Lilia respiró hondo frente al espejo antes de salir. Había dejado a Luna en su primer día de adaptación en la guardería. Aunque le dolía separarse de su hija, sabía que ese paso era necesario. Hoy comenzaba su nueva vida.
Subió al piso dieciséis, donde estaban ubicados los talleres de diseño. El ambiente era moderno y luminoso, con mesas de trabajo, rollos de tela y bocetos colgados por todas partes. La coordinadora le asignó un espacio cerca de la ventana y le entregó algunos planos para comenzar.
Lilia se sumergía en su tarea, intentando concentrarse, cuando la voz metálica del altavoz resonó por toda la planta:
—Lilia Herrera, preséntese a la oficina del señor Ramírez. Piso dieciséis, ala administrativa.
El silencio fue inmediato… y luego vinieron los murmullos.
—Ya sabemos quién va a ascender pronto, —soltó una de las chicas, en tono venenoso.
—Con esa cara bonita, obvio que la mandaron a llamar, —añadió otra con desdén.
Ya sabemos quién es su nuevo juguete, —añadió otra voz.
—La nueva ni ha cumplido una semana y ya va directo a la oficina del jefe… qué eficiente, —remató una voz masculina con burla.
Lilia sintió cómo la sangre se le subía al rostro. Se obligó a no responder, a no mirar a nadie. Se levantó lentamente, con los dedos crispados y el corazón acelerado.
Caminar hacia el ala administrativa se le hizo eterno. Cuando llegó a la puerta del despacho del gerente tocó suavemente.
—¿Me llamó?
—Pasa, pasa, Lilia —respondió el hombre desde dentro, con una sonrisa que le erizó la piel.
Ramírez se levantó de su asiento. Bajo, regordete, con una mirada turbia que se arrastró sin pudor por su cuerpo. Dio la vuelta al escritorio y se acercó con lentitud, demasiado cerca.
—Solo quería saber cómo te estás adaptando… —dijo, mientras alargaba la mano y le tomaba la suya con descaro.
Lilia intentó retirarla con sutileza, pero él apretó con más fuerza.
—Sé que tienes una hija, Lilia —añadió en voz baja, acercándose aún más—. Y estoy seguro de que no quieres perder este empleo, ¿verdad preciosa?
Ella tragó saliva, incómoda. Dio un paso atrás, pero él la siguió hasta que quedó acorralada contra el escritorio.
—Aquí, conservar el trabajo no solo depende del talento… también de saber portarse bien. Ser una chica obediente, ¿me entiendes?
Su asqueroso aliento le rozó el rostro. Le tomó la mano y la llevó con fuerza a su pecho, mientras que con la otra le agarró el trasero. Lilia se estremeció, paralizada por el asco y el miedo.
—Yo podría ayudarte mucho… o complicarte las cosas. Todo depende de ti —susurró, inclinándose para besarla.
Pero entonces, alguien tocó la puerta.
—¿Señor Ramírez? Lo están esperando en la sala de juntas —anunció la voz de su secretaria desde el otro lado.
Él se tensó. Indeciso si responder o no. Lilia aprovechó el momento para zafarse y salir a toda prisa, con el corazón a mil por hora y las piernas temblorosas. Casi tira a la mujer que se encontraba fuera de la puerta, pero Lilia apenas y lo notó. Corrió por el pasillo hasta encontrar un baño y se encerró en el primer cubículo disponible.
Apoyó la frente contra la pared fría, tratando de contener las lágrimas. ¿Qué debía hacer? ¿Debería renunciar? En México ya no tenía a nadie, y si el gobierno se enteraba que no tenía como alimentar a Luna se la quitarían y la mandarían a un hogar temporal… No podía darse el lujo de perder este trabajo…
Se recompuso, tenía que ser fuerte, hablaría con Andrés esta tarde y buscaría otro empleo, pero mientras no encontrara uno nuevo, no se podía permitir perder este.
Comprobó que su escaso maquillaje estuviera en su lugar, se fijó que no tuviera marcas en la ropa y regresó al taller. Rodeada de miradas escrutadoras, algunas de burla y otras de compasión.
Por el resto del día, nadie comentó nada.
Como si el silencio fuera más punzante que las palabras, Lilia desayunó sola en una de las mesas del fondo de la cafetería de la empresa. Nadie la miraba directamente, pero podía sentir las miradas de reojo. El cuchicheo. Las suposiciones.
Sacó su celular y comenzó a buscar nuevas opciones de empleo. Diseñadora textil. Asistente de patronaje. Costurera. Aunque su experiencia era buena, los resultados eran desalentadores. Nada aún.
Un nudo de angustia se le fue formando en el estómago.
No podía quedarse en ese lugar. No con ese hombre acosándola. No con ese ambiente. Pero tampoco podía quedarse sin ingresos.
Después del mediodía, algo cambió en el aire de la empresa.
Los murmullos, esta vez, eran otros.
—¿Te enteraste? Al parecer el nuevo CEO llegó hoy personalmente a supervisar esta sucursal —comentó una diseñadora, con tono de emoción contenida.
—Dicen que es muy guapo… —añadió otra, alzando las cejas con picardía—. Y joven.
—El jefe Ramírez debe de estar temblando —intervino una tercera voz—. Dicen que comienzan auditorías en todas las áreas.
—¿Será que ahora sí le cortan las alas a ese cerdo? —susurró alguien más, sin saber que Lilia estaba a solo dos metros, fingiendo que revisaba planos en su mesa.
Levantó la mirada apenas un segundo. El corazón le dio un vuelco. ¿Un nuevo CEO? ¿Auditorías?
Tal vez… solo tal vez, había esperanza.
A mitad de la tarde, la coordinadora del área entró apurada al taller.
—Lilia, el CEO quiere hablar contigo. Ahora.
Varias cabezas se giraron. Algunas cejas se alzaron. Pero nadie se atrevió a decir nada en voz alta.
Lilia tragó saliva. Su estómago se revolvió.
—¿Conmigo? —preguntó con la voz más firme que pudo reunir.
—Sí. Te espera en la sala de juntas del piso veinte. Ya. No lo hagas esperar.
El ascensor subió con lentitud, cada número encendiéndose como una advertencia. Cuando se abrieron las puertas, un pasillo silencioso y elegante se extendía frente a ella. Caminó hasta la sala de juntas con las piernas temblorosas, como si fuera a enfrentarse a su destino.
Tocó la puerta.
—Adelante —respondió una voz grave, profunda… y extrañamente familiar. Pero no reconoció de donde y desechó el pensamiento de inmediato.
Cuando entró, sus ojos se encontraron con los de un hombre de traje oscuro, postura imponente y mirada intensa. Su cabello oscuro, perfectamente peinado. Su rostro, cincelado como una estatua griega. Y sus ojos… esos ojos.
Lilia solo tragó saliva.