23. Un si aunque no tan real
A la mañana siguiente, Lilia llegó muy temprano, como de costumbre, a la empresa. Vestía impecablemente: blusa blanca perfectamente planchada, falda lápiz negra y tacones discretos que realzaban su porte elegante. Un maquillaje sutil resaltaba sus rasgos, dándole la imagen de una ejecutiva segura de sí misma. Pero, por dentro, su alma era un completo caos.
Se concentraba en revisar unos documentos sobre su escritorio cuando escuchó el característico “ding” del elevador. Levantó apenas la vista y lo vio abrirse… para dejar salir a un Alexander impecablemente vestido, con un traje azul marino que parecía hecho a su medida y ese aire de autoridad natural que lo envolvía.
A Lilia casi se le salió el corazón del pecho.
Virgen santísima… pensó, tragando saliva. Es guapísimo… Y más aún después de la propuesta del día anterior. Aunque supiera que era un acuerdo falso —algo que su corazón repetía con tristeza—, él lograba alterarle hasta el último cabello. Ese hombre parecía haber sido tallado