Jazmín Rivera estaba acostumbrada a mudarse de hogar cada cierto tiempo. Ella no hacía preguntas, cuando Marco le decía que armara el bolso porque debían irse cuanto antes, ella obedecía.
Sin embargo, ninguna casa terminaba de sentirse como un hogar, normalmente eran frías y grises. Además de que la privacidad no existía en su vida. Dormía bajo el mismo techo que la pandilla de su esposo, en su mayoría hombres jóvenes y busca pleitos, a veces estaban con sus mujeres e hijos, pero Jazmín no tenía permitido hablar con ellos, porque era la mujer del líder. De todas maneras, nadie la miraba ni le dirigía la palabra si su esposo estaba cerca.
Jazmín acarició su gran vientre, era lo único que le daba consuelo y esperanza, no podía esperar conocer a su bebé.
-M****a... ¿Qué carajo pasa?- gruñó su esposo cuando el coche comenzó a hacer ruidos extraños. Segundos después se detuvo de golpe y un humo negro comenzó a salir del capot.
La joven se preocupó, no le gustaba cuando Marco se enojaba porque podía desquitarse con ella. Para su suerte, el coche se había averiado justo en la puerta de un taller mecánico.
Jazmín bajó con mucha dificultad, la barriga le pesaba, le dolía la cabeza por tantas horas sin comer debido al largo viaje y no había tenido tiempo de tomar un abrigo porque habían salido prácticamente con lo que tenían puesto, dejando sus pocas pertenencias en la casa que habían abandonado.
No tuvo tiempo de sentir el frío del invierno, porque cuando cerró la puerta del coche se encontró con el dueño del taller que hizo que su corazón se calentara de golpe. El aura de ese joven era misteriosa y le dio curiosidad, como si quisiera saber más de él.
El joven mecánico la observó en silencio con su mirada oscura y afilada, pero por alguna razón Jazmín no tuvo miedo. Al contrario, lo encontró adorable, con su rostro regordete, su nariz redonda, su cabello negro como la noche y su piel blanca como la luna. No era un hombre grande e intimidante como su esposo y los suyos, al contrario, era mucho más pequeño, pero por alguna razón eso la reconfortaba.
-¿Vas a atenderme o qué?
Su esposo interrumpió el letargo en el que ambos habían quedado atrapados y Jazmín alejó su mirada del chico con terror, temiendo que su esposo pudiera haberla pillado mirando a otro hombre. Para su suerte estaba más preocupado por el coche y en irse de allí cuanto antes.
-Si claro...
La voz gruesa y vibrante del joven recorrió su cuerpo sin permiso, haciéndola sonrojarse, era música para sus oídos, no podía evitar querer rendirse a ese joven desconocido y se odio por eso.
"Le perteneces a Marco, él es tu dueño" Le dijo la voz cruel de su cabeza "No olvides que llevas a su hijo en tu vientre"
-Por lo que veo, hay algo que está obstruyendo el motor, voy a tener que desarmarlo por completo, porque no sé en qué parte se atascó.
Jazmín sintió que los colores de su rostro desaparecían y el terror la invadió en su lugar. Había recordado que, en un momento de locura y desesperación, había escondido sus alhajas en el coche de su esposo. Podría sonar estúpido para cualquier persona que no tuviera su desesperada vida, pero para ella era supervivencia. No podía esconder el único recuerdo que tenía de su familia en la casa porque siempre se mudaban, el único lugar seguro era el vehículo en el que se movilizaban.
Sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas con la sola idea de que su esposo supiera que su coche se había arruinado porque su estúpida mujer había escondido sus joyas en el motor de su coche.
"Eres una mujer estúpida" Era lo que siempre le repetía. No podía estar más de acuerdo con eso.
Temiendo el peor de sus finales, Jazmín observó con pánico al mecánico, deseando que tuviera piedad y no revelara su secreto.
-¿No sería mejor que fuera con su esposa al café de enfrente?-
El joven no había entendido su indirecta. Estaba perdida. ¿Por qué otro hombre se pondría de su lado? Estaba segura de que cuando descubriera que la rotura era por su culpa la delataría con su esposo para que pudiera recibir el castigo que merecía, al fin de cuentas todos los hombres eran iguales con sus esposas.
Desde que Jazmín tenía uso de razón, había aprendido a cerrar la boca y obedecer a los hombres en su vida. Primero su padre, luego sus jefes y por último su esposo. Jazmín estaba acostumbrada a ser tratada como una niña que se portaba mal y no como una adulta que tenía sus propios pensamientos y opiniones.
-N-no es necesario...-P-Podemos quedarnos aquí, si es lo que tú quieres.- Respondió como la esposa obediente y complaciente que su esposo amaba. No importaba su bienestar, primero estaba el de Marco, luego el suyo.
Pero para su sorpresa, accedió y esperaron dentro del café a que el coche estuviera arreglado.
Jazmín no pudo probar ni un solo bocado de sus panqueques dulces con frutillas y nueces. Amaba las nueces, pero había perdido el apetito, no podía dejar de pensar en cuál sería el castigo esa noche por haber arruinado el coche millonario de su esposo.
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Luego de una larga espera, que se hizo tortuosa, finalmente el coche estaba arreglado. Jazmín notó en pánico que el mecánico la estaba observando de reojo. Él lo sabía, había descubierto las joyas y ahora la estaba juzgando en silencio, esperando el momento perfecto para delatarla.
Justo cuando su esposo estaba por pagar el arreglo, su móvil sonó y con fastidio se alejó unos metros para atender la llamada.
Jazmín se mantuvo en su lugar, esperando obediente a que su esposo regresara. No quería mirar al mecánico, pero podía sentir que aún la estaba observando en silencio. Una gota de sudor cayó de su frente cuando el joven comenzó a acercarse lentamente. Estaba perdida, él la iba a delatar.
-Disculpa...- murmuró con su voz grave- Tenga esto...
La joven levantó su mirada húmeda por las lágrimas que amenazaban con salir, y observó que el muchacho le había acercado una caja de cartón a su pecho mientras miraba hacia otro lado. Clavando sus ojos negros en un punto fijo a lo lejos- Es la caja de los repuestos que utilicé para el motor.
-Oh... claro- dijo tomando la caja entre sus manos. No pesaba como había imaginado, y sintió cosas rodar dentro. Con curiosidad, abrió la caja. -¡AH!- Exclamó exaltada al ver que dentro de la caja estaban todas y cada una de sus joyas. Hasta el viejo relicario que escondía la única foto que tenía con sus padres y su hermano.
-Estaban dentro del motor. Cuando las saqué estaban sucias, me tomé el trabajo de limpiarlas, podría hacerle mal a su bebé que los aceites tengan contacto con su piel...- dijo aún con la mirada lejos de ella.
-Bien... ¿En que estábamos?
La voz de su esposo hizo que Jazmín cerrara de golpe la caja y se congelara en su lugar.
Marco se acercó al mecánico sin siquiera mirar a su esposa.
-El coche quedó como nuevo, cambié las piezas rotas por unas nuevas, así que no debería haber ningún inconveniente. Al parecer solo fue una avería, una de las piezas se gastó, solo era eso...
-Bien...- murmuró satisfecho, sacando un fajo de billetes- Eres bueno niño, te subestimé. Nos volveremos a ver pronto... mis muchachos tienen sus propias bellezas y necesitan algunos arreglos. ¿Podemos confiar en tí?
Los ojos de Elio se movieron por un milisegundo a la joven, que había estado todo ese tiempo con la mirada en el suelo aferrándose con fuerza a la caja- Claro, pueden confiar en mí.