Deseando lo prohibido

Mi cumpleaños número dieciocho llegó más rápido de lo que esperaba.

Aunque ya me sentía un hombre cuando me veía el bello púbico en la base de mi pene y bello en mis axilas, desde que tenía 14.

No era una gran celebración, solo una cena en casa con mi familia y algunos amigos. Pero lo que realmente me pareció fue el regalo de Jessy.

Me entregó una caja envuelta con un lazo azul y, cuando la abrí, encontré un elegante reloj de pulsera. No era ostentoso, pero tenía un diseño sobrio y masculino, justo mi estilo.

—Feliz cumpleaños, Peter —me dijo con una sonrisa cálida—. Espero que te guste.

—Es perfecto —respondí, desabrochando la correa para ponérmelo de inmediato—. Gracias, Jessy. Lo atesoraré siempre.

Mis padres notaron el entusiasmo con el que admiraba el reloj y, poco después, se mostraron sorprendidos cuando les dije que quería buscar trabajo. No lo entenderían; Creía que debía disfrutar de mi juventud antes de entrar a la universidad, pero yo tenía otro motivo. Quería devolverle el gesto a Jessy, sorprenderla con un regalo igual de significativo. Pensé en una cartera de cuero o algo especial que pudiera usar todos los días.

Al día siguiente, Ethan llegó como siempre, sin avisar y con una bolsa de papas en la mano.

—Dale, hermano, súbele al volumen —dijo mientras se tiraba sobre el sillón y encendía la consola.

Jugamos como en los viejos tiempos, riéndonos de nuestras muertes tontas en el juego y discutiendo cada cinco minutos por quién tenía más habilidad. Hasta que, entre una pausa y otra, Ethan soltó:

—Ah, mañana vamos al cine con Paula, ¿te acuerdas de ella? —dijo casualmente, sin dejar de mirar la pantalla.

—¿La rubia de la clase de dibujo? —pregunté mientras revisaba mis estadísticas.

—La misma. Pero escucha esto… —giró hacia mí con una sonrisa—. Viene con su amiga. Bárbara. Buenísima, hermano. Una bomba. Podrías venir… te la presente. Seguro te gusta y se lo metes para que dejes de ser tan palomo y un maldito virgen de m****a. Ella está en ti, te lo juro.

Solté una risa, sacudiendo la cabeza.

—Ya tengo a alguien que me gusta.

Él levantó la ceja.

—¿Sí? ¿Y quién?

—Nada, olvídalo —respondí, fingiendo indiferencia.

Me miró un segundo más, luego volvió al juego.

—Bueno, como mar. Igual va mi vieja también. No quería dejarla sola. La invitación.

Ahí me tenso.

Jessy.

Podía verla en mi mente como si estuviera frente a mí. Sus piernas cruzadas, la forma en que sonreía cuando hablaba con desconocidos, cómo pasaba la mano por su escote como si no supiera que eso me mataba cada vez.

—Mejor voy —dije, intentando sonar casual—. Igual no tengo nada que hacer.

Ethan asintió.

—Perfecto. Te va a gustar Bárbara, ya verás.

La noche siguiente me vestí sin pensar demasiado: camiseta negra, jeans oscuros, tenis limpios. Ethan llegó con Paula, que me saludó con un beso en la mejilla, y luego Bárbara apareció detrás, con un vestido rojo ajustado que dejaba poco a la imaginación. Juro que si se agacha le veo las puertas al infierno.

—Hola —dijo ella, sonriendo. Con su voz era dulce y sus ojos grandes.

—Hola —respondí.

Y luego vi a Jessy bajando del auto de Ethan. Llevaba una blusa blanca que se abría en un escote que me hipnotizó de inmediato. Sus jeans ajustados, sus labios rojos… todo en ella era una trampa. Una peligrosa, deliciosa trampa. Una provocación decentemente indecente.

—Hola chicos —saludó con su típica energía, pasándose una mano por el cabello.

—Mamá, ya conoces a Peter —dijo Ethan.

Jessy me miró como si acabaría de descubrir algo nuevo en mí.

—Ah, Peter —dijo con una sonrisa—. Qué bien que viniste.

—No me lo iba a perder —contesté, impidiendo mirar su escote mientras lo decía. Fracaso total.

Nos acomodamos en la sala del cine: Ethan con Paula al fondo, Bárbara a mi derecha… y Jessy a mi izquierda. El corazón me latía como si estuviera corriendo una maratón.

—¿Te gustan las películas de terror? —preguntó Bárbara mientras se sentaba a mi lado, cruzando las piernas con un movimiento lento.

Dios te juro que ese vestido es de arroz. No dejaba nada a la imaginación.

—No me molesten —respondí.

Jessy rió suavemente desde el otro lado.

—A Peter le gustan las intensas —comentó sin mirarme, mordiendo un poco de su palomita.

—Ah, ¿sí? —preguntó Bárbara con una sonrisa—. Yo también soy intenso.

No respondí. No podía. La pantalla aún no encendía, pero yo ya estaba sudando. Me levanté con la excusa de comprar más bebidas y palomitas. Jessy también se levantó.

—Te ayudo —dijo, y me siguió al lobby.

Mientras esperábamos en la fila, ella me miró de reojo.

—Te ves nervioso —susurró, divertida.

—¿Ah, sí?

-Si. Y me di cuenta de cómo miraste a Bárbara. Ella también lo notó.

—¿Tú crees?

—Claro. Pero no te preocupes. Es joven, tiene hambre… y tú estás bastante comestible hoy.

Tragué saliva, intentando mantener la compostura. Compramos los refrescos, palomitas, y cuando regresamos, Jessy me rozó la mano al pasarme la suya. Accidentes que no eran accidentes.

Volví a sentarme pero ahora estoy erecto como un trinquete solo por ese gesto. Las luces se apagaron.

Gracias al cielo.

Media hora dentro de la película, Bárbara comenzó a acomodarse. Al principio fue un pequeño roce de piernas. Luego, su cabeza apoyada en mi hombro. Yo miraba la pantalla fingiendo atención.

Y entonces, su mano bajó lentamente hasta posarse sobre mi entrepierna. No la activación de inmediato. Solo la dejó ahí. Como si eso fuera suyo.

Sentí un calor subir por el cuello.

Me giré hacia ella, le sonreí incómodo, y bajé la vista a su mano. Con cuidado, se la retiraré. No quise ser grosero, pero tampoco podía permitirlo.

A mi izquierda, Jessy lo había visto todo. Tenía una sonrisa imperceptible en los labios, pero no miraba la pantalla.

Y luego, la mirada de Ethan. Desde el fondo de la fila. Lo notó. Hacer.

Cuando terminó la película, nos levantamos. Ethan se me acercó apenas salimos al pasillo.

— ¿Qué m****a fue eso? —susurró.

—Nada, tranquilo.

—¿Nada? Mi vieja al lado, y la tipa casi te la… —se detuvo, visiblemente molesto.

—Yo no lo provoqué. Le quité la mano, ¿no viste?

—¡Eso no quita lo incómodo que fue! Ni Paula se atrevería a eso en frente mío, y tú… ¿rechazas algo así?

—Porque no quiero nada con ella —dije, firme.

—¿Entonces qué quieres?

No respondí.

Jessy se acercó justo en ese momento con una sonrisa encantadora.

—¿Todo bien, chicos? ¿Vamos al Macdonald por hamburguesas?

—Todo bien —dijo Ethan sin mirarla—Claro.

Yo simplemente me asenti.

Ella me miró, largo, y luego dijo:

—Bárbara te estaba devorando. Qué valiente fuiste.

—No soy valiente —murmuré.

—Sí lo eres —dijo, y se alejó como si nada.

De regreso, el auto iba en silencio. Paula hablaba por Whats, Bárbara miraba por la ventana, Ethan no decía nada mientras conducía. Yo seguía pensando en Jessy. En lo cerca que estuvo. En lo lejos que tenía que mantenerla.

Cuando llegamos a mi casa, Ethan se quedó atrás mientras todos se despedían.

—No me mientas —dijo en voz baja—. ¿Es mi mamá?

No sé qué decir.

—¿Qué? ¿De que hablas viejo?

—Peter. ¿Es ella verdad?

—¡Nooo! ¿Qué mierdas dices? es tu mamá, hermano —fue lo único que pude responder.

Él se alejó sin decir más.

Y yo me quedé parado en la acera, sintiendo que traicionaba lo que sentía y lo traicionaba a él.

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