Lilia escapó a México con el corazón roto y una nueva vida en su vientre, decidida a empezar de cero. Pero por necesidad, años mas tarde decide regresar a Nueva York donde todo había comenzado, pero lo único que encuentra es acoso por parte de su asqueroso jefe. Hasta que Él aparece. Alexander Blake, el CEO de la empresa, la salva de una situación humillante… y le propone algo impensado: convertirse en su familia de alquiler. Un contrato frío. Una mentira perfecta. ¿Pero qué pasa cuando la mentira empieza a sentirse más real que cualquier verdad?
Leer másLilia había bebido más de la cuenta. Intentaba ahogar su dolor en el alcohol, borrar la imagen imborrable de su prometido haciendo el amor con su mejor amiga...
Cerca del amanecer, con el corazón destrozado y la rabia ardiente en el pecho, salió del bar en el que se encontraba bebiendo, tropezando con la helada madrugada de Nueva York. Caminaba sin rumbo, tambaleándose, con las mejillas húmedas y el alma hecha pedazos.
Y entonces sucedió.
Sin darse cuenta, chocó contra algo —o mejor dicho, alguien—. Un muro firme y cálido cubierto por una chaqueta de cuero negro, con un olor sutil entre tabaco y perfume, que a Lilia le pareció irresistible. Un cuerpo masculino. Unos brazos fuertes la sujetaron por los hombros antes de que cayera.
—Oye, ten más cuidado —dijo una voz grave, profunda… sensual.
Ella alzó el rostro, con la vista nublada por las lágrimas y el alcohol. Lo vio. No de forma muy clara, pero de algo si estaba segura.
Era, sin lugar a dudas, el hombre más atractivo que había visto en su vida. De facciones marcadas, ojos intensos y una presencia que le robó el aliento. Y, sin pensarlo dos veces —tal vez por efecto del alcohol, de la humillación, o simplemente porque ya no le importaba nada—, se impulsó hacia él… y lo besó.
Él se apartó al principio, sorprendido por el atrevimiento.
—¿Acaso no eres hombre? —le soltó ella con una sonrisa retadora, la voz cargada de rabia y despecho.
Él frunció el ceño. También había bebido, aunque no tanto como ella. Algo en sus ojos cambió. Sin decir nada más, la atrajo de nuevo hacia sí y la besó con una intensidad abrasadora.
Todo sucedió tan rápido. No supo cómo, pero en cuestión de minutos, ya estaban dentro de un auto lujoso, y luego… en la habitación de un hotel elegante.
No le importó nada de eso… Solo quería huir de la realidad.
Los besos se volvieron más urgentes, cargados de deseo. Él dejó un rastro húmedo por el cuello largo y esbelto de Lilia, mientras sus manos, ansiosas, le despojaban de la ropa sin pedir permiso. Ella, sin pudor ni vergüenza, le desabrochó el pantalón y acarició su virilidad con audacia, arrancándole un gemido que se perdió entre sus labios.
Él descendió hacia sus senos, succionándolos con fuerza, arrancándole un suspiro entre placer y dolor. La recostó sobre la cama, y con sus manos grandes y cálidas, comenzó a explorar su cuerpo, bajando lentamente hasta acariciarla en su centro. Al principio suave, luego más rápido, siguiendo el ritmo de su respiración entrecortada.
Cuando ella estuvo al borde del clímax, él se posicionó encima… y la penetró sin preámbulos.
Pero entonces, se detuvo por un instante. Sintió la resistencia. Una barrera que no esperaba. La sorpresa lo tensó, pero ella no dijo nada. Solo se arqueó de dolor, apretando los ojos, y luego, con cada embestida, el dolor fue cediendo hasta convertirse en placer puro.
Fue una noche intensa. Salvaje e Irreal. Una mezcla de rabia, deseo y fuga emocional.
Y al llegar el amanecer… vacío.
Lilia despertó sola en la enorme cama de sábanas blancas. Su cuerpo cubierto de pequeñas marcas, chupetones oscuros que recorrían su cuello, su pecho, sus muslos. El dolor de cabeza era insoportable, y el aire tenía un olor ajeno, elegante y distante. No había señales de él. Ni un nombre. Ni una nota. Solo el recuerdo brumoso de una noche de lujuria… y una sensación punzante en el alma.
Alexander llegó a su departamento pasada la medianoche. Había regresado a la empresa después de dejar a Lilia en su casa, Intentó trabajar, pero no se concentró. Dejó las llaves sobre la mesa y se desabotonó la camisa con un suspiro pesado, como si cargara un peso imposible de soltar. Se sirvió un vaso de whisky, pero ni siquiera pudo terminarlo; el ardor del licor no era nada comparado con el fuego que aún le recorría el cuerpo.Se recostó en el sofá, apoyando la cabeza hacia atrás, intentando olvidar… pero la imagen de Lilia lo perseguía sin tregua: su respiración agitada, el rubor en sus mejillas, sus labios suaves entreabiertos bajo los suyos.—Maldita sea… —murmuró apretando los puños.Él no era un hombre que perdiera el control. En la junta, en la empresa, en la vida… siempre imponía orden, siempre marcaba el ritmo. Pero bastó un roce con ella para que su mundo se tambaleara. La había presionado contra la pared como un adolescente sin freno, y lo peor es que aún podía sentir el
Alexander tomó la barbilla de Lilia con suavidad, obligándola a mirarlo a los ojos. Ella, instintivamente, retrocedió hasta quedar contra la pared, atrapada sin posibilidad de escapar. El aire entre ellos se volvió denso, cargado de una tensión que casi podía tocarse.Él comenzó a inclinarse lentamente hacia ella, y Lilia, con el corazón desbocado, cerró los ojos como si quisiera prepararse para lo inevitable. Primero sintió un roce leve, apenas perceptible, que bastó para encender una chispa eléctrica que recorrió sus cuerpos. Alexander volvió a besarla, esta vez con más firmeza, provocando que los labios de Lilia se entreabrieran. Su lengua se abrió paso, y ella jadeó en respuesta, rindiéndose al contacto.El beso se intensificó, transformándose en una danza frenética de lenguas y respiraciones entrecortadas. Alexander bajó la mano hasta su cintura, pegándola con fuerza contra la pared, como si quisiera fundirse con ella. El calor los envolvía, y Lilia sintió su cuerpo temblar cuand
A la mañana siguiente, Lilia llegó muy temprano, como de costumbre, a la empresa. Vestía impecablemente: blusa blanca perfectamente planchada, falda lápiz negra y tacones discretos que realzaban su porte elegante. Un maquillaje sutil resaltaba sus rasgos, dándole la imagen de una ejecutiva segura de sí misma. Pero, por dentro, su alma era un completo caos.Se concentraba en revisar unos documentos sobre su escritorio cuando escuchó el característico “ding” del elevador. Levantó apenas la vista y lo vio abrirse… para dejar salir a un Alexander impecablemente vestido, con un traje azul marino que parecía hecho a su medida y ese aire de autoridad natural que lo envolvía.A Lilia casi se le salió el corazón del pecho.Virgen santísima… pensó, tragando saliva. Es guapísimo… Y más aún después de la propuesta del día anterior. Aunque supiera que era un acuerdo falso —algo que su corazón repetía con tristeza—, él lograba alterarle hasta el último cabello. Ese hombre parecía haber sido tallado
El resto del día transcurrió con una calma tensa. Alexander evitó buscar el contacto visual con Lilia. Necesitaba mantener la compostura, pero la escena del café seguía repitiéndose en su cabeza una y otra vez.A pesar de eso, todo en la oficina continuó con aparente normalidad. Al final de la jornada, mientras Lilia recogía sus cosas para salir, Alexander se acercó a su escritorio con las manos en los bolsillos y el rostro serio.—Lilia —dijo con esa voz grave que la hacía enderezarse de inmediato—. Esta noche necesito hablar contigo. Te veré en el café Sol y Luna, a las siete.—¿En el café? —preguntó ella, sorprendida.—Sí. Es un lugar más privado. Hay cosas que no puedo tratar aquí —agregó, sin dar más explicaciones, y luego se alejó sin esperar respuesta.Lilia se quedó paralizada unos segundos. Su mente comenzó a correr a mil por hora."Un lugar más privado… cosas que no puede tratar aquí… ¿Acaso hice algo mal? ¿Está molesto? ¿Fue por el accidente con el café? ¿O tal vez por lo q
Al día siguiente, en la empresa…Alexander llegó más temprano de lo habitual, impecablemente vestido, con el rostro serio y un aura más tensa de lo normal. Había dormido poco.Caminó por el pasillo principal de las oficinas ejecutivas. Todos se cuadraban a su paso, saludándolo con respeto. Pero él apenas respondía con una leve inclinación de cabeza. Estaba distraído.Al pasar frente a la oficina de ella, la vio sentada frente a su escritorio, revisando unos documentos. Lilia levantó la mirada al sentir su presencia. Sus ojos se cruzaron por una fracción de segundo.—Buenos días, jefe —saludó ella, con una pequeña sonrisa profesional.Alexander sintió que el estómago se le encogía. Su voz… su rostro... la imagen de la noche anterior volvió como un golpe certero.—Buenos días —respondió él, seco, sin detenerse.Siguió caminando rumbo a su oficina, pero al llegar a la puerta, dudó. Se detuvo. Miró hacia atrás, como si algo lo empujara a regresar y hablar con ella. Decirle… ¿qué? ¿Que no
El desayuno transcurría con normalidad. Alexander se había reunido con un inversor europeo y, como siempre, Lilia se mantenía cerca, pendiente de cada detalle logístico y tomando nota de los puntos clave. Todo parecía fluir sin contratiempos, hasta que uno de los asistentes se acercó a Alexander con discreción.—Señor Blake, el representante de la familia real de Jaipur está listo para reunirse con usted. No estaba en la agenda, pero ha solicitado unos minutos de su tiempo.Alexander asintió sin mostrar sorpresa. Sabía que aquella familia era una potencia silenciosa en el sector energético del este, y si habían venido a él, debía escucharlos.Minutos después, en una sala privada del hotel, fue recibido por Rajendra Singh, un hombre elegante y sobrio, acompañado por dos asistentes. El saludo fue formal, directo, sin rodeos innecesarios.—Señor Blake —comenzó Rajendra—, agradecemos que nos reciba con tan poco aviso. Nuestra familia está impulsando el proyecto “Shakti Nadi”, una expansió
Último capítulo