10. Lealtades
Alessandro
Ya llevaba más de una hora revisando opciones de regalos para Andrea. Un coche a control remoto parecía demasiado impersonal, un telescopio demasiado adulto. Nada me convencía. Pero no era el regalo lo que me mantenía despierto.
La imagen de esa marca en la muñeca de Roxana se había instalado en mi mente desde el martes y seguía esperando que sonara mi teléfono.
Llevé a Bianca al colegio cada mañana después de aquel encuentro con la pregunta en la punta de la lengua, pero ¿cómo le preguntas a una adolescente sobre los moretones de su cuñada? Al final guardé silencio. No sabía cómo explicar por qué me importaba.
Sentí los labios de Deborah en mi cuello y su perfume inundó mis fosas nasales al tiempo que sus manos se deslizaban por mi pecho.
—¿Sigues molesto conmigo? —susurró contra mi piel.
Dejé la tablet a un lado y la miré antes de tomar un mechón de su cabello rubio que caía como una cortina sobre mí.
—No estoy molesto —respondí con honestidad—. Antes de casarnos éramos a