Nunca imaginé que algo así me pasaría a mí. Soy una mujer hecha y derecha, con una vida construida a base de decisiones, errores y aprendizaje. Pero esa noche... esa noche me convertí en alguien más.
Me desperté con la luz del sol colándose entre las cortinas. La cabeza me latía como un maldito tambor lejano y mi boca sabía a vino barato. Cuando intenté moverme, un dolor sordo en mi interior me obligó a quedarme quieta por unos segundos. Y entonces lo recordé.
Pedro.
Su piel sobre la mía. Su aliento caliente en mi cuello. Mis manos buscándolo con desesperación. Su nombre sale de mis labios como si fuera todo lo que necesitaba en el mundo.
Me llevé las manos al rostro. Un nudo me apretaba el estómago.
La puerta se abrió con cuidado. Peter apareció con una bandeja de desayuno en las manos. El gesto más tierno del mundo, hecho con la torpeza dulce de alguien que aún cree que todo es posible.
—Buenos días —dijo con una sonrisa.
Yo lo miré, sin saber cómo comportarme. No sabía si cubrirme,