ASHTON GARDNER
Las horas en la clínica se habían vuelto una eternidad insoportable.
No soltaba la mano de Liss ni un segundo, como si ella fuera el ancla que me mantenía firme en medio de esta tormenta. Mis dedos entrelazaban los suyos con delicadeza, mientras mis labios no dejaban de rozar su frente, rogándole en silencio que regresara a mí.
—Por favor, vuelve... —susurré, con la voz quebrada—. Te necesito. Necesito que despiertes.
El monitor marcaba sus signos vitales estables, pero eso no me bastaba. Yo necesitaba verla abrir los ojos, escuchar su voz, saber que aún estaba ahí, conmigo... con nosotros.
Cada latido de su corazón era como el retumbar de un tambor en mi pecho, un recordatorio constante de que seguía luchando, de que nuestros bebés aún tenían una oportunidad.
No podía dejarme caer. No ahora. No cuando ella me necesitaba más que nunca.
De repente, sentí un leve movimiento en su mano.
Un estremecimiento diminuto… pero real.
Mi corazón dio un vuelco. Abrí los ojos con ans