Embarace A La Madre De Mi mejor Amigo

Embarace A La Madre De Mi mejor AmigoES

Romance
Última actualización: 2025-06-03
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Resumen
Índice

Me llamo Peter Callaghan, y esta es la historia que nadie se atrevió a contar… hasta hoy. Me enamoré de la mujer equivocada según todos, menos según mi corazón: la madre de mi mejor amigo. Nos ocultamos entre silencios, nos negamos entre miradas, y aun así… nos amamos. Contra el mundo, contra el juicio de los demás, contra nosotros mismos. Pero nada me preparó para el día en que Jessi me dijo que estaba embarazada. Tenía miedo. Ella lloraba. Y aunque yo era apenas un muchacho con el alma en carne viva, supe que ese instante dividiría mi vida en dos. Porque no solo iba a ser su amante. Iba a ser padre. Iba a ser su compañero. Su hogar. Esta no es solo una historia de amor prohibido. Es la historia de cómo aprendí que todos merecemos ser amados, aunque solo sea por una estación… un año… o toda la vida.

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Capítulo 1

Embarace a la madre de mi mejor amigo

Nunca imaginé que mi vida estaría llena de tantos obstáculos.

Es un viernes por la tarde. Ya había concluido la universidad a mis 22 años y empezaba a abrirme camino en el mundo laboral.

Inmediatamente solté la toga y el birrete para la foto cuando terminamos y salí corriendo de la universidad. Aunque todos iban a asistir a una fiesta, yo estaba preocupada por Jessy que no vino a la universidad para felicitarme ni a entregarme flores como habíamos quedado.

Conocía cada rincón de esa sala, el aroma a jazmín que flotaba en el aire, la cafetera que chorreaba en la cocina... y su silueta. Jessy estaba sentada en el sofá, abrazándose las rodillas, con la mirada perdida en la ventana. No se giró cuando entre.

—Todo bien? —pregunto, aunque ya sabía que no. Había algo en su silencio, de la manera en que evitaba mi voz, que dolía como un punal invisible.

Me acerqué y me senté frente a ella. Tardó un momento en mirarme. Sus ojos estaban húmedos. Nunca la había visto así.

—Peter… —susurra, y mi nombre en sus labios no sonó como siempre. Sonó roto.

Tragué saliva.

—Dime qué pasa.

Me entregaron una pequeña prueba de embarazo. Positivo.

Sentí como si el aire fuera de plomo. No supe si reír, llorar o arrodillarme. Porque lo primero que sentí —y no lo niego— fue una felicidad absurda y brutal. Un vértigo dulce.

—¿Vamos a tener un hijo? —pregunto, sonriendo como idiota.

Ella negó con la cabeza, como si acabara de romperle el alma con esas palabras.

—Peter, esto no debía pasar… —Su voz se quebró—. No fue correcto. Nunca lo fue. Yo soy la madre de tu mejor amigo, tu vecina. Te llevo casi veinte años. Y tú… tú tienes toda una vida por delante y lo arruiné.

Me incliné hacia ella, tomándola de las manos.

—Tú eres mi vida, Jessy.

Ella cerró los ojos con fuerza, como si decirle eso fuera una bofetada.

—No digas eso, por favor. Ya cruzamos una línea, y ahora… ahora vamos a pagar las consecuencias. No puedo ni imaginar cómo reaccionará Ethan. Me verá como una traidora. Y tú… tú te convertirías en su padrastro. ¡Su padrastro, Pedro!

Me quedé en silencio. Sentí la náusea del miedo por primera vez, pero no di un paso atrás.

—No me importa. No me importa lo que digan mis padres, tu hijo o lo que piensen en la universidad. No me importa si Ethan me odia. Yo... yo voy a ser padre. Y si tú me deja, voy a estar ahí. Siempre.

Ella soltó un sollozo.

—Eres solo un niño…

—Soy más hombre ahora que nunca —dije, sin temblar—. Porque te amo. Y porque ese bebé que crece en ti… es lo único que me importa. Hoy me gradué solo tengo que buscar otro trabajo y dejar el de medio tiempo.

Nos quedamos en silencio. Ella lloraba. Yo la sostenía.

Y aunque afuera el mundo seguía igual, yo lo supe: nada volvería a ser como antes.

Pero no creerán como creció ese amor infinito con Sussy....porque nunca lo vi como una obsesión.

Todo comenzó cuando me mudé con mis padres a Miami.

Tenía quince años la primera vez que la vi de verdad. No como la madre de Ethan, no como la señora Keller, sino como una mujer.

Tuvimos varios meses asistiendo a eventos de la comunidad y reuniones escolares. Su hijo y yo éramos una y mugre.

Ese día fui a su casa como siempre, para jugar videojuegos con Ethan. Pasamos la tarde en su cuarto, sin permisos de sus padres, riendo y discutiendo sobre quién era mejor en el juego. En algún momento, él fue a la cocina por algo de comer, y yo salí de su habitación, caminando sin rumbo por la casa. Mirando los cuadros en las paredes. Son una linda familia, pensé.

Fue entonces cuando lo escuché.

Un gemido. Bajo, pero claro.

Me detuve en seco frente a la puerta entreabierta del cuarto principal. La luz del atardecer se filtraba por la rendija, proyectando sombras en el suelo. Escuché otro sonido, un jadeo entrecortado, seguido de un murmullo masculino.

Mi corazón latía con tanta fuerza en mis oídos, mientras daba un paso más, incapaz de detenerme. Miré dentro.

Su esposo la tenía contra el colchón, moviéndose sobre ella. Pero yo solo veía a Jessy.

Su rostro estaba girado hacia un lado, los labios entreabiertos, la piel encendida. Su cabello rubio se esparcía sobre la almohada, y cada curva de su cuerpo se tensaba con cada movimiento. Se veía vulnerable, atrapada entre el placer y algo más… algo que no entendí en ese momento de mi pubertad, pero que me obsesionó desde ese día.

No podía apartar la mirada. La deseé en ese instante, de una forma que me asustó y me marcó para siempre. Sabía que estaba mal, que era la madre de mi mejor amigo, que su esposo estaba justo allí. Pero nada de eso importó. Desde ese momento, mi mente quedó atrapada en ella.

Me alejé antes de que alguien me descubriera, con el corazón desbocado y las manos temblorosas. Volví al cuarto de Ethan y fingi que nada había pasado, pero esa imagen de ella quedó grabada en mi mente, repitiéndose una y otra vez. Desde ese día, cada vez que la veía, solo podía pensar en lo que había presenciado. En lo que quería de ella.

Con los años, mi amistad con Ethan solo se hizo más fuerte, lo que significaba que yo seguía pasando incontables horas en su casa. Pero algo había cambiado.

Jessy ya no era solo la madre de mi amigo; era una mujer atrapada en un matrimonio infeliz. No lo decía en voz alta, pero lo veía en sus ojos cansados, de la manera en que su risa se había vuelto más escasa, en la forma en que su esposo la ignoraba cada vez que entraba a la casa.

Entonces, un día, él se fue.

Yo tenía diecisiete años cuando Ethan llegó a mi casa con la noticia. Su padre se había marchado para no volver.

“Mejor así”—dijo, con una indiferencia que no me creí—“No es como si estuviera mucho en casa de todos modos”.

Pero yo no pensaba en Ethan en ese momento. Pensaba en ella. En cómo estaría, en si lloraría cuando estuviera sola. En cómo se sentiría ahora que, por primera vez en muchos años, dormía sola en su cama.

Ethan empezó a pasar más tiempo en mi casa después de eso. Decía que era porque no quería estar solo en la suya, y yo no podía culparlo.

Jugábamos videojuegos, veíamos películas y hablábamos de cualquier cosa menos del tema. Pero mientras él estaba conmigo, yo no podía dejar de pensar en que su madre estaba sola en casa.

Esa noche, mientras Ethan dormía en mi habitación, yo me quedé sentado en la sala, mirando la pantalla del televisor apagada. Me pregunté si Jessy también estaría despierta. Si pensaría en él, o si por fin podría respirar tranquilamente.

Y lo peor de todo es que, en lo más profundo de mi mente, una idea prohibida empezó a tomar forma.

Ya no había esposo. Ya no había nadie entre nosotros.

Solo ella y yo.

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