26. Compartiendo la cama
Después de acostar a Luna y asegurarse de que la pequeña durmiera profundamente en su habitación, Lilia se quedó unos segundos apoyada en el marco de la puerta, respirando hondo. Sabía que no podía retrasar más lo inevitable: debía ir al dormitorio principal… donde la esperaba Alexander.
El contrato lo estipulaba claramente: debían compartir habitación como un matrimonio real. Aun si no hubiera intimidad, las apariencias tenían que sostenerse.
Al entrar, lo encontró ya acomodado en la cama, con el torso desnudo y un libro en las manos, aunque apenas lo hojeaba. Alexander levantó la vista y sus ojos se cruzaron con los de ella. Por un instante, el silencio los envolvió, cargado de algo que ninguno se atrevía a nombrar.
—¿Quieres que apague la luz? —preguntó él con voz grave, intentando sonar natural.
—Sí… gracias —respondió ella apenas en un susurro.
Lilia se acomodó en el lado contrario de la cama, con el corazón latiendo a mil por hora. La cercanía era abrumadora, el colchón comparti