Habían pasado cuatro años desde que tuve a mi bebé. Lo llamé Erick, como su padre. Jamás supe de él otra vez. Me cambié de barrio, aunque seguía en la misma ciudad. Quise irme lejos, pero de vez en cuando volvía a ese bar, por si lo encontraba. Nunca lo volví a ver.
Trabajo en un pequeño restaurante. El dueño, un hombre dulce y amable, me aceptó cuando estaba embarazada. Me dio permiso para mi pre y postnatal, y hasta me arrendó el departamento del frente a un precio muy bajo.
Gracias al señor Antonio, podía trabajar y ser madre al mismo tiempo. Mi bebé, ahora en el jardín, era un niño hermoso. Había heredado el color de cabello y los ojos de su padre: azules como el cielo. Cada vez que lo miraba, recordaba al hombre que me hizo feliz por una noche.
He hecho crecer el restaurante. Me encargué de las finanzas, logré mejoras y firmé contratos con empresas locales. Antonio está feliz con mi trabajo y me paga lo suficiente para mantenernos. Estaba revisando unos papeles cuando sonó mi celular.
—¿Aló?
—Señora Lissandra, llamamos del jardín. Su hijo fue llevado al hospital.
—¡¿QUÉ?! —Mi grito alertó a don Antonio, que estaba frente a mí—. ¿A qué hospital?
—Le envío la dirección. Estaba jugando con los niños y se desmayó.
—Voy.
Don Antonio me miró preocupado.
—¿Qué pasa, Liss?
—Mi bebé... está en el hospital. Debo irme.
—Ve, y me avisas cómo está.
—Gracias.
Conduje como una loca. Solo quería llegar. En urgencias pregunté por mi hijo. A lo lejos vi a su educadora y corrí hacia ella.
—¿Qué pasó? ¿Por qué está aquí?
—No lo sé. Estaba jugando y, de repente, se desmayó. No ha despertado. Le hicieron exámenes. El doctor dijo que volvería pronto.
Mi corazón se apretó al verlo acostado, tan pálido. Sentía que me moría.
Dios, por favor. No le pase nada. Te lo ruego.
—¿La madre de Erick Smith?
—¡Aquí! —Me levanté de un salto.
—Acompáñeme.
Miré a la educadora, rogándole con la mirada.
—Vaya tranquila. Yo me quedo.
Caminé detrás del doctor hasta una pequeña oficina.
—Señora Lissandra, su hijo tiene trombocitopenia. Necesita una transfusión de plaquetas y sangre.
—¡Hágala!
—No podemos. Su hijo tiene un grupo sanguíneo raro: AB-. Cuando esto ocurre, debemos pedir un donante compatible. En esta ciudad, solo hay dos personas con ese tipo de sangre.
—Marcus…
—Así es. El señor Marcus Black y el señor Ashton Gardner. Necesitamos que alguno de ellos venga lo antes posible, o su hijo podría tener complicaciones. Es pequeño. Sus órganos pueden fallar.
Sentí que el mundo se rompía bajo mis pies. Mi bebé, mi razón de vivir, estaba en peligro. No podía perderlo.
—Está bien, doctor. Yo iré por el donante.
—Apenas lo consiga, contácteme.
El doctor me dio su tarjeta. Corrí a ver a mi bebé, que ya estaba despierto.
—Mami…
—Mi amor, ¿cómo estás?
—Tengo hambre.
El doctor se acercó.
—Bueno, pequeño. Hoy deberás quedarte aquí. Te cuidaremos muy bien y te daremos comida.
—¿Qué puede comer?
—De todo. En lo posible, vegetales.
—¡Wákala! Mami, quiero leche con galletas.
—Eso está bien por ahora —dijo el doctor—. Pero luego debes comer vegetales para volver a casa. ¿Lo prometes?
Estiró su meñique hacia él.
—Lo prometo.
—Cariño, te dejaré con la tía Anna para ir por comida. ¿Sí?
—Sí, mami.
Tomé a Anna y le supliqué que me ayudara. Aceptó de inmediato. Le dejé dinero para la leche y las galletas, y corrí hacia Marcus. Era mi única esperanza.
Llegué a la que fue mi casa. Toqué el timbre. La puerta se abrió. Allí estaba Marcus, con la barba crecida y el rostro demacrado.
—¿Qué haces aquí?
—Marcus, necesito tu ayuda, por favor. Es mi hijo…
Al oír “hijo”, sus ojos se abrieron.
—¿Hijo? ¿Cómo tienes un hijo si eres estéril?
Bajé la mirada. Años atrás, antes de hablar con el abuelo, me hice exámenes. Yo estaba sana. Marcus era el infértil. Pero nunca se lo dije.
—Mi pequeña niña, ¿qué te trae por aquí? —me había preguntado su abuelo aquella vez.
—Vengo a pedir perdón.
—¿Qué sucede?
—No podré darte un heredero —le dije, entregándole un examen adulterado.
Sus ojos se agrandaron.
—¿Por qué dices eso?
—Soy estéril.
Me rompió el alma ver su decepción. Pero, en lugar de rechazarme, me abrazó.
—No es tu culpa. Has hecho mucho por esta familia. La empresa no sería nada sin ti. Eres un tesoro, Liss.
Lloré. Ojalá Marcus me hubiera amado un poco… como su abuelo.
—Por favor, no le pidas un heredero a Marcus. Yo no podré dárselo.
—Yo hablaré con él.
Volviendo al presente, lo miré a los ojos. Era hora de decirle la verdad.
—Marcus… yo nunca fui la estéril.
Su expresión cambió de inmediato.
—¿Qué?
—Le mentí a tu abuelo para protegerte.
—¿¡Crees que necesito tu lástima!?
—Por favor, ayúdame. Mi bebé está enfermo y necesita una transfusión urgente.
—¿Y qué tengo que ver yo?
—Mi hijo es AB-, como tú. Por favor, Marcus… puede morir.
Él sonrió con burla.
—¿Por qué salvaría yo a tu bastardo, Liss? Que lo haga su padre.
—¡Marcus, por favor! Te lo suplico. Jamás te pedí nada. Te devolví todo lo que me dejó tu abuelo. Solo te pido esto.
—Liss, Liss… dime, ¿qué estás dispuesta a hacer por mi sangre?
—Marcus…
Se acercó con la mirada fría.
—¿Te acostarías conmigo por tu hijo? ¿Tendrías sexo conmigo?
El asco me invadió. La rabia me consumió. Le di una bofetada con todas mis fuerzas y salí corriendo, ahogada en llanto.
No me quedaba más opción.
Con el corazón apretado, conduje hasta su oficina. Solo se podía agendar cita con él con un mes de anticipación. Siempre decía que su tiempo era invaluable.
Suspiré. A lo lejos, la torre de su compañía se alzaba imponente. Debía armarme de valor.
Haría todo… por mi bebé...