Era como si todos sus sentidos se hubieran unificado en uno. Como si su cuerpo estuviese conectado a una cuerda invisible que sostenía todas sus extremidades, que rodeaba su cuello como una correa y terminaba en la mano de Fox.
Con cada palabra del hombre, se ajustaba más, ahorcándola, paralizándola. Y aunque su mente luchaba por alejarse de él y esconderse detrás de Elio, no podía moverse.
Todo su pasado, aquel que había escondido con recelo en los cajones más alejados de su mente, se abrió de golpe, rompiendo los candados, recordándole que nunca se habían ido y que ahora deseaban volver otra vez, pero con más fuerza.
La risa divertida y satisfecha de Fox se coló en cada célula de su cuerpo y lo estremeció, enviándolo a aquella habitación pequeña que había sido todo su mundo durante años. Donde era solo un muñeco de placer, una criatura hermosa que merecía ser dañada por seres que disfrutaban de verla sufrir.
Con el tiempo había aprendido a aceptar el dolor, el sometimiento y los des