Mundo ficciónIniciar sesiónElio Cruz, un joven pobre, no tenía muchos motivos para seguir viviendo. Hasta que Jazmín Rivera, una joven de cabellos rojizos y mirada angelical, aparece en su vida para cambiarla para siempre. Solo que Jazmín está embarazada del líder de una peligrosa pandilla.
Leer másElio se sentó con fastidio en su banqueta oxidada y encendió un cigarro mientras observaba a las personas caminar por delante del taller mecánico en donde trabajaba desde hacía una eternidad. Soltó el humo gris, que se mezcló con el vapor de su aliento por el frío invierno que le calaba hasta los huesos. Solo llevaba puesta su remera vieja manchada con químicos mecánicos y por encima su chaqueta de cuero favorita.
Era un día aburrido, como todos los demás, no había mucho trabajo en esa zona desolada y llena de fábricas clandestinas, apenas pasaban algunos coches por ahí. Si tenía suerte, quizás aparecía un coche con una rueda pinchada y podría llevarse una buena propina para comprarse un paquete de cigarros o una botella de cerveza.
No es que odiara su trabajo, pero tampoco lo amaba. La paga era miserable, apenas le alcanzaba para pagar el alquiler de su monoambiente y cubrir sus necesidades básicas, pero por lo menos su jefe no hacía preguntas y no hizo ninguna mueca de desprecio al ver su apariencia desmejorada.
No tenía la altura ni el cuerpo suficiente para ser el macho alfa que su familia esperaba que fuera. Su piel era blanca como la leche y sus manos eran pequeñas al igual que su espalda. Pero si bien era pequeño, apenas alguien miraba sus ojos negros y filosos, o escuchaban su voz gruesa, se sentían intimidados.
Elio jamás había sido el estereotipo que sus padres hubiesen esperado de él. Había sido un mal hijo, un mal alumno y un mal empleado. Nunca se animó a seguir sus sueños, enterrados muy en lo profundo de su corazón, y siempre había sido un buscapleitos, lo que le dejó más de una cicatriz, la más notable, estaba en su ojo derecho, cubriendo la mitad de su cara.
Con el tiempo sus padres se resignaron con él, cargando todas sus esperanzas en su hermano mayor. Ahora, a sus 32 años, ya ni le llaman ni para su cumpleaños. Pero no podía importarle menos. Elio no pensaba en ser un hombre de manual y ya ni pensaba en la posibilidad de tener una familia propia.
¿Qué mujer en su sano juicio querría a alguien como él?
Un hombre debilucho, sin dinero, sin una casa, sin un futuro, sin sentimientos. Nadie, y él tampoco se eligiría. Elio Cruz no creía en el amor Y en los finales felices. Solo se despertaba cada mañana deseando que su día terminara para prenderse un buen cigarro, beber algo y comer unos fideos mientras observaba la ciudad nocturna desde su pequeña ventana. Sentir la brisa fría en su rostro era vida.
El sonido de un coche averiado lo sacó de sus pensamientos. Levantó su mirada oscura hacia un vehículo de alta gama que estacionó frente al taller. Desde el capot salió humo negro y supo que iba a ser un trabajo de varias horas. Con fastidio apagó el cigarro en el suelo y se levantó para recibir a su cliente.
Se encogió en su chaqueta de cuero y esperó con impaciencia a que el maldito saliera del coche con calefacción. Pero antes de que bajara el piloto, la puerta de copiloto se abrió suavemente, pero nadie bajó.
Elio enarcó una ceja y observó en silencio la escena. Luego de interminables minutos, un pequeño pie apareció asomándose por debajo de la puerta. Cabe destacar que era una camioneta 4x4 y el suelo estaba muy lejos de la abertura de la puerta. El pequeño pie pareció tantear el espacio donde se suponía que estaba el suelo sin encontrarlo. Elio pensó en ayudar a esa pobre criatura tonta, quizás hasta llevarle su banco, pero él no era servicial y menos con la gente con dinero. Finalmente, el pequeño pie bajó hasta el suelo y liberó un quejido lastimero, como si hubiese pisado el abismo. Los pies caminaron fuera de la puerta, que cerró con otro quejido y el joven finalmente la vio.
Si Elio Cruz hubiese tenido el cigarro en la boca, se le hubiese resbalado de los labios.
Una joven apareció frente a él. Tenía el cabello rojizo hasta la altura de su cintura. Su rostro era alargado, pero también pequeño, de pómulos prominentes y sonrojados, labios delgados, nariz larga y respingada, tan perfecta como ninguna otra y sus ojos... dos pequeños ojos como medias lunas con dos canicas celestes que parecían tener dos galaxias dentro.
La misteriosa joven liberó un quejido mientras sostenía con cansancio su espalda. Porque, un detalle no menor, era que estaba embarazada, debajo de un gran remerón color verde estaba una gran panza que parecía molestarle.
Elio no se movió, ni siquiera tuvo la educación de alejar su mirada penetrante de aquella joven embarazada que de seguro tenía un hombre. Se sintió abrumado por lo hermosa que era. No es que Eliot Cruz nunca hubiese visto una hermosa mujer antes en su vida, en realidad había llevado a muchas hermosas mujeres a su cama en sus mejores épocas. Pero ella era distinta, no recordaba la última vez que había visto a alguien tan celestial.
-¿Vas a atenderme o qué?
Elio no había notado que el conductor había bajado del coche y lo había estado observando en silencio todo este tiempo. Sintió náuseas al escuchar la desagradable voz de ese sujeto y alejó con pesar su mirada de la joven que pareció temblar ante la voz de su compañero. Eso lo hizo enfurecer, aunque no podía entender por qué.
Finalmente movió sus ojos negros hacia un semental que lo observaba con soberbia.
Marco De Luca, de un metro noventa de altura, de espalda ancha y triangular, cuerpo trabajado que podía notarse debajo de su ropa oscura y ceñida al cuerpo.
Marco lo observó con desprecio. Como cualquier hombre miraría a un miserable joven como él.
-Sí claro...- respondió tragándose sus ganas de decirle que se buscara otro taller. Pero necesitaba el trabajo, no podía arriesgarse a perderlo y esperar encontrar otro pronto. Nadie lo tomaría con tanta facilidad.
-¿Va a llevar mucho tiempo?- preguntó con fastidio.
-Por lo que veo, hay algo que está obstruyendo el motor, voy a tener que desarmarlo por completo, porque no sé en qué parte se atascó.
-Esperaré aquí entonces, trata de hacerlo lo más rápido posible- ordenó cruzándose de brazos.
Elio sacó el rostro del motor, y no pudo evitar voltear hacia la joven, que no había dicho ni una sola palabra en todo este tiempo. Se movía de un pie a otro, soportando con mucho esfuerzo el peso de su vientre, podía ver en su rostro lo molesta que se sentía.
-¿No sería mejor que fuera con su esposa al café de enfrente?- Elio quiso morderse la lengua, pero las palabras habían salido de su gran boca antes de darse cuenta.
¿Desde cuándo le importaba una mujer que ni siquiera era suya?
La joven colorada lo observó en pánico, como si las palabas de Elio hubieran sido veneno para Marco- N-no es necesario...- susurró, observando a su esposo. -P-Podemos quedarnos aquí, si es lo que tú quieres.
Elio odió la voz apenas audible y temblorosa de la muchacha. Quería protegerla, su corazón le decía a gritos que se quitara la chamarra y se la pusiera sobre los hombros y la cargara en sus brazos hasta un lugar acogedor y seguro para ella y su bebé.
"¿Por qué llevaba solo una playera delgada?" Se preguntó, gruñendo a sus adentros.
-Van a congelarse aquí afuera, el café es barato y de buena calidad.
-Pff, como si me faltara dinero- respondió Marco- Está bien- dijo con fastidio- No demores tanto, niño.
Elio tuvo que respirar profundamente para no saltar sobre el rostro estúpido de su cliente y desgarrarle la piel al escuchar el apodo despectivo que le había dado. No dijo más nada, y los vio cruzar la calle hacia el café, el hombre caminando imponente por delante, mientras que la joven caminaba con dificultad detrás suyo, la panza era gigante y apenas podía con ella.
Elio se quedó allí, observando a la pareja hasta que desaparecieron por la puerta del café. Todavía podía sentir el aroma a vainilla de su perfume en el aire y cómo su yo interno pedía a gritos reclamarla como suya.
-Basta...- se gritó a sí mismo. No se reconocía, él no era así y culpó a su abstinencia de sexo, porque Elio Cruz no se enamoraba y menos a primera vista.
-¡Bájame!- Chilló Jazmín mientras era arrastrada fuera de la habitación sobre el hombro del hombre.Adriel la ignoró, más concentrado en salir de allí y vigilar a los hombres que estaban ocupando el largo pasillo. Ninguno de ellos los detuvo en su huida, pero aún así no podía confiar ciegamente a que no lo atacaran por la espalda. Fox ya los había traicionado una vez, podía hacerlo dos.-¡Que me bajes!-No esperaba que la joven hundiera toda su dentadura en su hombro. Su cuerpo recibió una descarga de dolor que lo detuvo de golpe y lo hizo encorvarse hacia adelante, la herida en su cabeza no ayudó a soportar la mordida y mantenerse estabilizado.Jazmín aprovechó que se acercó más al suelo para forcejear y finalmente caer sentada, rebotando sobre su trasero. Dispuesta a volver a la habitación y rescatar a Elio, dio media vuelta, pero no pudo avanzar ni centímetro cuando fue agarrada con fuerza del brazo. Frustrada, se volteó hacia atrás para seguir protestando, pero el rostro de Adriel
Era como si todos sus sentidos se hubieran unificado en uno. Como si su cuerpo estuviese conectado a una cuerda invisible que sostenía todas sus extremidades, que rodeaba su cuello como una correa y terminaba en la mano de Fox.Con cada palabra del hombre, se ajustaba más, ahorcándola, paralizándola. Y aunque su mente luchaba por alejarse de él y esconderse detrás de Elio, no podía moverse.Todo su pasado, aquel que había escondido con recelo en los cajones más alejados de su mente, se abrió de golpe, rompiendo los candados, recordándole que nunca se habían ido y que ahora deseaban volver otra vez, pero con más fuerza.La risa divertida y satisfecha de Fox se coló en cada célula de su cuerpo y lo estremeció, enviándolo a aquella habitación pequeña que había sido todo su mundo durante años. Donde era solo un muñeco de placer, una criatura hermosa que merecía ser dañada por seres que disfrutaban de verla sufrir.Con el tiempo había aprendido a aceptar el dolor, el sometimiento y los des
Jazmín corrió a través de la vegetación crecida sin saber bien a dónde estaba yendo. Sus pies descalzos dolieron contra las piedras, ramas rotas y algunas espinas. No había encontrado dentro del cuarto un calzado, pero por suerte había podido robarle a Meri un abrigo que tapaba su camisón y cubría su piel hasta por debajo de sus rodillas. Miró hacia atrás nerviosa y agitada. La cabaña se veía cada vez más lejos y no había rastros de Meri. Necesitaba desaparecer de su vista antes de que notara su ausencia y la llevara a rastras de nuevo a la cama. Jazmín sabía que no iba a poder luchar contra la mujer que era el doble de tamaño que ella. “¿Y así esperas poder ayudar a Elio?” Le dijo la voz cruel de su cabeza. Estaba en lo cierto. Más que una ayuda, sería un estorbo. Pero su instinto materno no le permitió quedarse de brazos cruzados mientras las manos sucias de Marco mecían a su niña. Luego de unos 10 minutos corriendo en línea recta, llegó a la carretera asfaltada que de seguro
Elio sintió cómo sus entrañas se revolvían mientras se acercaban más y más a la guarida de los pandilleros. -Aquí a la derecha- le indicó al conductor. Podía sentir la bilis subir por su garganta, sintiéndose preso del terror. Lo único que le daba consuelo, era saber que volvería a ver el rostro de Jazmín en su reencuentro. Porque iba a tener uno ¿No? Elio tenía fe de que sí. Su historia sin comienzo no podía terminar así. No podía ganar el mal. Aunque podría morir esa noche, pero no podría descansar en paz sabiendo que la joven viviría sin tener a su hija. No podía dejar de pensar que todo esto era su culpa. “Si tan solo no la hubiera abandonado” Frente a sus ojos negros apareció la casa que parecía abandonada, con las luces apagadas, el pasto crecido y sin coches alta gama a la vista. “¿Llegué demasiado tarde?” Si los pandilleros se habían movido hacia otra guarida, sería como empezar desde el punto de partida. Con nerviosismo, buscó a su amigo entre los arbustos y suspiró a
El frío de la madrugada caló profundo en los huesos de Adriel, podía ver su propio aliento elevarse hacía el cielo nocturno que poco a poco amenazaba con irse para darle lugar al amanecer. Aunque parecía una persona nocturna, secretamente amaba el sol y su calor abrasador. Ni la hermosa luna redonda que se cernía sobre ellos podía ser suficiente consuelo para ignorar el viento helado que se metía por su cuello y su nuca desnuda. Adriel gruñó, arrepentido de no haberse llevado una bufanda o una campera que tuviera el cierre más alto. Sin más remedio, levantó los hombros escondiendo su piel desnuda lo mejor posible, mientras pensaba en que Meri hubiese tenido una bufanda extra para él si estuviera ahí. Rápidamente disipó esos pensamientos, no quería caer en una espiral de angustia por extrañar a su hermosa esposa. Mientras avanzaba por las calles vacías de la ciudad que todavía dormía, elevó su mirada hacia el pequeño cuerpo que caminaba delante de él guiando el camino. Elio no habí
Adriel entró hecho una furia al hospital, seguido de cerca por Elio. Nadie los detuvo. Todos conocían muy bien al esposo de Meri, y aunque no lo conocieran, había que estar loco para tratar de frenar a un hombre furioso que arrazaría con todo a su paso sin mediar en las consecuencias. Elio lo siguió de cerca, tratando de seguir el ritmo de las piernas largas de su amigo. Mientras se acercaban al sector de maternidad, no podía dejar de pensar en Jazmin. ¿Estaba bien? ¿O había llegado demasiado tarde? Un hueco se formó en su estómago cuando pasó por el cuarto de la joven y se encontró con que estaba vacio. Podía sentir el miedo en el ambiente. “Si tan solo los hubiera matado aquella vez” Sintió sus piernas aflojarse, y hubiera caído al suelo de no ser por el estruendo de la voz de su amigo que hizo saltar a todos los presentes, él incluido. -¿Dónde está Meri?- Le gruñó a una pobre pasante que había tenido la mala suerte de estar justo en ese momento en su radio de visión. -L-La doc
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