MARCUS BLACK
Ver esa historia en sus redes sociales me llenó de rabia. ¿Cómo era posible que Liss se fuera a casar con ese hijo de puta? No podía permitirlo. Liss debía ser mía otra vez y no dejaría que se fuera.
El día que nos divorciamos y se fue de mi casa, creí que por fin me liberaba de esa maldita mujer. Pero el silencio y la soledad del que fue nuestro hogar por tres años era abrumante. Me encontré yendo a su habitación y oliendo su ropa.
Ella me pidió que botara o quemara todo lo que dejó, pero no pude. Fueron más de tres años juntos. A pesar de que la aborrecía y no perdía oportunidad en humillarla, ella siempre me miraba con esos ojos llenos de amor y tristeza.
Ese día en la preparatoria...
—¡Imbécil! Le tiraste un pelotazo, Marcus, ¿cómo puedes ser tan idiota? —Él corrió hacia ella. Obvio, él la había amado desde el primer día que la vio. Íbamos juntos, y ella se subió a un árbol para sacar un pequeño gatito. Su madre gata lo esperaba en el suelo. Se cayó y raspó sus rodillas, pero sonrió al gatito porque no le pasó nada. Le dio un beso y se lo pasó a su madre, que lo tomó en su hocico y se lo llevó lejos.
—¿Quién es ella?
—Oh, mi vecina, Liss.
—Liss... Qué lindo nombre.
Desde ahí, jamás dejó de mirarla. No sabía qué le encontraba. Era una niña normal, aunque era muy lista en matemáticas. Yo era un burro, él no. Siempre la veía en los torneos matemáticos; podía ver cómo se le caía la baba al mirarla.
Ese día jugábamos y, sin querer, mandé un pelotazo que le pegó a Liss. Como era obvio, corrió a verla.
—Hey, Liss, mantente despierta, llegaremos a la enfermería, no te desmayes, mantente conmigo.
Él la tomó en sus brazos y corrió a la enfermería con ella desmayada. Estuvo todo el tiempo preocupado. Incluso fue por comida y jugo, su favorito. ¡Por Dios! Ni yo, que era su vecino, sabía cuál era su jugo favorito. Pero claro, él sí. Él siempre era el perfecto, el que todas las chicas querían. Cada chica que me gustaba se acercaba a mí para preguntar por él. Era más alto que yo, más inteligente, más popular con las mujeres...
Ese día salió a buscar a la enfermera cuando Liss despertó, y al primero que vio fue a mí. Creyó que fui yo quien la ayudó. Cuando él entró, Liss tenía sus mejillas sonrojadas, agradeciéndome.
Yo sabía que le gustaba. No era tonto. Cada mañana me seguía al colegio. Y ahí, por primera vez, vi la cara de él llena de tristeza y envidia. Le quitaría a la única chica que le interesó, por todas las chicas que me ignoraron por su culpa.
Ese año peleamos muy duro. Estaba furioso. Me reclamó por hacerme pasar por él y llevarme el crédito, pero no me importaba. Él lo tenía todo y yo nada. Así que le quitaría lo único que no podría tener: a Liss.
Pasaron los años y nos hicimos cercanos. Ella era muy inteligente y me servía porque me ayudaba a subir mis calificaciones. Pero cuando fui a la universidad conocí a Carolina, la mujer más hermosa que había visto. Fuimos novios, pero se fue a hacer un postgrado, lo que me rompió el corazón. Así que me refugié en Liss.
Liss era amable, dulce, siempre atenta a mis necesidades. Y cuando mi abuelo me pidió casarme con ella, pensé que no sería tan malo... hasta que recibí el correo de Carolina. Ella volvería a mí, pero Liss lo impidió. Eso me llenó de ira, que descargué en ella día a día.
No puedo negar que era hermosa. Ese cabello rojo, esos ojos verdes, esas curvas... pero verla me recordaba que me había alejado de mi verdadero amor: Carolina.
Además, le quitó los mejores proyectos de las manos a Ashton Gardner y eso me llenaba de orgullo. Me elevaba el ego. Tenía una esposa sumamente inteligente, pero jamás se lo diría. Amaba ver a Ashton retorcerse de rabia al ver a Liss trabajando para mí y quitándole esos proyectos.
Después, saber que ella era estéril fue la guinda de la torta. No podría darme el heredero que quería mi abuelo. Al fallecer, él le dejó la mitad de la empresa, y mi ira creció con eso.
El día que se fue, sentí que al fin sería libre. Qué gran error. Lo primero que hice fue buscar a Caroline, que ya estaba casada con un hombre rico. Aceptó juntarse conmigo y, al verla tan hermosa, me hizo sentir nuevamente enamorado.
—Caro, qué bueno verte, estás más linda que nunca.
—¿¡Qué!?
No pude contenerme y le tiré mi trago en la cara.
Salí de ahí como un energúmeno, tomé el primer avión y volví a casa. Esa misma noche fui a buscar a Liss para pedirle perdón y que volviera, pero su antigua casa, donde vivíamos desde niños, estaba vacía. Liss no tenía amigos a quienes preguntar dónde podría estar. Siempre su mundo fui yo y solo yo.
Esa noche me bebí todo el licor que había en la casa y fui a su habitación. Tomé su ropa y dormí con ella.
Liss siempre había sido buena y dulce conmigo y yo la humillé hasta el polvo. Aún recuerdo lo hermosa que se veía esa noche con un babydoll rojo de encaje. Ella solo quería una noche conmigo, una sola, y yo la alejé. Le dije que era asquerosa y fea. ¿Cómo pude ser tan bastardo?
Pasaron los meses y fue peor. La casa estaba vacía, ya no había comida cocinada especialmente para que no me doliera el estómago. Su aroma ya no estaba en la casa. Ashton cayó sobre mí como un águila y me quitó la mitad de los clientes y proyectos. Sin Liss para pelear por mí, se llevó todo fácilmente. Estaba solo. Era un patético CEO que no era nadie sin su mujer. El cerebro siempre fue ella.
El día de mi cumpleaños esperé los regalos y saludos de todos los años, pero nada llegó. No había pastel, no había regalos, no había fiesta sorpresa, ni mensajes. Fue un día triste y silencioso. Días después vi a mi mejor amigo Carlos y le reclamé por no haberme saludado, y me dejó helado lo que me dijo:
—Marcus, perdón, lo olvidé. Es que no está Liss.
Ese día conduje a mi casa y volví a beber. No podía creer lo dulce que había sido mi mujer, a pesar de que yo era un bastardo. Todo mi éxito era gracias a ella, incluso mi popularidad entre los amigos era por ella.
La busqué por 3 años y jamás la encontré. Y cuando me había rendido, ella apareció en mi puerta…
Hace tres días, apareció en mi puerta. La vi frente a mí después de tanto tiempo, y me dejó sin aliento. Estaba más hermosa que nunca. Mi corazón latía con fuerza, pero fui un imbécil y la recibí con la misma frialdad con la que la trataba cuando estábamos casados.
—¿Qué haces aquí?
—Marcus, necesito tu ayuda, por favor. Es por mi hijo.
Al escuchar eso, mi mundo se detuvo.
—¿Hijo? ¿Cómo puedes tener un hijo si eres estéril?
—Marcus… yo nunca fui la estéril en nuestra relación.
Sus palabras fueron como un balde de agua fría directo a mi ego.
—¿Qué…? —dije con la esperanza de que me dijera que había escuchado mal.
—Fui yo quien le dijo al abuelo que no podría darle un heredero. Que yo era esteril. No quería que te culpara a ti.
Me tambaleé. Ella se había echado la culpa… para protegerme. ¿Y yo? La destruí.
—¿¡Crees que necesito tu lástima!?
Le grité, más por rabia hacia mí mismo que por ella. Tenía ganas de llorar, de arrodillarme, de pedir perdón… pero mi orgullo me ahogaba. Y ahora, otro hombre la había embarazado.
—Marcus, por favor. Te lo suplico. Mi bebé está enfermo y necesita urgentemente una transfusión de plaquetas.
Podía ver la súplica en sus ojos, su desesperación. Mi impulso fue abrazarla, consolarla… pero no lo hice. Me cegaron los celos.
—¿Y qué tengo que ver yo con eso?
— Mi bebé es AB- igual que tú, por favor ayúdame, ve a donar sangre para salvar a mi bebé, puede morir.
No pude evitar reírme, que chico es el mundo, él también era AB- ¿qué probabilidad había que él fuera el padre y que la hubiera estado siguiendo para tomarla cuando estuvo más frágil?, varias veces lo vi rondarla. Lo sabía. Lo había visto seguirla. Siempre estuvo cerca. Incluso el día de nuestra boda, lo vi escondido entre los invitados. Siempre como un lobo al acecho.
—¿Por qué habría de salvar a tu bastardo, Liss? Que se encargue su padre.
Escupí, los celos me dominaban, tan solo pensar que ese bastardo pudo haberla follado y embarazado sin problemas cuando yo traté por meses y no sucedió. Eso me consumía por dentro.
—Marcus, por favor. Mientras estuvimos casados, ayudé a tu empresa, te devolví todo lo que me dejó tu abuelo, nunca te pedí nada. Es mi bebé, lo único que tengo. Por favor…
—Liss… Liss… dime, ¿qué estás dispuesta a hacer por mi sangre?
Vi cómo su rostro se descomponía, cómo se quebraba frente a mí, y aun así, no me detuve. Era mi única oportunidad de tenerla otra vez, aunque fuera por una noche.
—Marcus… —susurró, con los ojos llenos de lágrimas.
Me acerqué a ella, recorriéndola con la mirada. Estaba más hermosa que nunca. Si tan solo pudiera demostrarle que había cambiado… que ahora sí podía amarla. Pero entonces hice lo más estúpido que pude haber hecho.
—¿Estás dispuesta a acostarte conmigo por tu bebé? Dímelo, ¿te entregarías a mí?
La bofetada fue inmediata. Y merecida. Pude ver cómo su corazón se rompía una vez más por mi culpa. Cuando reaccioné, ya se había marchado.
Corrí al patio, quería detenerla… pero solo alcancé a ver su auto desaparecer en la distancia. Fui un imbécil. Otra vez.
Me quedé solo. Otra vez.
Su fragancia aún flotaba en el aire. Me arrastré de vuelta a su antigua habitación, esa que aún olía a ella. Me arrojé sobre la cama, tomé su ropa… y me la llevé al rostro como si con eso pudiera llenar el vacío que me carcomía por dentro.
Esa noche bebí hasta perder el conocimiento, me quedé en su pieza llorando y bebiendo por todo un día, cuando reaccioné había pasado más de un día, revisé mi celular y busque su cuenta de redes sociales, quería hablarle, pedir perdón, decirle que estaba dispuesto a salvar a su hijo a cambio de una oportunidad.
Pero lo que encontré fue un golpe directo al pecho: una foto. Sus manos entrelazadas con las de él. Un anillo deslumbrante. Y un pie de foto que me rompió el alma:
“Al fin encontré al amor de mi vida. Te amo, Liss. Pronto serás mi esposa y eso me hace muy feliz.”
No podía respirar.
Mi Liss… se casaría con Ashton Gardner.
El bastardo arrogante. Mi enemigo. ¿Cómo pudo hacerme esto? ¿Por un poco de sangre? ¡Ese debía ser yo! ¡Yo, el que debía casarse con ella de nuevo! ¡Yo, quien debía enmendar mis errores y darle la vida que siempre mereció! Ashton era un maldito bastardo, pero supo jugar sus cartas mejor que yo.
Me llené de rabia. De odio. De dolor.
No podía permitirlo.
Fui hospital por hospital, como un loco, buscando a un niño de cuatro años de apellido Smith. Hasta que di con él. Subí sin pensar y ahí estaba ella, saliendo de la habitación. Se veía agotada… pero seguía siendo la mujer más hermosa que había visto jamás.
La confronté. La tomé por los brazos. Le hablé con furia. Quise hacerla reaccionar, que recordara que fue mía. Quise besarla. ¡Tomarla! Pero entonces, ese malnacido apareció.
Ashton.
Me golpeó con tal fuerza que caí al suelo. No pude defenderme. Cuando lo iba a atacar ella lo protegió con su cuerpo, juro que no quería hacerle daño, cuando vi la sangre en su frente reaccioné, la había herido una vez más.
La sangre corrió por su frente. Y mi alma se fue con ella.
—¡Liss! — intenté gritar pero ya era tarde.
Los gorilas de Gardner me arrastraron fuera como si fuera un animal. No puse resistencia. Me dejaron tirado fuera del hospital, magullado, con el orgullo hecho trizas y el corazón reducido a cenizas.
Volví a casa. Me encerré en su habitación. Bebí. Lloré.
Saqué nuestras fotos de boda y las extendí por la cama. Pasé los dedos por su rostro en cada imagen. Si tan solo pudiera retroceder el tiempo… Si pudiera hacerlo todo distinto. Ella sería mi princesa. Mi reina. La cuidaría, la adoraría… pero los cuentos de hadas no existen para los idiotas como yo.
Y ahora… solo me queda una cosa.
Recuperarla.
Cueste lo que cueste. Aunque se me vaya la vida en ello, no dejaré que Liss se case con Ashton Gardner.