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La mañana transcurrió rápido. Ashton escuchaba con atención cada historia que mi hijo le contaba: sobre sus amigos del jardín, el señor Antonio y hasta de su padre. Yo los observaba en silencio, conmovida. Ya eran casi las doce cuando un hombre de traje llegó con el almuerzo. Dejó las bandejas sobre la mesa, y al verlo a la cara, mi corazón se detuvo.

—¿Tú? —murmuré.

Ashton se levantó de inmediato, frunciendo el ceño.

—¿Pasa algo?

No le respondí. Toda mi atención estaba en ese hombre.

—Eres tú... el barman de esa noche. Te he buscado tanto.

—Señorita, lo siento. Esa noche solo estaba reemplazando al barman, y unos días después encontré otro trabajo.

El hombre miró a Ash con respeto.

—Señor Gardner, le dejo lo que pidió.

—Está bien, William. Retírate y espérame en el auto.

—¿Auto? —pregunté.

—Sí. Él es mi chofer desde hace más de tres años.

—Oh... entiendo.

—Bueno, señor, me retiro.

El hombre salió, pero yo corrí detrás de él.

—¡William, espere!

Él se detuvo y se giró, algo nervioso.

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