Alexander notó el temblor sutil en las manos de Lilia, la duda en sus ojos, el miedo que aún no se marchaba por completo. Sabía que no podía presionarla más de lo necesario. Esto tenía que nacer de ella.
Metió la mano en el bolsillo interior de su saco y sacó una tarjeta.
—Aquí está mi número directo —dijo, entregándosela con suavidad—. Y necesito que me des el tuyo, si estás de acuerdo.
Lilia dudó unos segundos antes de tomar la tarjeta. Su pulgar rozó el borde, como si le costara aceptarla, como si al hacerlo, estuviera sella