Era de noche. Era nuestro tercer aniversario. Sabía que no llegaría, pero aún tenía la esperanza de que todo el amor que le había entregado en estos años ablandara su corazón.
Pero no fue así.
Lo había esperado con una cena —su favorita—, que ya se enfriaba en el horno. Como aún sentía que quizás vendría, subí a mi habitación. Me puse una lencería sexy de color rojo, su color favorito. Solo esperaba que esa noche, al menos, me tocara.
Mi nombre es Lissandra. Llevo casada tres años con quien soñé que sería el amor de mi vida, pero que terminó convirtiéndose en mi dolor más grande.
Cuando iba en secundaria, unos chicos jugaban y uno de ellos me golpeó accidentalmente con un balón. Me sentí mareada. Solo escuchaba voces hasta que uno de esos muchachos me tomó en brazos.
—Hey, Liss, mantente despierta. Llegaremos a la enfermería. No te desmayes. Quédate conmigo.
Su voz era tan dulce... pero no pude evitarlo y me desmayé. Al despertar, allí estaba mi héroe. Tenía un plato de comida en las manos. Era Marcus, mi vecino. Él me había llevado a la enfermería en brazos. Estaba preocupado por mí.
—Hola, Liss. ¿Cómo te sientes? Fue un golpe duro.
—Bien... solo un poco mareada.
—Tranquila, no te muevas. La enfermera volverá en seguida.
Marcus era un chico muy guapo: pelo rubio, ojos verdes, alto, deportista. Yo siempre lo esperaba para salir de casa al mismo tiempo que él, fingiendo casualidad para poder caminar juntos hasta la preparatoria.
Mis días eran más felices cuando él venía a pedirme ayuda con matemáticas. Yo siempre fui buena en eso, y a él le costaba mucho, así que me encantaba explicarle los ejercicios una y otra vez con tal de pasar tiempo a su lado. Nuestros padres eran amigos, así que su papá siempre lo enviaba a mi casa. Yo lo amaba en silencio. Me perdía en su perfil, en sus ojos, en la forma en que fruncía el ceño o mordía el lápiz.
Verlo allí, en la enfermería, con una bandeja de comida y un jugo —mi jugo favorito— me hizo sentir la mujer más feliz del mundo.
—Toma, Liss. Bebe algo —dijo él con una sonrisa.
¿Cómo sabía que era mi favorito? Eso me llenó de ilusiones. Fue tan dulce. Abrió la botella y me ayudó a beber. Desde ese día nos volvimos cercanos. Nuestros padres estaban encantados. Pasaron los años y fuimos amigos inseparables. Sabía que Marcus tenía una novia, pero se fue cuando él tenía 19 años. Según los rumores, lo dejó por otro hombre, uno con más dinero.
Después de casarnos, me esforcé al máximo por ser una buena esposa. Lo amaba, aunque él no me quisiera. Le cocinaba su comida favorita sin condimentos porque sufría del estómago, le tenía sus medicamentos listos, y no solo eso: también era su asistente.
Pronto se volvió CEO de su compañía, y yo manejaba todos los proyectos. Le quitamos cinco contratos millonarios a su mayor competidor: el frío Ashton Gardner. Todos le temían. Era un hombre duro, sin sentimientos. Odiaba a Marcus y trataba de quitarle cada cliente.
Pero yo siempre lograba arrebatarle los negocios más jugosos. Era una eminencia en números y cálculo, además de exponer con fuerza y claridad cada propuesta.
A pesar de que todos me admiraban, Marcus siempre me miraba con desprecio.
La pesadilla empeoró al primer año de matrimonio. El abuelo le exigía un heredero. Marcus llegaba a mi habitación, me tocaba sin permitirme tocarlo, sin besarme. Cumplía su deber como una obligación... y luego se iba, como si le diera asco.
Yo me quedaba llorando.
Después de meses de intentos, no pude quedar embarazada. Eso al menos habría sido un consuelo: tener un hijo del amor de mi vida. Pero no lo logré.
Una noche, Marcus llegó enojado luego de hablar con su abuelo. Me tomó de los brazos con fuerza. Sus ojos irradiaban odio.
—¿¡Qué le dijiste al abuelo!? ¡Ahora no quiere herederos porque eres estéril! Ni siquiera para eso sirves.
—Solo te quité la obligación de estar conmigo a la fuerza, Marcus. Lo he intentado todo. Pero sé que solo sientes odio por mí. No importa lo que haga… jamás seré agradable a tus ojos.
—Por supuesto que no. Solo me das asco. Cada vez que tenía que tocarte debía tomarme una pastilla. No me causas nada, Lissandra. Nada. De cierta forma me siento aliviado… ya no tendré que volver a tocarte.
Sus palabras fueron como mil dagas en mi corazón. Me sentí vacía, no deseada. Como mujer… me rompí. No pude evitar que las lágrimas cayeran al ver su desprecio.
—¿Por qué me odias tanto? Yo jamás te hice daño.
—¿Nada? Sé que le enviaste un mensaje a Caroline. Le dijiste que nos casaríamos. Ella iba a volver conmigo, pero ese día le rompiste el corazón y nunca regresó.
Mi corazón se congeló. Yo jamás había contactado a su exnovia. Ni siquiera sabía cómo se llamaba.
—Marcus… yo jamás hice eso. No sé cómo contactarla. No sé dónde está.
—¡No mientas! Ella me envió el correo con la imagen del mensaje. Por tu culpa, el amor de mi vida me dejó.
—Marcus, te juro que eso no es cierto —le lloré, rogando que me creyera. Pero no lo hizo. Solo se fue. Y desde entonces… jamás volvió a tocarme.
Seguía siendo la señora Black. Marcus actuaba muy bien en las fiestas y reuniones. Todos me alababan por mi belleza y mi inteligencia. Muchas veces coincidía con Ashton Gardner en esos eventos. Sus ojos fríos se clavaban en mí con una mirada indescifrable. Sabía que, de alguna manera, debía odiarme por arrebatarle tantos proyectos.
Al año siguiente, el abuelo murió. Su testamento dejaba la mitad de la empresa a mi nombre. Eso hizo que Marcus hirviera de rabia. Estuvo a punto de golpearme.
Han pasado seis meses desde su muerte. Aún lo extraño tanto. Pero he tomado una decisión: voy a devolverle la empresa a Marcus. Ya no puedo seguir engañándome.
Él no me ama… y jamás lo hará.
Hoy es nuestra última noche juntos. Me he preparado para él. Solo quiero despedirme del amor de mi vida. Hoy, en nuestro tercer aniversario.
Tengo los papeles firmados del divorcio, y también el traspaso de la empresa. Están sobre la mesita. Se los entregaré… después de sentirlo una vez más. Solo quiero una vez. Una sola. Sentir sus labios. Solo eso. Un beso sería suficiente.