5. El peor error

Roxana

Subí al podio cuando el moderador terminó de leer mi biografía profesional y mis ojos recorrieron la sala por instinto hasta detenerse en Alessandro Di Marco, en la última fila. Observándome.

Respiré con calma. Miento. Desde que lo vi por la ventana del auto, el suelo se abrió bajo mis pies y olvidé todo lo que sabía. Yo, que intimidaba ejecutivos con mi precisión.

—El sector inmobiliario en la era digital presenta desafíos únicos —mi voz sonó extraña, ajena. Como si lo que decía no tuviera sentido.

Activé la primera diapositiva y el puntero láser tembló en mi mano mientras navegaba por gráficos de tendencias y explicaba cómo las propiedades sin adaptación digital perdían valor de mercado. O eso supuse, porque todo el tiempo sentía su mirada sobre mí.

Mi mente se dividió en dos: una parte recitaba la información como un autómata; la otra volvió a aquella noche en Ibiza. El recuerdo de cuando, agotada por todos mis problemas familiares, me permití ser solo Roxana por unas horas. Sin apellido, sin responsabilidades. Una chica bailando descalza en la playa con Alex; un desconocido de ojos oscuros e intensos.

—Como pueden ver en este gráfico —señalé, fijando mi atención solo en la primera fila de asistentes—, la valoración de propiedades de lujo ya no depende nada más de ubicación y materiales. Puesto que nuestros clientes ya no consideran la tecnología como un complemento, sino un elemento fundamental de valoración.

Eso captó la atención del público y me dio un respiro momentáneo.

Pero entonces cometí un error y mis ojos se deslizaron sin voluntad hacia Alessandro. Por un instante que pareció eterno, nuestras miradas se encontraron. Su expresión era indescifrable, lo que me obligó a apartar la vista y adelantar mis conclusiones como una novata.

Tenía miedo. No solo de él, sino de lo que su regreso a Milán significaba para mí.

Para recuperar el control, decidí arriesgarme.

—Los datos sugieren que estamos en un punto de inflexión donde las firmas más conservadoras del sector debemos reevaluar nuestra posición —declaré y, como pensé, murmullos sorprendidos recorrieron la sala—. Por supuesto, lucharemos por preservar nuestra identidad estética mientras adoptamos otras estrategias.

Acepté los aplausos con un asentimiento profesional y registré con una sonrisa frases como: «Domus innovando», «cambio de dirección», e « increíble» circulando entre los asistentes. Al menos como profesional, había logrado el impacto deseado, aunque podía asegurar que Francesco me llamaría a su despacho en cuanto se enterara.

Al descender del podio, divisé a Carmen Vidal avanzando hacia mí con ese entusiasmo desbordado que a veces pasaba por cariño y otras por invasión. Amiga íntima de mi suegra Giulia y directora de una revista de moda, era lo último que necesitaba ahora.

—¡Roxana! —la escuché llamarme y sonreí a la nada como si alguien más captara mi atención.

En un movimiento instintivo, cambié de dirección hacia la salida lateral y su voz se perdió entre el murmullo general cuando el aire fresco del jardín golpeó mi rostro acalorado.

* * *

Me refugié en una banca semioculta por arbustos floridos. Todavía me temblaban las manos cuando saqué dos pastillas para el dolor que se había instalado detrás de mis ojos.

Una gota de sudor se deslizó por mi sien y la herida, oculta bajo una curita, latía con un dolor sordo que se intensificaba a cada pulsación.

Intenté calmar mi respiración examinando el chat de padres de la escuela de Andrea, pero el correo de Claudia con más informes de Terra Nova lo impidió. Sin una solución inmediata, el proyecto fracasaría, arrastrando con él mi posición en Domus y la posibilidad de alejarme del imperio Di Marco.

El agua de la fuente me calmó apenas lo suficiente como para empezar a pensar en mis opciones. La imagen de Alessandro explicando sus sistemas de integración invisibles apareció en mi mente con nitidez dolorosa. Quantum podría salvar Terra Nova, pero no estaba segura del precio que tendría que pagar por ello.

Mi teléfono vibró con una llamada de mi asistente. Al ver a un grupo de ejecutivos de la competencia acercándose, me levanté y busqué mayor privacidad al otro lado de la fuente.

—Roxana, acabo de ver salir al representante del banco de la oficina del señor Di Marco —susurró Claudia con urgencia—. No parecía contento.

—¿Escuchaste algo? —pregunté con un nudo en la garganta.

—Hablaron sobre impedir la siguiente fase de financiación.

Cerré los ojos un momento.

—Y don Francesco llamó preguntando si tenía noticias tuyas —añadió Claudia—. Nunca lo había oído tan...

—¿Desesperado? —sugerí.

Terra Nova no era solo otro proyecto; era la última apuesta de Francesco por atraer a un segmento de mercado más joven que nunca había logrado conquistar. Por eso aprobó que Valentino lo liderara.

—¿Qué hago, Claudia? —murmuré más para mí misma que para ella.

El silencio que siguió me obligó a enfrentar la única respuesta posible. No estaba segura si era un acto de lucidez o estupidez, pero ordené:

—Prepara toda la documentación de Terra Nova para una propuesta y comunícame con Francesco.

—Dime, cariño —contestó mi suegro en tono cansino.

—¿Qué responderías si te digo que la respuesta a nuestros problemas depende de un trato con uno de tus enemigos?

Lo escuché suspirar con fuerza antes de decir:

—Justo ahora firmaría con el mismísimo Diablo, si eso levanta el proyecto. Haz lo que sea necesario, Roxana. Confío en ti.

Terminó la llamada y guardé el teléfono para ir al área de exposición. Las luces artificiales reemplazaron la claridad natural del jardín y me detuve a distancia prudente y observé cómo Alessandro explicaba a un cliente el funcionamiento de una maqueta interactiva.

Su voz tenía la misma cadencia que recordaba, segura, pero sin la arrogancia característica de los Di Marco. Cuando su socio lo relevó, avancé con determinación.

—Su tecnología es justo lo que buscaba —dije en tono profesional, evitando contacto visual prolongado.

Mantuve mi carpeta de documentos como una barrera física entre ambos.

—Gracias, señora Navarro —respondió Alessandro. El uso de mi apellido me obligó a mirarlo—. Su análisis sobre el mercado inmobiliario fue igual de preciso.

Me aclaré la garganta y sentí mi cara arder, pero mi actitud empeoró al ver a Mateo acercarse a nosotros con esa mirada escrutadora tan suya.

—Estoy interesada en discutir la posible implementación de su sistema en uno de nuestros proyectos.

—La directora financiera de Domus nos propone colaboración —comentó Mateo con un tono neutro que no revelaba si me seguía odiando como yo a él—. Interesante.

—¡Roxana, por fin!

La voz entusiasta de Carmen Vidal destruyó cualquier ilusión de control. Sentí que la sangre abandonaba mi rostro.

—¡Te he estado persiguiendo por todas partes! ¿Recibiste mi mensaje sobre el cumpleaños de Andrea? Lucas está emocionadísimo, ya tiene el regalo. ¡Diez años, qué impresionante!

La expresión de Alessandro cambió un poco al escuchar el nombre y preguntó con aparente interés.

—Es en unos días, ¿cierto?

Sus ojos se clavaron en los míos con una atención que me hizo contener la respiración.

—Sí, este sábado —respondí a regañadientes, lanzando una mirada desesperada a Carmen, que pareció ignorar.

—¡Es increíble lo rápido que pasa el tiempo! En fin...

—Me encantará verlos. Sobre la propuesta tecnológica… —interrumpí con esfuerzo evidente, intentando reconducir la conversación—, podríamos programar una reunión formal la próxima semana para discutir los detalles.

—Le propongo algo mejor —respondió Alessandro con una sonrisa—. Antes de comprometerme, me gustaría reunirme con su jefe en un terreno más neutral.

Hizo una pausa que me pareció infinita.

—Aprovecharé el festejo familiar, si no tiene inconveniente. Será una excelente oportunidad para discutir negocios... y felicitar a mi sobrino.

La facilidad con que se autoinvitó y cambió mi propuesta me dejó estupefacta. Porque de todos los escenarios imaginables, el obligar a Francesco a compartir una fiesta familiar con el hijo que desheredó y llamó traidor y que este salvara su empresa, era el peor.

Pero ahí estaba yo, asintiendo y estrechando su mano con una firmeza que no tenía en absoluto. Sentí el latigazo en la nuca, como si mi cuerpo supiera que acababa de sellar mi sentencia. Y aun así, mantuve la sonrisa.

Carmen se lo llevó para proponerle un artículo y Mateo se inclinó ligeramente hacia mí y susurró:

—Nuestro acuerdo sigue en pie, ¿verdad?

Ni siquiera respondí. Me giré, luchando para contener las lágrimas en mis ojos. Sus palabras me persiguieron mientras me alejaba del stand con pasos mecánicos que no revelaban el caos absoluto en mi interior.

Estaba por pedir un taxi cuando Luigi agitó los brazos para que lo viera al lado de la camioneta de Valentino. Aun así le di la espalda por un momento y marqué el número de Lucía con dedos temblorosos.

—Acabo de cometer el peor error de mi vida —dije apenas contestó.

Diez años guardando con celo este secreto ponía mi destino y el de los míos pendiendo de un hilo, y solo ella entendía lo que estaba en juego.

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App