7. Heridas abiertas
Alessandro
Rechacé otra llamada de Deborah y lancé el teléfono sobre una de las cajas sin abrir y retomé el legajo de documentos que había dejado de firmar.
Al otro lado de la oficina, Mateo repasaba contratos, su cabello despeinado y las mangas arremangadas.
—¿Desde cuándo se te hizo costumbre ignorar a tu esposa? —preguntó sin levantar la vista de los papeles—. Lleva llamándote todo el día.
Me froté los ojos y me recosté en la silla que aún conservaba etiquetas de precio.
—Desde que llevo tres semanas sin dormir montando Quantum aquí y ya sabes lo que quiere de mí esta noche.
Mateo soltó una risa corta y me miró.
—Igual podrías hacer un esfuerzo. Los Lowe no son precisamente conocidos por su paciencia.
—Prefiero terminar de revisar lo que nos enviaron los japoneses antes de…
La frase murió en mi garganta al volver a ver la tarjeta de Roxana sobre el escritorio.
—Te vi susurrarle algo en el Centro. —La giré entre mis dedos—. Y ella cambió de expresión completamente. ¿Qué carajo le di