LISSANDRA
La habitación olía a jazmín suave, con ese aroma que Ashton sabía que me tranquilizaba. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas beige, bañando la cama con un resplandor cálido y tenue. Yo estaba recostada, aún débil, pero con el corazón lleno. Tenía a Elías en un brazo y a Agatha en el otro. Dormían plácidamente, y yo no podía dejar de mirarlos como si fuesen el milagro más hermoso que había visto en mi vida.
—Mis bebés… —susurré, besando sus cabecitas con el alma colgando de un hilo de ternura.
Habían pasado apenas unas horas desde el parto, pero sentía que el tiempo se detenía cuando los tenía así, acurrucados contra mi pecho. Ashton me había dejado para organizar a todos afuera. Según él, la sala de espera parecía un cumpleaños real.
Y entonces, escuché la puerta abrirse.
—¿Puedo entrar? —dijo una vocecita conocida, ansiosa y nerviosa.
Era Erick.
—Claro que sí, mi amor —respondí con una sonrisa suave—. Ven a conocer a tus hermanos.
Entró despacio, con paso pe