntó Francesco, yendo al grano.

—A decisiones precipitadas —señalé el punto exacto donde la curva se desplomaba—. Primero duplicamos inversión sin respaldo técnico, reemplazamos materiales ya comprados y aprobamos ampliaciones sin estudios de viabilidad.

La puerta se abrió de golpe y Valentino entró ajustándose los gemelos de platino que le regalé en nuestro último aniversario mientras cruzaba hacia mí.

—¿Me perdí algo importante? —sonrió con esa seguridad que solo da nacer siendo un Di Marco y no se amilanó al plantarme un beso que provocó risitas. Y luego agregó—: ¿O solo estábamos repasando cuánto cuestan los cafés en la sala de descanso?

—Tu esposa nos explicaba cómo Terra Nova está a punto de hundir la empresa —respondió su padre con frialdad.

—Siempre tan dramática. —Valentino me dirigió una mirada condescendiente mientras tomaba asiento—. ¿Qué te asusta esta vez?

Diana jadeó. Zaccari y Rossi intercambiaron sonrisas cómplices. Sentí el calor subiendo por mi cuello, pero mantuve mi expresión impasible.

—Estos números indican insolvencia en menos de un par de meses si no actuamos —dije, conteniendo el temblor de mi voz.

—Por favor —resopló—. Somos Domus Áurea. Llevamos cien años en el mercado.

—Y podemos desaparecer por decisiones como estas —mostré las aprobaciones firmadas por él—. Cada una ignorando los protocolos financieros básicos.

Francesco revisó los documentos con creciente irritación y señaló un papel con manchas de vino.

—¿Firmaste una ampliación de seis millones en un club?

—Estábamos celebrando el cumpleaños de Marconi —se defendió Valentino—. Y a veces hay que tomar decisiones rápidas. Los mercados no esperan por comités de evaluación y nadie necesita que...

—Lo que necesitamos —interrumpió Diana, quien nunca lo contradecía en público— es entender cómo llegamos a este punto y cómo saldremos de él.

Valentino le dirigió una mirada airada y Zaccari salió en su defensa con una burla más.

—¿Y qué propones, Roxana? —Francesco los hizo callar al elevar la voz—. ¿Despedir a todo el equipo? ¿Abandonar el proyecto?

Sentí sus miradas sobre mí. Era mi oportunidad para demostrar que podía ofrecer soluciones, no solo identificar problemas.

—Propongo una reestructuración estratégica. Desde hoy, el Centro de Convenciones Innovare reúne a los mejores talentos del sector. Con los contactos adecuados, podríamos atraer aliados o inversores especializados en rescates corporativos.

Valentino soltó una risa despectiva.

—¿Ahora la experta en finanzas también sabe de relaciones públicas? ¿Qué más sabes hacer, querida? ¿Además de llamarnos reuniones cuando no se debe?

—La fecha la cambiaste tú —respondí sin poder contenerme—. Para ver el Milan-Juventus. Como siempre.

Un silencio incómodo cayó sobre la sala.

—Tal vez deberías tomarte unos días hasta que tu ciclo hormonal se normalice —contraatacó, provocando carcajadas en todos, excepto en Diana y su padre.

Apreté mis manos bajo la mesa e imaginé con perfecta claridad una escena alternativa donde le arrojaba la carpeta a la cara, le gritaba cada verdad y por fin todos veían al monstruo detrás de su encanto. Pero no era el momento. Aún no.

—Suficiente. —Francesco golpeó la mesa—. Esto no es un teatro, es una junta directiva. Roxana, continúa.

Durante los siguientes veinte minutos, desmantelé las decisiones que llevaron a Terra Nova al borde del colapso y, con cada dato, sentía los ojos de Valentino prometiendo represalias.

—Bien —concluyó Francesco cuando terminé—. Tienes hasta la próxima junta para presentar un plan viable.

—Padre, con todo respeto —intervino Valentino—, las relaciones corporativas son mi terreno.

—Uno que has arado con desastres —replicó Francesco ya de pie—. Es hora de intentar otro enfoque.

Mientras recogía mis documentos, sentí que la mano de Valentino se cerraba sobre mi brazo.

—A mi oficina —susurró cerca de mi oreja—. Ahora.

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