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4. Interferencias

Alessandro

Bajé del escenario entre aplausos, con la adrenalina post-presentación en mi pecho. Estreché manos y recibí varias felicitaciones; mis ojos recorrieron el vestíbulo buscando a Roxana. La encontré a lo lejos, cerca de la mesa de café, conversando con un hombre mayor y me dirigí a ellos.

Mi teléfono vibró en el bolsillo con la quinta llamada de Deborah desde que salí de casa, después de rehusarme a seguir con la misma discusión. Dudé en responder, pero tras un suspiro resignado, deslicé el dedo y me alejé hacia un rincón más tranquilo.

—Alessandro, por fin —su voz sonaba tensa—. ¿A qué hora pasarás por mí? Li Ann está esperando confirmación y Clarence y Madeleine ya están en camino.

Cerré los ojos un segundo. La exposición. Lo había olvidado por completo.

—Deborah, me temo que no podré ir temprano. Te alcanzaré cuando termine aquí.

—¿En serio? —La irritación en su voz escaló a indignación—. Me lo prometiste.

—Lo sé e iré, pero surgieron asuntos importantes —respondí, mirando hacia donde Roxana seguía conversando—. Estaré allí a las nueve, al terminar la reunión con los japoneses.

—Siempre es lo mismo, Alessandro. Me prometiste que al concluir tus proyectos tendrías más tiempo, igual que tras mudarnos. Me hiciste dejar Londres con la promesa de que nada cambiaría. Ya sacrifiqué suficiente por tu empresa.

—Si no fuera por Quantum, no tendrías esa galería que tanto amas —contraataqué, bajando la voz pero sin ceder un ápice—. Ni tus padres podrían seguir recorriendo el mundo como si el dinero cayera del cielo.

Un silencio helado precedió su respuesta.

—No te atrevas a mencionar a mis padres —siseó—. No después de cómo te han apoyado desde el principio.

—Y les devuelvo el favor cada mes. Con intereses —respondí, arrepentido al instante por mi tono mezquino, pero incapaz de retractarme.

El silencio al otro lado fue gélido.

—Quizá cuando vuelvas a casa, ya no me encuentres aquí.

—Será tu decisión romper ese acuerdo, no la mía —respondí, sorprendido por mi propia frialdad.

Corté la llamada y guardé el teléfono, ignorando cuando volvió a vibrar segundos después. Respiré hondo e intenté calmar la frustración que me dejó la discusión mientras volvía al bullicio del evento.

—¡Alessandro Di Marco! —una voz resonó a mi espalda—. Brillante presentación, muchacho.

Me giré para encontrar al antiguo socio de mi padre. Su sonrisa cordial contrastaba con sus ojos calculadores.

—Gracias, Valerio. No esperaba verte aquí.

—Los viejos también nos interesamos por lo «trend», como dice mi hija —rió, dándome una palmada en el hombro—. Francesco debe estar orgulloso.

Tensé la mandíbula.

—Lo dudo mucho —murmuré.

—Las cosas no van bien en Domus, Alex —bajó la voz—. Pero supongo que por algo volviste, ¿no es así? A Diana le encantará saberlo, así que reserva un fin de semana para comer con nosotros. Francesco

El comentario captó mi atención más de lo que quise demostrar. Mantuve mi expresión neutra, pero mi mente comenzó a analizar las implicaciones. Antes de responder, Mateo apareció a mi lado como un salvavidas.

—Alessandro, tenemos esa reunión en cinco minutos —intervino con perfecta sincronía—. Disculpa, el deber llama.

Valerio aceptó la excusa y nos despedimos con la promesa de ponernos en contacto pronto.

* * *

—Diez minutos en Milán y ya todos creen que vienes a salvar el barco familiar. —Mateo soltó una carcajada cuando doblamos la esquina.

Sonreí con ironía hasta que mi teléfono vibró con un mensaje nuevo de Deborah que ignoré.

—Quantum es mi única prioridad y lo sabes.

Al doblar la esquina hacia el Auditorio B, no vi a la mujer que venía en dirección contraria. El impacto fue inevitable. Sus documentos volaron por el aire, esparciéndose sobre el suelo de mármol justo cuando un grupo de ejecutivos pasaba junto a nosotros.

—Lo siento mucho —me disculpé, y me agaché con rapidez para recoger sus papeles.

—Mire por dónde va la próxima vez —respondió ella con voz tensa al mismo tiempo en que rescató lo que parecían gráficos de presentación.

—Este debe ser el día de los accidentes —comentó uno de ellos con tono burlón—. Hace poco vi dos autos chocados frente al Centro.

—Sí, con esa suerte, esa persona mejor no se hubiera atrevido a bajarse de la cama.

Fruncí el ceño. En el mundo de los negocios, todos usaban máscaras y esta sinceridad directa me molestó al principio, pero me gustó su honestidad. Era como tratar con alguien real por primera vez en mucho tiempo

Mi teléfono volvió a vibrar mientras recogía los últimos papeles. Rechacé la llamada de Deborah y escribí un mensaje cortante:

«Ocupado. Deja de llamar».

Mateo se arrodilló junto a mí para ayudar con los documentos.

—Escuché a unos tipos en el baño hablando de «La Pantera» de Domus —murmuró y señaló con los labios el camino tomado por mi cuñada—. Por lo que parece, es la única que ha intentado modernizar algo en esa empresa.

Ya de pie, consulté el programa que había recogido del suelo.

—Sector inmobiliario en la era digital: Perspectivas financieras —leí en voz alta—. Podría revelar qué tan mal están las cosas.

Mateo arqueó una ceja con evidente escepticismo.

—Así que ahora te interesa Domus como cliente potencial —dijo—. Curioso cambio para alguien que juró nunca volver a tener nada que ver con ellos.

—No es Domus lo que me interesa —le di un ligero codazo al avanzar hacia el auditorio—. Es identificar oportunidades. Si están en crisis, como dice Valerio, podrían necesitar justo lo que ofrecemos.

—Y te vas a perder la fiesta con Clarence y Madeleine por esto. —Mateo negó con la cabeza en fingida decepción—. Deborah va a matarte.

—Ve tú si quieres —sonreí—. Li Ann estará encantada de tenerte como voluntario para su demostración.

—Valor tengo —Mateo rio—, pero no tanta estupidez.

Nos acercamos a las puertas del auditorio cuando mi mejor amigo me detuvo con una mano en el hombro.

—Solo asegúrate de que esta vez no acabes exiliado en otro país —advirtió con la seriedad que mostraba cuando le preocupaba algo—. Te costó demasiado construir Quantum como para arriesgarla por una vendetta familiar.

Me detuve y lo miré con determinación.

—Esta vez no vengo a cambiar Domus. Sino a aprovechar que no lo hicieron.

Tomé asiento en la última fila y silencié mi teléfono. Cuando Roxana subió al podio, las palabras de Valerio sobre los problemas en Domus resonaron en mi mente junto con el título de la presentación. Todo encajaba: la empresa al fin estaba reconociendo la necesidad de adaptación. No pude evitar ver una potencial alianza estratégica formándose, una donde Quantum podría entrar al mercado inmobiliario por la puerta que mi propia familia me había cerrado años atrás.

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