Natalia siempre soñó con casarse y tener una amplia y hermosa familia. La vida pareció cumplirle uno de sus deseos cuando quedó embarazada de trillizos; sin embargo, la tan anhelada propuesta de matrimonio nunca llegó a sus oídos. Los años transcurrieron y Natalia pareció aceptar este estilo de vida. ¿Qué podría cambiar un simple anillo? «Tenía a Roberto y a sus tres hijos. Con ellos lo tenía todo», pensó convencida. Sin embargo, realmente nada era lo que creía. Es decir, Roberto vivía constantemente viajando y su ausencia era lo que la acompañaba la mayoría del tiempo. Supo entonces que debía ser fuerte por sus pequeños hasta que todo se derrumbó ante sus ojos, sumergiéndola en el más grande de los sufrimientos. Natalia tuvo que comprobar con sus propios ojos cómo el hombre que amaba se casaba con otra. En ese justo momento supo que siempre había sido un secreto en la vida de Roberto, supo que se avergonzaba de ella, que realmente no amaba a los niños y que la había rebajado a ser la otra. Entonces se juró que no permitiría que otro hombre la tratara de esa forma. Y no permitiría que nadie más la humillara jamás, aunque, la vida parecía, tenía otros planes y nuevamente se encontraba frente a frente con un destino inesperado. ¿Pero qué podía hacer si la propuesta de aquel extraño sonaba tan bien? Y así Natalia terminó casándose por venganza con un hombre que no amaba, pero que, aparentemente, había llegado para sacudir su mundo y no en el buen sentido...
Leer más—Cariño, ¿cuándo volveremos a verte? —la tristeza en la voz de la mujer no pudo ser ocultada.
—Pronto. Ya sabes cómo es esto, Natalia —explicó el hombre con fastidio, aparentemente aburrido de dar siempre las mismas explicaciones—. Son negocios. Debo ir y venir para asegurarme de que todo marche bien. Pero no te preocupes, estaré en casa en un mes, ¿está bien? Una caricia llegó a la mejilla derecha de la joven y rápidamente se dejó envolver como un gatito perezoso, ronroneando ante su delicado gesto. —Los niños y yo te extrañaremos mucho —su mirada estaba llena de devoción, mientras veía al hombre que amaba a punto de partir. —Y yo los extrañaré a ellos. Ambos padres se giraron para divisar el trío de camas. Sus pequeños dormían plácidamente, ajenos a la realidad de que su padre estaba a punto de irse nuevamente. —Ellos sufren mucho siempre que te vas —comentó Natalia, testigo principal de la desilusión que embargaba a sus pequeños cada vez que tenían que despertarse para encontrarse con la noticia de que su progenitor había desaparecido una vez más. —En algún momento tendrán que acostumbrarse —dijo el hombre, sin más, inflexible. Esto le hizo preguntarse a Natalia si para Roberto la idea de relación se basaba únicamente en esto: una constante ausencia, migajas de cariño y tiempo. —No quiero que mi vida sea así para siempre —le comunicó ella, dejándose envolver por la tristeza. Necesitaba a un hombre presente, no a una pareja que apenas parecía visitarla cuando tenía algo de espacio libre. —No volveremos con lo mismo, Natalia —el hastío de Roberto fue evidente. Parecía estarse cansando de la conversación—. Debo irme ya. El hombre se dirigió a la puerta sin ánimos de dar nuevas explicaciones y tomó su maleta, dispuesto a marcharse y dejar a su mujer e hijos atrás. La puerta se cerró frente a los ojos de Natalia y una vez más sintió aquella desazón. Su corazón dolió. Siempre las personas a las que quería la abandonaban, aunque Roberto dijo que volvería y siempre lo hacía. Pero su ausencia le calaba profundamente. Aun así decidió no derrumbarse, estaba a punto de amanecer y sus tres pequeños seguramente se sentirían desolados ante la idea de no ver a su padre por un mes entero. Así que debía preparar su mejor cara, esa de “todo está bien” y consolarlos, ese era su deber como madre. Sin embargo, nada preparó a Natalia, para lo que se enteraría más tarde… —¡Nati! ¡Nati! ¡Abre la puerta! —alguien golpeó fuertemente la entrada y supo que se trataba de su vecina Aleja. —¿Qué ocurre, Aleja? Mira la hora que es —la acusó, porque sus hijos ya estaban durmiendo y lo último que quería era que se despertarán luego de un día tan complicado. —¡Esto es importante, mujer! —la sacudió desesperada. —¡¿Dime qué es?! —se contagió de su angustia. —¡Míralo! ¡Míralo por ti misma! —la apremió ella, extendiéndole una revista que Natalia no tardó en leer. El mundo de la joven mujer se sacudió cuando leyó la primera plana de aquel encabezado que terminaría por romperle el corazón en mil pedazos. “Dos grandes familias empresariales se unen en santo matrimonio este fin de semana: Roberto Buendía y Ana Paula Colmenares, darán el sí en el altar este sábado” La fecha de la celebración estaba pautada para el día siguiente y Aleja se encontró preguntándole si pensaba asistir y desenmascarar al desgraciado. —Hay que arruinarle la fiesta —le incito ella con deseos de venganza. Pero Natalia estaba demasiado conmocionada para contemplar esa idea, lo único que pensaba era que no tenía la menor idea desde cuándo la estaba engañando, peor aún, al parecer era con ella con quien engañaba a esa otra mujer. La había convertido en su amante y a sus hijos los había transformado en un trío de bastardos indeseados. A la mente de la mujer llegó el recuerdo de cuando se enteró de su embarazo, el terror que sintió y que no tardó en comunicárselo al hombre que, se suponía, la amaba. Roberto siempre supo que venía de una familia tradicional y que su deseo era casarse para que así los niños vivieran en un hogar legalmente constituido, pero él se había negado, le había hecho ver qué el matrimonio no tenía verdadera importancia y que lo importante era que estaban juntos. —No me iré a ningún lado. Los cuidaré a los cuatro —le había dicho. Pero todo era falso. La realidad era que Roberto no quería casarse con ella, porque tenía a alguien más. A alguien a quien sí estaba dispuesto a darle el lugar que se merecía, con bombos y platillos, con una gran fiesta, con la primera plana de una revista. Sin embargo, a ella la había convertido en un vil secreto. Una mancha que no debería ser revelada al mundo. Y lo odiaba por eso. —Natalia, no es momento de derrumbarse. Piensa en tus hijos —la alentó Aleja a mantenerse fuerte, viendo cómo sus piernas flaqueaban y caía al suelo sin parar de llorar. ¿Pero cómo no hacerlo? No únicamente acababan de romperle el corazón, sino que también habían humillado a sus hijos. Ya podría incluso imaginarse los comentarios de la gente insensible: “Mira, su papá no los quiere. Los ocultan como un feo secreto” Eso calaría hondamente en la autoestima de sus pequeños, si permitía que esta situación se mantuviera por más tiempo. «Debía hacer algo», pensó entonces recobrando sus fuerzas. Rápidamente, se dirigió a su habitación y comenzó a hacer su maleta, no únicamente era su ropa, sino también la de sus hijos. No sabía a dónde iría, pero si algo estaba claro en su mente, era que desaparecería del radar de Roberto Buendía, pero antes… arruinaría su flamante boda.Muchas gracias a todos los que me acompañaron hasta el final de esta hermosa historia. Disfruté mucho con cada uno de sus comentarios y quiero recordarles que la autora no dejará de escribir. Tengo una nueva novela en curso para los que deseen seguir leyendo más de mi trabajo. Pueden encontrarle en mi perfil con el nombre de: Ex-esposa en coma: Abandonada a mi suerte Con esta novela estaré participando en un concurso, así que me ayudarían muchísimo, si me dejan sus comentarios en la parte de reseñas para invitar a más personas también a leer, les aseguro que estará llena de emociones. Sin nada más que decir, me despido. ¡¡Fue un placer!!
Siempre evitaba mirar su reflejo en el espejo; aquella era una costumbre que había adquirido con el paso de los años. Pero ahora, justo ahora, algo en su interior le invitaba a hacerlo y, de todas maneras, la ocasión los ameritaba.Gala dejó caer la toalla y observó su reflejo. Sus ojos recorrieron su propia imagen, primero con la precaución de quien teme decepcionarse, luego con la incredulidad de quien descubre algo nuevo. ¿Esta mujer era ella?, se preguntó incrédula.Su piel aún conservaba marcas de estrías y un poco de flacidez que difícilmente se iría. Pero ya no veía la obesidad que tanto la había limitado en el pasado. Sus brazos, sus piernas, su cintura… sin duda no eran perfectos ni mucho menos como los de una modelo de revista, pero eran suyos. Y estaban bastante bien. Sonrió para sí misma.Complacida.Radiante.En ese día había recibido una invitación para salir, cosa que aún no asimilaba, de la misma forma que no asimilaba su nuevo aspecto.¿Qué haría?Nunca antes había s
Los aplausos resonaron en el auditorio, al tiempo en el que el nombre de Jade Meier era mencionado a través del micrófono.Jade tragó saliva ante la mención, colocándose de pie con lentitud. Sus compañeros les sonrieron con cariño y ella se despidió con una inclinación de cabeza.Con pasos lentos y medidos, debido al peso de su avanzado embarazo, caminó hasta recibir su título como diseñadora de moda. La tela de su vestido azul fluía con gracia, resaltando su vientre prominente, donde sus dos futuras hijas crecían sanas y fuertes. Era un momento que había esperado por años, y ahora, con su familia esperándola al final del pasillo, se sentía completa por fin.Su esposo la esperaba de pie junto a sus tres hermosos hijos, que para la fecha tenían tres años cada uno. Azriel, Adrián y Paula la observaban con orgullo. La sonrisa de sus pequeños era enorme, y en sus ojos brillaba el amor inmenso que sentían por ella.—Lo lograste, mi amor —dijo Adriel, abriendo los brazos para recibirla—. Er
Era un día soleado en una bonita tarde.Una serie de globos de azul celeste y dorado adornaban el espacio, acompañados de guirnaldas de papel que creaban un techo multicolor sobre las mesas dispuestas elegantemente para la ocasión.En el centro de toda la decoración se encontraba el pastel, coronado con tres pequeñas tiaras doradas en honor a los cumpleañeros del día: Azriel, Adrián y Paula.Todo el lugar reflejaba la alegría de la ocasión.Los trillizos cumplían un año de vida.Su primer año.Y no cualquier año.Había sido un año difícil, pero ahora disfrutaban del calor y el amor de sus padres.Como una familia.Como siempre debió ser.Los primeros en llegar a la celebración fueron los abuelos maternos: Natalia y Fabián Arison. Los ojos de la pareja se iluminaron al ver a los trillizos. Natalia caminó de inmediato hacia la pequeña Paula, quien estaba en brazos de su hija, con un gesto de ternura la tomó suavemente de los brazos de su madre, estrechándola contra su pecho con ternura.
Cuando firmó el divorcio, no imagino que la oportunidad de estar nuevamente con Jade se presentaría.Le había dicho adiós.Aunque su corazón nunca se había despedido.Ahora, tantos meses después, se hallaba de pie frente al altar.Su mirada recorrió el lugar, contemplando a cada una de las personas que los acompañaban en ese día.En primera fila vio a sus propios padres, apoyándolo en todo momento.No había nada que ellos no hicieran por él y, justo ahora, se sentía agradecido por eso.Por otro lado, estaban sus suegros, quienes no parecían tan convencidos de esta segunda oportunidad que Jade le había dado.Luego de unos minutos, la ceremonia dio inicio con el suave sonido del piano. Todos los presentes se colocaron de pie, mientras miraban hacia la entrada, donde, la novia no tardaría en aparecer.Y justo así lo hizo.Jade lucía un vestido hermoso y blanco. Sus ojos azules brillaban, incluso más que la propia iluminación del lugar. Su cabello rubio semi tranzado dejaba entrever mechon
Jade respondió lo mismo que había respondido hacía días atrás. Fue un “sí” cargado de sinceridad, cargado de significado. Porque sí ansiaba compartir su vida al lado de este hombre que le había demostrado que la amaba de una infinidad de maneras.Adriel se puso de pie y tomó su rostro entre sus dos grandes manos, la miró por un segundo, destilando entrega y deseo, y, luego, simplemente la besó. Sus labios se mostraron al inicio tentativos, rozó su boca con lentitud varias veces antes de profundizar la caricia.Ella gimió entre sus brazos, mientras sentía las piernas débiles. Adriel siempre tenía este efecto en ella.La besó con lengua, ávidamente, apoderándose de sus gemidos y de cada una de sus respiraciones. Reclamando lo que por derecho le pertenecía y nunca había dejado de ser. Porque justo ahora se daba cuenta de que ningún otro beso se comparaba con los suyos.Su boca descendió hasta su cuello y fue subiendo hasta el pequeño hueco que se encontraba bajo su oreja, susurrándole lo
Último capítulo