Eran las 12 de la noche y sentí su auto. Bajé las escaleras ansiosa. Al entrar, dejó su abrigo y me lanzó la misma mirada despectiva de siempre. Yo usaba una bata negra transparente y el babydoll rojo de encaje.
—Hola, Marc.
—¿Qué haces vestida así? Te ves ridícula.
—Hoy es nuestro aniversario, quería...
—¿Aniversario? ¿Querías? ¿Qué querías, Lissandra? ¿Que me ablandara y te tocara?
—Te preparé una cena.
—Ya comí.
—Marcus...
Me acerqué a él, dejando todo mi orgullo de lado, suplicando un beso, una caricia. Pero él me tomó de los brazos y me arrojó al sofá.
—Entiende, Lissandra. Me das asco. No podría tocarte. Eres fea, asquerosa. No puedes compararte con Carolina. Ella sí es una verdadera hembra.
Mi corazón terminó de romperse esa noche. Él acabó con todo el amor propio que alguna vez tuve. En sus ojos solo había odio, asco y desprecio.
—Está bien, Marcus. Esta fue la última vez que te ruego.
Tomé la carpeta con los papeles de la mesita y se la puse en el pecho con fuerza.
—Estos son los papeles del divorcio y el traspaso de la empresa. No quiero nada. Solo firma. Ya no está tu abuelo, así que no hay razón para que sigas encadenado a una mujer tan asquerosa como yo.
Tomé mi abrigo, me lo puse, recogí las llaves del auto y me fui. Conduje durante horas mientras las lágrimas mojaban mis mejillas. ¿Por qué Marcus no me amaba? Le había entregado todo. ¿Por qué tuvo que ayudarme ese día en la preparatoria? ¿Por qué me enamoré de él?
Estacioné el auto a un costado de la carretera y dejé salir mis gritos de dolor. Sentía que el alma se me partía en mil pedazos. Lo amaba. Solo quería un poco de su amor. No aspiraba a mucho... solo un poco.
Recordé cuando el abuelo de Marcus me adoraba. Yo era una genio en matemáticas. Pronto me pidió que trabajara en la empresa junto a Marcus. Pero mi felicidad fue mayor cuando le dijo a Marcus que me tomara como esposa. Ese día, algo cambió. Marcus dejó de ser dulce y atento, y se convirtió en un hombre frío que no perdía oportunidad para humillarme...
—Fue tu idea, ¿cierto? Tú le pediste al abuelo que me casara contigo.
—Marcus, no. Te juro que no fue mi idea. Pero si tanto te molesta casarte conmigo, rompamos el compromiso. No te obligaré a estar conmigo.
Marcus me tomó de los brazos. En su mirada solo había odio.
—No te hagas la inocente, Lissandra. No finjas. Sabes que mi abuelo me amenazó con quitarme la empresa si no me casaba contigo. Ganaste. Pero créeme: tu capricho se convertirá en tu castigo.
Ese día quedó grabado en mi mente. Pensé que todo el amor que sentía por Marcus sería suficiente para que me amara. Qué tonta fui.
En nuestra noche de bodas me preparé. Compré un conjunto blanco. Le entregaría todo mi ser, mi virginidad como muestra de amor y devoción. Pero él fue una bestia. Me dejó adolorida en la cama. Me tomó con rabia, sin prepararme, sin besarme, sin permitirme tocarlo. Estuve adolorida dos días. Esa noche, tras tomarme, se fue. Desde entonces dormimos en habitaciones separadas.
Jamás debí creer que con todo mi amor él llegaría a amarme. Nunca lo hizo. Nunca lo hará. Y aquí estoy, llorando sola. El dolor es insoportable.
Después de más de una hora llorando, conduje hasta un bar de acompañantes. Ahí podías alquilar un amante. Todos los hombres usaban antifaz. No sabías quién eran. Solo elegías un cuerpo.
Entré y me senté en la barra.
—¿Qué le sirvo, señorita?
—Whisky doble.
El barman me entregó el trago y lo bebí de un sorbo.
—Otro.
Obedeció.
—¿Qué hace una chica linda como usted bebiendo sola a estas horas?
—¿Chica linda? —sonreí con tristeza—. No soy linda, cariño. Soy fea y asquerosa.
—No diga eso. Mírese. Su cabello es rojo como el atardecer. Sus ojos verdes son hermosos.
—Aun así, soy asquerosa. Nadie me desearía.
—Yo no diría eso...
Un hombre alto, de cabello negro, me tomó de la cintura y me giró hacia él. Llevaba un antifaz. Era uno de los chicos del lugar.
—Eso no vale. A ti te pagan para hacer sentir deseadas a las mujeres. Es lo único a lo que puedo aspirar. Dime, guapo, ¿cuál es tu tarifa?
—Para ti, gratis.
Su voz era varonil. Su cuerpo se adivinaba trabajado bajo su camisa blanca, desabotonada en los dos primeros botones. Trataba de verle los ojos, pero la oscuridad del bar lo impedía.
—Hazme olvidar —le dije.
Y en ese momento, sus labios devoraron los míos. Me abrazó con fuerza, como si mi dolor también fuera suyo. Me tomó en brazos y me llevó a una de las habitaciones privadas. Sacó una llave con un pitido y abrió la puerta.
Me dejó en el suelo. La luz era tenue. Había una cama en el centro, un pequeño bar en la esquina y un mueble con juguetes eróticos. Me giró y dejó caer mi abrigo. Me había olvidado de que debajo solo llevaba el babydoll rojo y unas bragas de encaje. Lo escuché jadear.
—Malditamente sexy... No sé quién te hizo creer que no eres hermosa, pequeña. Pero eres deseable. Y esta noche te lo demostraré.
Se quitó la camisa y el pantalón, quedando en ropa interior. Su cuerpo era imponente, trabajado, sus músculos marcados. Me besó de nuevo, me tomó la mano y la llevó a su entrepierna. Estaba tan duro. Jamás había tocado a un hombre así. Me estremecí.
—Esto es lo que provocas, pequeña. Eres deliciosa.
Me levantó y me llevó a la cama. Me acariciaba con hambre. Sus manos encendían cada parte de mi piel. Me besaba los labios, el cuello, devoraba mis pechos. En poco tiempo estaba desnuda, bajo su cuerpo. Bajó por mi vientre, separó mis piernas.
—¡Qué haces!
—Saborearte, ¿qué más?
Su lengua se perdió en mis pliegues, arrancándome un grito. Jamás había sentido nada igual. Era un experto. En poco tiempo, mi cuerpo temblaba. Mi primer orgasmo me dejó sin aliento.
Subió por mi piel, rozó mi entrada con su miembro. Me miró.
—Mi turno.
Entró en mí de un solo empujón. Era mucho más grande que Marcus. Gémí.
—Dios...
—Estás tan apretada, cariño. ¿Desde cuándo no te tocan?
—Años...
Me embestía con fuerza. Cada movimiento era un estallido de placer. Volví a llegar al orgasmo. Y él también, dentro de mí.
No había terminado. Me cambió de posición, me tomó boca abajo, mordió mi cuello, me sujetó las manos. Llegué dos veces más.
Al final, nos recostamos. Acaricié su pecho.
—¿Me dirías tu nombre?
—Erick.
—Gracias, Erick.
—¿Por qué, pequeña?
—Por hacerme sentir deseada. Por devolverme la vida.
—¿Quién te hizo tanto daño?
Mi ex-esposo — suspiré — me enamoré de él en la secundaria, un día unos chicos me dieron un pelotazo tan fuerte que perdí el conocimiento, y él me llevó en sus brazos a enfermería, ese día me enamoré de él, era mi vecino y me dediqué a amarlo en silencio, hasta que lo obligaron a casarse conmigo.
Antes era dulce, pero cuando lo comprometieron conmigo, él empezó a odiarme, hace poco supe que su Ex novia le dijo que iba a volver con él, pero como yo le había enviado un mensaje que nos íbamos a casar, se sintió traicionada y no volvió.
— ¿tú enviaste el mensaje?
— Jamás. Yo ni siquiera sabía dónde estaba ella.
— Dijiste ex esposo, ¿te divorciarás?
— Así es, le dejé los papeles para que los firmara, además de los derechos de su empresa, que su abuelo me heredó.
— Pero eso te corresponde.
— No quiero nada de él Erick, si mantengo la empresa tendré que verlo a diario y no quiero, quiero irme lejos, donde nadie me conozca y empezar desde cero.
— Entiendo, una chica linda y lista como tú, sin duda lo logrará. — Me levanté y pude ver sus ojos, eran azules llenos de una dulzura que jamás había visto, eran del mismo color que el cielo.
— ¿De verdad crees que soy linda? — él sonrió y acarició mi mejilla.
— Eres hermosa, totalmente deseable — se acercó y me besó, con la misma pasión con la que habíamos empezado, nuevamente empezamos a hacer el amor, porque eso era, este hombre enmascarado me hacía el amor, no era sexo, era hacer el amor, me hacía sentir deseada, amada, aunque fuera una mentira, lo actuaba muy bien.
—Eres hermosa, Lissandra. — Susurraba entre besos.
Volvimos a hacer el amor. Esta vez fue suave, lento, profundo. Me hizo sentir amada, aunque fuera una mentira.
Al despertar, había una rosa en la almohada, su máscara y una nota: "Gracias por una noche inolvidable. Eres la mujer más hermosa que he visto. Erick".
Sonreí. En la mesa había un jugo, un sándwich y un chocolate con otra nota: "Come. Debes recuperar energías".
Comí, me puse el abrigo. No encontré mis bragas, así que lo cerré bien y bajé. Todo estaba en silencio. El barman me esperaba.
—Señorita, espero que lo haya pasado bien.
—Demasiado. Gracias.
—Permítame acompañarla.
Me llevó al auto. Conduje de regreso a casa. Al llegar, Marcus estaba en el sofá. Su mirada tenía más odio que nunca. Yo... solo tenía una sonrisa llena de placer.