25. Mentes sincronizadas… cuerpos que se desean
Alexander llegó a su departamento pasada la medianoche. Había regresado a la empresa después de dejar a Lilia en su casa, Intentó trabajar, pero no se concentró. Dejó las llaves sobre la mesa y se desabotonó la camisa con un suspiro pesado, como si cargara un peso imposible de soltar. Se sirvió un vaso de whisky, pero ni siquiera pudo terminarlo; el ardor del licor no era nada comparado con el fuego que aún le recorría el cuerpo.
Se recostó en el sofá, apoyando la cabeza hacia atrás, intentando olvidar… pero la imagen de Lilia lo perseguía sin tregua: su respiración agitada, el rubor en sus mejillas, sus labios suaves entreabiertos bajo los suyos.
—Maldita sea… —murmuró apretando los puños.
Él no era un hombre que perdiera el control. En la junta, en la empresa, en la vida… siempre imponía orden, siempre marcaba el ritmo. Pero bastó un roce con ella para que su mundo se tambaleara. La había presionado contra la pared como un adolescente sin freno, y lo peor es que aún podía sentir el