El cuerpo de Jessy aún estaba tibio entre los cojines y el edredón cuando volvió en sí. Dormía boca arriba, debajo de mi cuerpo sudado, el cabello enredado en la colcha, con esa expresión vulnerable que nunca antes le había visto. La cubrí con cuidado, deslizando la frazada del espaldal del sofá hasta sus hombros, protegiéndola del frío de la madrugada.
No puedo evitar mirarla un poco más. Cada curva, cada luna de su cuello, cada pequeño detalle era ahora parte de mí. Ya no era un misterio... era una memoria viva. Mi primera vez. Nuestra primera vez. Me levanté despacio cuidando que el condón no se cayera o quedará dentro de ella. Camine hasta el baño. Había algunas gotas en mis muslos, estaba bastante lleno y un poco de sangre en el látex. —Maldita mar, creo que fui muy brusco. Nada que me alarmara, pero no pude evitar quedarme mirando el reflejo de mi rostro en el espejo, como si buscara a alguien más. ¿Quién era ahora? Limpié mi cuerpo con una toalla húmeda. Me subi la cremallera y me acomode la camisa. Cuando regresó a la habitación le limpió su parte íntima con una toalla, había rastro de sangre. Una cortadita en la entrada, supongo que es por lo horrible que lo tengo. Le acomode la ropa y la lleve hasta la cama, creo que estaba muy cansada porque no se despertó, pesa lo que una pluma. Salí del cuarto sin hacer ruido. Al cerrar la puerta detrás de mí, fue como si el mundo cambiara de golpe. La música explotó contra mis oídos. Luces de colores aún cruzaban la terraza, y el olor a cerveza y humo llenaba el ambiente. Algunos chicos estaban en la piscina, otros bailaban descoordinadamente, y había risas, gritos, gente que ya no recordaría ni cómo llegó hasta allí. Mis padres parece que se fueron a dormir. Pasé entre ellos como un fantasma. Tome un sombrero de vaquero de una silla y siguió caminando, pero no respondió a los llamados de algunos de ellos. Caminé hacia la barra improvisada, tomé una botella de agua, y me senté en una silla al fondo, donde las luces no llegaban tan fuerte. La sentia a ella. Su olor. Su tacto. Su respiración acelerada, su voz temblando al susurrar mi nombre. Cerré los ojos. Por un momento no estaba en la fiesta. Estaba otra vez con ella. Dentro de ella. —¿Pedro? Abrí los ojos. Era Bárbara. —Oye —dijo, cortante. —¿Todo bien? -Si. —No te vi en la piscina. Pensé que te habías ido con Ethan o algo. —Estaba… por ahí. Me miró fijamente, y por su mirada, entendió más de lo que dijo. —¿Estabas con Jessy? No respondí. Mi silencio fue suficiente. —Vaya —murmura—. Pensé que era un juego entre ustedes. Algo prohibido, pero… sin tocar. —Ella no es un juego. —Lo noté. Bárbara se encogió de hombros. —Suerte con eso, Peter. No es un camino fácil. Espero que Ethan no te cause problemas. Ya sabes cómo es más que nadie. Pero si no quieres que nadie lo sepa no seas tan obvio o te causará problemas. —Nunca pensé que fuera fácil. Gracias por el consejo. Ella me dejó solo, llevándose con ella su perfume frutal y una pizca de decepción. La música seguía retumbando. Amigos de mis padres cayéndose en los sillones. Alguien vomitando detrás de un arbusto. Dos chicas besándose contra la pared del jardín. Yo solo pensaba en volver arriba. Ver si Jessy seguía dormida. Acariciar su pelo. Decirle que no me arrepentiría. Pero también sabía que nada volvería a ser igual. Sentí un golpe en el hombro. Ethan. Tenía los ojos rojos, seguramente del alcohol o algo más. —Te busqué maldito perro—dijo—. No te veía. —Estaba ocupado. Él me miró. Entrecerró los ojos. El momento fue breve, pero intenso. — ¿Arriba cagando? No me digas que ya te tiraste a Bárbara, la vi hace rato con cara de "me la metiste duro y casi estoy llorando" Lamentaba escuchar eso, se que quería que se la metiera, pero no imaginaba que lloraría al saber que me tiré a la mamá de mi mejor amigo. — ¿Estás loco o ya te dió en la torre la liga de alcohol? —Peter, ¿qué carajo hiciste? Solo diez centavos, soy tu mejor amigo. No le diré a nadie lo juro. Por lo menos diez centavos que perdiste tu virginidad con una chica linda de las que trajimos. —Hice lo que quise —respondí, levantándome—. Lo que ambos quisimos. No averigues tanto. Ethan me empujó. No con fuerza, pero sí con rabia. Ethan bufó y se dio media vuelta. —Tonto, yo voy con mi novia. Debería estar buscándome. Si cambias de idea, ven a mi habitación, dormiré en medio de tres hermosas futuras universitarias. Te haré un lado —dijo con su típico tono de “macho alfa en apogeo”. —Olvídate de mí —le solté, girándome sin mirarlo—. Disfruta tú, en serio. No respondió. Escuché sus pasos irse por el pasillo, seguidos de una risa finga y el sonido de una puerta abriéndose con fuerza. Seguro ya estaba armando su harem de medianoche. Yo, en cambio, tomé aire y me adentré en una de las habitaciones vacías del segundo piso. Cerré con seguro. Conociendo a Ethan, si no lo hacía, seguro me metería a una chica con excusas tipo “solo va a dormir contigo”, como ya había hecho una vez en casa de Rubén. El cuarto estaba oscuro, con la persiana a medio bajar. Me dejé caer sobre la cama con los brazos cruzados detrás de la cabeza. En mi pecho, todo era un caos. No podía dejar de pensar en ella. Jessy. La forma en la que me había mirado antes de cerrar los ojos, cuando la arropé, cuando le limpió con cuidado cada rincón de su cuerpo. Su voz susurrando mi nombre, su respiración agitada, sus dedos temblando al aferrarse a los míos. Todo eso seguía latiendo dentro de mí. Y también el peso de sus palabras al final. "No está bien..." No. No estaba bien, pero ya pasó. Abrí el celular y puse una alarma para las 7:00 am Quería prepararle un desayuno como Dios manda. Algo que compensara al menos un poco el dolor que noté en su rostro cuando la acosté en la cama. El desayuno era mi manera de decirle: "Sigo aquí. No me arrepiento. Te cuidaré, aunque no quieras quedarte". Bostecé. Me dolía el cuerpo, pero no tanto como me dolía tener que fingir al día siguiente. Sabía que Ethan sospechaba. Con esa mirada que me lanzó, con esa frase suya tan cruda y brutal: "¿Qué carajo hiciste?" Y aunque intentó suavizarlo con un chiste, había furia en sus ojos. Él sabía que algo no encajaba. Que no había sido Bárbara. Yo no era de los que salía con chicas por deporte. Y él me conoció bien. Sabía que esa noche, algo cambió para siempre.