Un día que parecía rutinario para Kisa Maidana cambia drásticamente cuando encuentra a una niña desesperada que le pide ayuda para su padre, quien parece inconsciente dentro de su auto. Kisa, sin dudarlo, auxilia a la pequeña Coral y llama a emergencias. El hombre, identificado como Royal Fankhauser, un poderoso CEO, es trasladado al hospital en estado crítico. Mientras los médicos intentan reanimarlo, Kisa permanece con Coral, ofreciéndole apoyo emocional y consuelo en medio de la incertidumbre. Royal es declarado muerto debido a la ausencia de signos vitales y es trasladado al área forense. Sin embargo, lo inesperado ocurre: despierta debido a que sufre de un extraño trastorno llamado catalepsia, que lo dejó en un estado que simulaba la muerte, un secreto que había guardado celosamente. A pesar de su recuperación, un malentendido desata el caos. Royal acusa a Kisa de intento de secuestro y violencia tras encontrar inexplicables moretones en el cuerpo de Coral. Kisa termina en la cárcel, enfrentándose a las consecuencias de una situación que nunca buscó. Sin embargo, Coral se había encariñado profundamente con Kisa, viendo en ella una figura protectora y maternal. Cuando Royal descubre su error y el papel crucial de Kisa en proteger a su hija, se ve obligado a disculparse. Más allá de eso, el CEO ve en ella la oportunidad de darle a Coral algo que le falta: una madre. Entre disculpas, propuestas y nuevos desafíos, Royal le ofrece un trato a Kisa, planteándose un futuro inesperado en el que ella no solo se convertiría en la tutora de Coral, sino también, quizás, en algo más. ¿Aceptará Kisa formar parte de la vida de Royal y Coral, o las diferencias entre ellos serán un obstáculo insuperable?
Leer másEra un día soleado cuando Kisa caminaba por la calle en dirección a la parada de autobús, intentando calmar los nervios que le retumbaban en el pecho. Llevaba puesta una falda elegante y una camisa blanca de vestir, buscando proyectar un aire profesional pero cómodo. En sus manos llevaba una carpeta, con todos sus documentos importantes apretados con fuerza contra su pecho. Cada tanto, sus dedos tamborileaban sobre la cubierta, como si la presión de sostenerla la ayudara a mantenerse enfocada.
"Mi nombre es Kisa Maidana, tengo 23 años…" murmuraba en voz baja, repasando en su cabeza cómo iba a presentarse. Se repetía una y otra vez sus respuestas, practicando cómo sonaría todo: desde la presentación hasta la explicación de sus habilidades y de por qué creía que podía aportar algo a esa empresa tan distinguida.
No se había hecho muchas ilusiones cuando envió su solicitud en el área de "gestión de llamadas" en la prestigiosa empresa automotriz "Fankhauser Aether Motors". Honestamente, pensó que una llamada de vuelta era poco probable. Pero cuando la contactaron para una entrevista, se quedó tan sorprendida que apenas pudo balbucear su agradecimiento. Ahora estaba ahí, camino a esa oportunidad, con el corazón latiendo rápido y las manos un poco frías.
«Respira, Kisa. No te pongas más nerviosa. Solo… sé tú misma», se dijo, aunque la tranquilidad que intentaba darse no era tan fácil de alcanzar.
Tan absorta iba en sus pensamientos que no se dio cuenta de que alguien pequeño se acercaba a su lado. Sintió un tirón en la falda, algo que la hizo dar un respingo y dio un paso atrás con el corazón en la garganta. Bajó la vista rápidamente, con su mente aún en el modo de "entrevista importante", para encontrarse con una niña pequeña que la miraba con los ojos llenos de lágrimas.
La niña sollozaba tanto que apenas lograba mantenerse en pie. Sus mejillas estaban húmedas, la nariz roja, y su respiración era un jadeo entrecortado.
Kisa se agachó sin pensarlo, quedando a la altura de la pequeña, y le habló con la voz más suave que pudo.
—Oye, ¿qué pasa, preciosa? —preguntó, intentando no asustarla más—. ¿Por qué estás llorando?
La niña se secó las lágrimas con el dorso de la mano, aunque seguían brotando más.
—Por favor… necesito que me ayude.
Kisa sintió el corazón encogérsele al ver la angustia en la cara de la niña. Tenía los ojos hinchados de tanto llorar y la nariz le goteaba un poco. La tomó suavemente de los hombros, tratando de infundirle seguridad.
—Claro, mi amor, claro que te ayudo —le respondió con dulzura—. Dime, ¿qué pasa? ¿Estás perdida?
La niña negó con la cabeza rápidamente, tragando saliva y tratando de recuperar el aliento.
—No… es mi papá. No se mueve. Está en el auto… y… no despierta.
Kisa sintió un escalofrío. Mantuvo la calma por la niña, pero su mente se activó al instante, procesando las palabras de la pequeña. Le dio una palmadita en el hombro y le sonrió con ternura, procurando que ella se sintiera segura.
—Muy bien, vamos a ver cómo está tu papá, ¿sí? No te preocupes, yo te ayudo.
Kisa caminó con paso decidido hacia el auto señalado por la niña, aunque en cada paso sentía que el corazón le latía más rápido. La pequeña, que había envuelto sus brazos alrededor de la pierna de Kisa como si fuera su ancla al mundo, la seguía con cada movimiento. Kisa, con la carpeta aún bajo el brazo, sentía el peso de la responsabilidad cayendo sobre sus hombros.
Cuando llegaron al vehículo, notó que las ventanas estaban completamente cerradas. Era un auto oscuro, de esos que se veían caros y bien cuidados. Se inclinó hacia la puerta del piloto y, al probar el tirador, esta se abrió con facilidad. Una pequeña ráfaga de aire denso salió del auto, lo que hizo que Kisa retrocediera un poco antes de asomarse.
Ahí estaba el hombre. Vestía un traje impecable, con una corbata floja en el cuello y la cabeza recostada contra el respaldo del asiento. Tenía los ojos cerrados, su rostro estaba pálido, y aunque sus labios conservaban algo de color, no parecía suficiente.
Kisa tragó saliva, sintiendo un nudo en el estómago. No era doctora ni tenía idea de primeros auxilios, pero algo en la escena no se sentía bien. Era evidente que le sucedía algo malo.
—Señor —articuló con voz firme, inclinándose levemente hacia él—. Señor, ¿me escucha?
Nada. Ni un parpadeo, ni un movimiento.
El corazón de Kisa comenzó a acelerarse nuevamente. Se acercó más, esta vez alargando la mano con cautela. Dudó un segundo antes de colocarla sobre su frente, pero lo hizo para percibir su temperatura y se asustó al darse cuenta de que su piel estaba fría. No helada, pero lo suficiente como para que el pánico empezara a asomarse en el pecho de Kisa. Dio un paso atrás, llevándose la mano al pecho para tranquilizarse mientras intentaba procesar lo que veía.
Miró hacia abajo, encontrándose con los ojos llorosos de la niña que aún estaba pegada a su pierna. Se agachó rápidamente para estar a su altura y le habló con cuidado, tratando de mantener la calma.
—Cariño, ¿puedes decirme cuánto tiempo ha estado tu papá así?
La niña se mordió el labio, limpiándose los ojos con la manga de su saquito mientras trataba de hablar entre pequeños sollozos. Llevaba puesto un uniforme escolar, por lo que Kisa dedujo que salían de la escuela, o iban para allá.
—Desde hace... hace un rato. Yo… yo le decía que se despertara, pero no… no quería despertar.
Kisa respiró hondo y asintió, acariciándole el cabello para tranquilizarla.
—Hiciste muy bien en buscar ayuda, preciosa. Ahora dime, ¿tu papá dijo algo antes de que esto pasara? ¿Se sintió mal? ¿Hizo algo raro?
La niña asintió con la cabeza, frotándose la nariz roja antes de hablar con su vocecita temblorosa.
—Dijo… dijo que se sentía mal. Así… como que la cabeza le daba vueltas. Y entonces paró el coche aquí.
—Muy bien. ¿Y después? —preguntó Kisa suavemente, animándola a continuar.
—Empezó a respirar feo, así como… —la niña inhaló y exhaló ruidosamente, imitando el sonido que había escuchado—. Y se quedó quieto.
El pecho de Kisa se apretó. La situación era peor de lo que había imaginado y cada detalle que la niña compartía hacía que la urgencia creciera. Miró hacia el auto y luego hacia la pequeña, que la observaba con esperanza, como si Kisa pudiera resolverlo todo.
—Está bien, cariño. Estás conmigo ahora y vamos a hacer todo lo posible por ayudar a tu papá, ¿sí? —le aseguró, aunque por dentro sentía cómo su propia ansiedad crecía.
El Presidente de Mireth Capital se quedó observándolos con detenimiento.—Hubiera preferido saber esto de antemano… antes de firmar la alianza.Richard no bajó la mirada, no titubeó.—A decir verdad, cuando firmamos la alianza todavía no estábamos comprometidos —respondió con serenidad—. Nuestra relación se formalizó después de eso. Yo no puedo dejar ir a una gran mujer por asuntos de empresa. Mi empresa es muy importante para mí, pero Marfil también lo es.—Como ya le comenté, no estoy buscando sabotear su relación, y no estoy haciendo esto para fastidiarlos. Lo que quiero es proteger el prestigio de mi empresa. Todo lo que he construido me ha costado mucho trabajo, y todavía tengo la intención de seguir creciendo, de subir más alto. Si esos rumores empiezan a generar algún problema, todo mi esfuerzo se vendría abajo.Richard asintió con respeto.—Lo entiendo perfectamente —dijo—. Pero le aseguro que no estamos buscando crear ningún tipo de problema a su empresa. Por mi cuenta corre,
Durante los siguientes meses, la relación entre Marfil y Richard se movía en dos mundos completamente distintos.Dentro de la empresa, eran dos ejecutivos más. Profesionales, reservados y cautelosos. No cruzaban palabra alguna que no estuviera relacionada estrictamente con el trabajo. No tomaban café juntos, no coincidían por accidente en los pasillos, y mucho menos eran vistos intercambiando alguna risa o gesto demasiado familiar. Habían acordado tácitamente mantener las apariencias. Ambos sabían lo delicado que podía ser, pero a pesar de todo ese esfuerzo, había algo que no podían evitar: las miradas.A veces, al coincidir en una reunión o durante una presentación, se encontraban con la mirada del otro y sus ojos se quedaban allí un segundo más de lo prudente. A veces, una leve sonrisa se escapaba. Era apenas una curva sutil en los labios, pero suficiente para que el corazón se agitara. Era ese tipo de lenguaje silencioso que solo dos personas que se han visto en la intimidad pueden
Cuando Marfil escuchó los suaves golpes en la puerta, su corazón se aceleró un poco. Caminó con paso sereno hasta abrir, y allí estaba Richard, con una chaqueta ligera y una botella de vino blanco en la mano. —Hola —articuló él con una ligera sonrisa.—Hola —respondió ella, esbozando una sonrisa cálida al ver la botella—. ¿Vino blanco?—No quería llegar con las manos vacías —replicó.—De acuerdo —soltó una risa nasal—. Pasa, por favor —le hizo un gesto para entrar, y él cruzó el umbral.Marfil lo guió hasta el comedor, una zona integrada con la cocina, donde todo estaba ordenado e iluminado con una luz suave y agradable. Sobre la mesa ya estaban colocados los platos, las copas y los cubiertos.Richard dio una rápida mirada al entorno, reconociendo en cada detalle el estilo de ella.—¿Tienes hambre? —preguntó Marfil—. Porque preparé algo para cenar.Richard dejó la botella sobre la mesa.—Sí, a decir verdad, sí. ¿Acabas de decir que tú preparaste algo?—Sí —respondió ella con una lige
El sol se filtraba con suavidad por las rendijas de las cortinas, tiñendo la habitación de un dorado suave. Marfil abrió los ojos lentamente, aún envuelta en el calor de las sábanas, desorientada al principio, como si su cuerpo no terminara de entender dónde estaba. Pero no tardó en recordar. Sintió el roce cálido de un brazo masculino rodeándole la cintura, el pulso lento de alguien aún dormido junto a ella. Giró la cabeza con suavidad, y ahí estaba él.Richard dormía con el rostro relajado. Durante unos segundos, Marfil lo observó en silencio, como si su mente intentara encontrar sentido a lo que había pasado. Todo le parecía tan irreal. Se sentía a la vez plena y confundida, como si algo muy importante hubiera ocurrido y no supiera cómo lidiar con ello.Intentó moverse despacio, con cuidado, para no despertarlo, pero cuando apenas se había incorporado un poco, la voz grave de Richard rompió el silencio.—¿Ya te vas?Ella lo miró sorprendida. Él mantenía los ojos entreabiertos y la
A las nueve en punto, Richard se presentó frente a la habitación de Marfil. Tocó con suavidad y esperó apenas unos segundos antes de que la puerta se abriera. Cuando ella apareció en el umbral, Richard se quedó inmóvil.Marfil estaba deslumbrante. Llevaba un vestido elegante, pero no excesivamente formal. Tenía un aire sofisticado, pero también natural, como si no hubiera hecho mucho esfuerzo y aun así hubiera conseguido esa imagen perfecta. Su cabello suelto enmarcaba su rostro con delicadeza, y había algo en su forma de mirarlo, algo sereno y al mismo tiempo poderoso, que lo dejó sin palabras por un instante.Finalmente, Richard recobró el aliento y esbozó una leve sonrisa.—Te ves muy bien —dijo con sinceridad.Marfil bajó la mirada un segundo, con una sonrisa tímida.—Y tú te ves bastante elegante. Me gusta. Siempre me gustó cómo te queda la camisa y el traje.Richard solo sonrió en silencio, y, con un gesto galante, extendió su brazo para que ella se enlazara de él. Ella lo hizo
La ciudad que los recibiría tenía un aire de modernidad europea, llena de luces elegantes y rascacielos de cristal que se elevaban sobre un cielo nublado. El congreso internacional sobre innovación empresarial y alianzas globales se celebraba en uno de los centros más prestigiosos de la región. Empresas de diferentes países habían sido invitadas, y tanto Mireth Capital como Voltranus Corporation recibieron su respectiva convocatoria. No era necesaria la participación directa de los presidentes, sino que podían enviar a un representante de la empresa.En Mireth Capital, el equipo ejecutivo decidió enviar a Marfil, no solo por su capacidad oratoria y su manejo impecable del lenguaje corporativo, sino porque ella representaba el perfil moderno que la empresa quería proyectar ante los nuevos inversionistas internacionales. Ella podría fácilmente socializar con futuros clientes o aliados.Fue una decisión lógica. Ella aceptó con profesionalismo, aunque en su interior sintió que aquel viaje
Último capítulo