Lissandra se enamoró de su esposo Marcus desde que estaba en preparatoria, el abuelo de Marcus los hizo casarse pero él la odiaba, aguantó 3 años sus humillaciones hasta que se cansó y pidió el divorcio, esa noche dolida y rota por la humillación de Marcus se fue a un bar donde encontró un gigoló que estuvo toda la noche con ella dejandola embarazada, se fue y crió a su bebé sola, despues de 4 años su hijo enferma y necesita una sangre muy dificil de conseguir, para su mala suerte solo dos personas la tienen en la ciudad, Marcus su ex esposo y Ashton Gardner, el enemigo de su ex esposo, al cual ella le quitó varios proyectos para la empresa de Marcus, al ser humillada nuevamente por Marcus acude a Ashton para salvar la vida de su bebé quien le hace firmar un contrato de ser su esclava, trabajar para él y casarse con él por 5 años a cambio de su sangre, a lo cual ella acepta ya que no le queda otra salida más que aceptar, y empieza su gran pesadilla a pesar que Ashton la usa para vengarse de su ex esposo, pero en el fondo, la cuida de esa manera tan autoritaria y fría que tiene.
Leer másEra de noche. Era nuestro tercer aniversario. Sabía que no llegaría, pero aún tenía la esperanza de que todo el amor que le había entregado en estos años ablandara su corazón.
Pero no fue así.
Lo había esperado con una cena —su favorita—, que ya se enfriaba en el horno. Como aún sentía que quizás vendría, subí a mi habitación. Me puse una lencería sexy de color rojo, su color favorito. Solo esperaba que esa noche, al menos, me tocara.
Mi nombre es Lissandra. Llevo casada tres años con quien soñé que sería el amor de mi vida, pero que terminó convirtiéndose en mi dolor más grande.
Cuando iba en secundaria, unos chicos jugaban y uno de ellos me golpeó accidentalmente con un balón. Me sentí mareada. Solo escuchaba voces hasta que uno de esos muchachos me tomó en brazos.
—Hey, Liss, mantente despierta. Llegaremos a la enfermería. No te desmayes. Quédate conmigo.
Su voz era tan dulce... pero no pude evitarlo y me desmayé. Al despertar, allí estaba mi héroe. Tenía un plato de comida en las manos. Era Marcus, mi vecino. Él me había llevado a la enfermería en brazos. Estaba preocupado por mí.
—Hola, Liss. ¿Cómo te sientes? Fue un golpe duro.
—Bien... solo un poco mareada.
—Tranquila, no te muevas. La enfermera volverá en seguida.
Marcus era un chico muy guapo: pelo rubio, ojos verdes, alto, deportista. Yo siempre lo esperaba para salir de casa al mismo tiempo que él, fingiendo casualidad para poder caminar juntos hasta la preparatoria.
Mis días eran más felices cuando él venía a pedirme ayuda con matemáticas. Yo siempre fui buena en eso, y a él le costaba mucho, así que me encantaba explicarle los ejercicios una y otra vez con tal de pasar tiempo a su lado. Nuestros padres eran amigos, así que su papá siempre lo enviaba a mi casa. Yo lo amaba en silencio. Me perdía en su perfil, en sus ojos, en la forma en que fruncía el ceño o mordía el lápiz.
Verlo allí, en la enfermería, con una bandeja de comida y un jugo —mi jugo favorito— me hizo sentir la mujer más feliz del mundo.
—Toma, Liss. Bebe algo —dijo él con una sonrisa.
¿Cómo sabía que era mi favorito? Eso me llenó de ilusiones. Fue tan dulce. Abrió la botella y me ayudó a beber. Desde ese día nos volvimos cercanos. Nuestros padres estaban encantados. Pasaron los años y fuimos amigos inseparables. Sabía que Marcus tenía una novia, pero se fue cuando él tenía 19 años. Según los rumores, lo dejó por otro hombre, uno con más dinero.
Después de casarnos, me esforcé al máximo por ser una buena esposa. Lo amaba, aunque él no me quisiera. Le cocinaba su comida favorita sin condimentos porque sufría del estómago, le tenía sus medicamentos listos, y no solo eso: también era su asistente.
Pronto se volvió CEO de su compañía, y yo manejaba todos los proyectos. Le quitamos cinco contratos millonarios a su mayor competidor: el frío Ashton Gardner. Todos le temían. Era un hombre duro, sin sentimientos. Odiaba a Marcus y trataba de quitarle cada cliente.
Pero yo siempre lograba arrebatarle los negocios más jugosos. Era una eminencia en números y cálculo, además de exponer con fuerza y claridad cada propuesta.
A pesar de que todos me admiraban, Marcus siempre me miraba con desprecio.
La pesadilla empeoró al primer año de matrimonio. El abuelo le exigía un heredero. Marcus llegaba a mi habitación, me tocaba sin permitirme tocarlo, sin besarme. Cumplía su deber como una obligación... y luego se iba, como si le diera asco.
Yo me quedaba llorando.
Después de meses de intentos, no pude quedar embarazada. Eso al menos habría sido un consuelo: tener un hijo del amor de mi vida. Pero no lo logré.
Una noche, Marcus llegó enojado luego de hablar con su abuelo. Me tomó de los brazos con fuerza. Sus ojos irradiaban odio.
—¿¡Qué le dijiste al abuelo!? ¡Ahora no quiere herederos porque eres estéril! Ni siquiera para eso sirves.
—Solo te quité la obligación de estar conmigo a la fuerza, Marcus. Lo he intentado todo. Pero sé que solo sientes odio por mí. No importa lo que haga… jamás seré agradable a tus ojos.
—Por supuesto que no. Solo me das asco. Cada vez que tenía que tocarte debía tomarme una pastilla. No me causas nada, Lissandra. Nada. De cierta forma me siento aliviado… ya no tendré que volver a tocarte.
Sus palabras fueron como mil dagas en mi corazón. Me sentí vacía, no deseada. Como mujer… me rompí. No pude evitar que las lágrimas cayeran al ver su desprecio.
—¿Por qué me odias tanto? Yo jamás te hice daño.
—¿Nada? Sé que le enviaste un mensaje a Caroline. Le dijiste que nos casaríamos. Ella iba a volver conmigo, pero ese día le rompiste el corazón y nunca regresó.
Mi corazón se congeló. Yo jamás había contactado a su exnovia. Ni siquiera sabía cómo se llamaba.
—Marcus… yo jamás hice eso. No sé cómo contactarla. No sé dónde está.
—¡No mientas! Ella me envió el correo con la imagen del mensaje. Por tu culpa, el amor de mi vida me dejó.
—Marcus, te juro que eso no es cierto —le lloré, rogando que me creyera. Pero no lo hizo. Solo se fue. Y desde entonces… jamás volvió a tocarme.
Seguía siendo la señora Black. Marcus actuaba muy bien en las fiestas y reuniones. Todos me alababan por mi belleza y mi inteligencia. Muchas veces coincidía con Ashton Gardner en esos eventos. Sus ojos fríos se clavaban en mí con una mirada indescifrable. Sabía que, de alguna manera, debía odiarme por arrebatarle tantos proyectos.
Al año siguiente, el abuelo murió. Su testamento dejaba la mitad de la empresa a mi nombre. Eso hizo que Marcus hirviera de rabia. Estuvo a punto de golpearme.
Han pasado seis meses desde su muerte. Aún lo extraño tanto. Pero he tomado una decisión: voy a devolverle la empresa a Marcus. Ya no puedo seguir engañándome.
Él no me ama… y jamás lo hará.
Hoy es nuestra última noche juntos. Me he preparado para él. Solo quiero despedirme del amor de mi vida. Hoy, en nuestro tercer aniversario.
Tengo los papeles firmados del divorcio, y también el traspaso de la empresa. Están sobre la mesita. Se los entregaré… después de sentirlo una vez más. Solo quiero una vez. Una sola. Sentir sus labios. Solo eso. Un beso sería suficiente.
LISSANDRA GARDNER – 10 años despuésEl sonido de risas infantiles llenaba el jardín como una sinfonía perfecta. La luz del atardecer se filtraba entre los árboles y coloreaba los cabellos de mis hijos que corrían descalzos por el césped, con la ropa arrugada y los rostros manchados de chocolate.Elías y Agatha, con sus Diez años recién cumplidos, lideraban la estampida. Sus voces se alzaban por sobre todas las demás mientras jugaban a ser superhéroes con Enzo —el pequeño de Olivia y Ethan, de seis años—, Gia —la hija de Camila y William, también de seis—, y Alexa —la pequeña de Oliver y Tiff, con sus siete años y una personalidad que podía fácilmente poner en orden a todo un batallón.—¡Por aquí, rápido! ¡El dragón vendrá del norte! —gritaba Agatha, agitando una ramita como si fuera una espada mágica.—¡Yo seré el escudo! ¡Protejan al reino! —Enzo rugía con sus cachetes inflados, tan parecido a Olivia que no podía evitar reírme.A unos pasos de ellos, Erick estaba recostado en el césp
ASHTON GARDNEREra un martes cualquiera en la oficina Gardner Corp. El reloj marcaba las 10:47 a. m. y ya había resuelto dos reuniones, firmado contratos y enviado a William a negociar con una nueva filial al otro lado de la ciudad. Desde que nacieron los mellizos, solo iba tres veces por semana a la empresa. El resto del tiempo trabajaba desde casa, con Liss recostada a mi lado y los bebés sobre mi pecho. El silencio que reinaba en la oficina era tranquilo, como si el mundo hubiera entrado en pausa por unas horas.Ese día estaba en mi despacho, leyendo el informe mensual, cuando Ashley asomó la cabeza.—Señor Gardner, el señor Blackstone está aquí. —Hazlo pasar —respondí sin pensarlo demasiado. No escuchaba ese apellido desde hacía años. Y aun así, algo en mi pecho se agitó. Cuando la puerta se abrió, no pude evitar sonreír. Hacía mucho que no veía a mi amigo—Adriano Blackstone… —me levanté—. Lo último que supe de ti fue que estabas en coma.—Y lo estuve. Pero gracias a una cirugí
LISSANDRA La habitación olía a jazmín suave, con ese aroma que Ashton sabía que me tranquilizaba. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas beige, bañando la cama con un resplandor cálido y tenue. Yo estaba recostada, aún débil, pero con el corazón lleno. Tenía a Elías en un brazo y a Agatha en el otro. Dormían plácidamente, y yo no podía dejar de mirarlos como si fuesen el milagro más hermoso que había visto en mi vida.—Mis bebés… —susurré, besando sus cabecitas con el alma colgando de un hilo de ternura.Habían pasado apenas unas horas desde el parto, pero sentía que el tiempo se detenía cuando los tenía así, acurrucados contra mi pecho. Ashton me había dejado para organizar a todos afuera. Según él, la sala de espera parecía un cumpleaños real.Y entonces, escuché la puerta abrirse.—¿Puedo entrar? —dijo una vocecita conocida, ansiosa y nerviosa.Era Erick.—Claro que sí, mi amor —respondí con una sonrisa suave—. Ven a conocer a tus hermanos.Entró despacio, con paso pe
ASHTON GARDNERTomaba su mano con fuerza, pero también con una delicadeza reverente. Mi Liss. Mi valiente, mi todo.Estaba en plena labor de parto y ni el temblor en sus piernas ni el sudor en su frente la hacían detenerse. No la había visto tan fuerte ni siquiera cuando luchó por su vida.—Respira, amor… —susurré, apoyando mi frente contra la suya mientras otra contracción la sacudía—. Ya casi. Lo estás haciendo increíble.Ella apretó los dientes, gruñó entre sus labios, pero no soltó mi mano. La sostuve como si al soltarla el mundo se desmoronara. Sequé su frente mojada por el esfuerzo que hacía al traer a nuestros bebés al mundo.—Ashton… —jadeó con la voz entrecortada—. ¡Vienen, Ash, vienen!—Lo sé, princesa… Lo sé. Ya llegan nuestros bebés.Afuera, en la sala de espera, estaban todos. Ethan, Olivia, William, Camila, Oliver, Tiff... incluso Erick, que la última vez que lo ví tenía sus manos unidas como si creyera que rezar ayudara. Tres meses habían pasado desde aquel día oscuro, d
Eydan estaba atado al poste, el cuerpo magullado y la respiración entrecortada. Las marcas de los golpes recientes todavía ardían en su piel, pero eso no era lo que más le aterraba. Miraba alrededor, buscando una salida que no existía.William y Oliver lo habían golpeado hasta dejarlo casi irreconocible, pero nadie había dicho que la venganza terminaba ahí.El silencio pesado fue roto por el sonido de unos pasos firmes y controlados. Ethan apareció en la penumbra, como si fuera a observar una obra que llevaba años esperando ver. No había rastro del chico bromista que alguna vez conocieron. Su mirada era un pozo negro, profundo, frío.—Hola, hermanito —musitó Eydan con una sonrisa torcida, burlona—. ¿Qué harás? ¿Otra paliza? ¿Vas a ensuciarte las manos conmigo?Ethan sonrió, una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.—No, no me ensuciaré las manos contigo —dijo con voz baja, casi un susurro venenoso mientras encendía un cigarrillo—. Pero sí te haré rogar por tu muerte. Te haré pagar una a u
ASHTON GARDNERLas horas en la clínica se habían vuelto una eternidad insoportable.No soltaba la mano de Liss ni un segundo, como si ella fuera el ancla que me mantenía firme en medio de esta tormenta. Mis dedos entrelazaban los suyos con delicadeza, mientras mis labios no dejaban de rozar su frente, rogándole en silencio que regresara a mí.—Por favor, vuelve... —susurré, con la voz quebrada—. Te necesito. Necesito que despiertes.El monitor marcaba sus signos vitales estables, pero eso no me bastaba. Yo necesitaba verla abrir los ojos, escuchar su voz, saber que aún estaba ahí, conmigo... con nosotros.Cada latido de su corazón era como el retumbar de un tambor en mi pecho, un recordatorio constante de que seguía luchando, de que nuestros bebés aún tenían una oportunidad.No podía dejarme caer. No ahora. No cuando ella me necesitaba más que nunca.De repente, sentí un leve movimiento en su mano.Un estremecimiento diminuto… pero real.Mi corazón dio un vuelco. Abrí los ojos con ans
Último capítulo