El amor todo lo soporta.
El ulular de las sirenas seguía clavándose en los oídos de todos como si fueran cuchillas. La villa estaba cercada, los agentes del FBI entraban y salían con maletines, pruebas, armas recogidas del suelo y un montón de criminales esposados.
Víctor, reducido, tenía la cara golpeada, el traje hecho un desastre y los ojos llenos de odio. Lo subieron a la patrulla mientras seguía gritando amenazas de que ya nadie tomaba en serio.
Marcus, con la camisa manchada de sudor y sangre ajena, lo observaba desde la distancia. Sabía que ese hombre no volvería a ver la calle jamás. Había suficientes pruebas: los documentos, los discos duros, las grabaciones que Spectre había recuperado, y además, el testimonio de todos los que estaban ahí. Víctor estaba acabado.
Pero Marcus no podía celebrar. No cuando veía a su hijo estando cargado por los paramédicos, inconsciente, con la vida colgando de un hilo.
—¡Cuidado con la vía respiratoria, rápido, rápido! —ordenaba uno de ellos mientras conectaban oxígeno