Graduado en medio de hormonas

Una semana después, llegó mi graduación de la preparatoria.

Fue un evento importante para mi familia, pero lo más significativo para mí fue ver a Jessy allí. Se tomó fotos conmigo y con Ethan, ambos vestidos de toga y birrete azul marino. En esas fotos ella se veía hermosa, y yo me enamoré aún más. Atesoré cada imagen, guardándolas junto con todas las que le había tomado a escondidas con mi celular a lo largo de los años. Ella era una buena fotógrafa y sus fotos me transportaban y me hacía pensar como se puede apreciar los detalles y el amor en ellas. Definitivamente era un don.

Después de la ceremonia, alquilamos una villa para celebrar. Me iba bien en mi trabajo de medio tiempo en la biblioteca. Y había ahorrado mucho dinero. Total, solo le compro cosas a Jessy y gasto algo cuando estoy con su hijo. Mis padres aún se toman en serio todos mis gastos.

La fiesta fue intensa, con música, alcohol y un ambiente de euforia juvenil. Ethan y yo ya habíamos decidido nuestro futuro: yo estudiaría leyes como mi padre y él administración.

La casa villa estaba iluminada con faroles cálidos y velas eléctricas en los bordes del jardín. Había música suave sonando desde la terraza, y el aroma a carne asada llenaba el ambiente. Todos parecían felices.

Yo también lo estaba y medio borracho.

—¡Feliz graduación, chicos! —brindó Marcus, mi padre, alzando su copa de vino—. Ahora viene la parte fácil: ¡ser adultos responsables!

—Ja —rió Jessy, sirviéndose más vino tinto—. No les mientas, Marcus, lo apenas difícil comienza.

— ¿Y tú lo dices desde el trono de la sabiduría? —bromeó Claudia, mi madre, con una ceja alzada.

—Yo lo digo como mujer divorciada, madre de un universitario y con una pila de cuentas por pagar —respondió Jessy entre carcajadas, y todos los adultos se estallaron en risas.

Desde la piscina, escuchábamos a ratos sus bromas, pero estábamos más ocupados gritando como locos.

Ethan fue el primero en lanzarse de bomba, salpicando a todos.

—¡Al diablo la toga! ¡Esto sí es graduarse! —gritó, mientras salía a la superficie agitando los brazos.

Se dio cuenta tarde de que su bañador estaba flotando en medio de la piscina. Casi me orino de la risa.

Bárbara y yo lo seguimos. Ella se quitó el vestido corto que llevaba encima del bikini y corrió directo al borde.

—¡A la una, a las dos…! —gritó, y se lanzó en plancha.

Yo me tiré de cabeza, sintiendo el agua envolverme como una bienvenida. Al salir, todos reímos como niños.

—¿Y si hacemos una competencia de resistencia? —propuso Salvatore, apoyado en el borde con una cerveza en mano—. El último en salir de la piscina gana otra bebida.

—¿Otra? ¿No llevas como cinco? —se burló Ethan.

—Eso no viene al caso —respondió, levantando un dedo con falsa solemnidad.

—Cuenta como ventaja. Tu hígado ya está en modo esponja —añadió Barbara.

—¡Todos adentro! —gritó alguien, y todos volvimos a zambullirnos.

Desde la terraza, los adultos nos observaban con sonrisas. Yo miré hacia allí y encontré a Jessy recostada en una de las sillas, bebiendo lentamente mientras hablaba con mis padres. Cuando nuestros ojos se cruzaron, ella me sonrió con complicidad.

Me hizo una seña con la mano como diciendo "diviértete" y yo le devolví la sonrisa. No necesitábamos palabras.

—¡Pedro! ¡Tu turno de saltar con los ojos vendados! —gritó Ethan, tendiéndome un pañuelo.

—¿De dónde sacaste eso?

—De la cocina. No preguntes.

Me vendaron los ojos, me dieron vueltas y antes de poder arrepentirme, corrí y salté al agua. Escuché los gritos y risas antes de hundirme.

Cuando salí, me sentí completamente libre.

Esa noche no pensaba en el futuro, ni en lo correcto, ni en lo complicado. Solo existía ese momento. El agua, las risas, las miradas cómplices. Todo era perfecto. Como si el mundo me diera una tregua.

Y yo, tonto de mí, creí que esa felicidad podía durar para siempre.

Esa noche, todos estaban borrachos. Yo finguí estarlo también.

Jessy estaba sentada en un sofá de una de las habitaciones, con una copa en la mano, sonriendo y disfrutando de la noche y la luna. Me acerqué a ella con pasos inseguros, como si el alcohol estuviera nublando mis sentidos.

Si que estaba hermosa.

— ¿Qué haces aquí, niño? —bromea ella, mirándome con ternura.

Me senté a su lado, más cerca de lo que debía.

—No soy un niño —susurro, deslizando mi mano sobre su muslo.

Ella río, con su mirada ligeramente desenfocada por el alcohol.

—Peter… estás borracho —me dijo, pero no apartó mi mano.

Me incliné hacia ella, rozando mis labios contra su cuello.

—Te deseo desde hace años y hoy que estás más hermosa que nunca... —confesé—. Quiero que seas mi primera vez.

Jessy suspir, negando con la cabeza, aunque su cuerpo se estremeci bajo mis caricias. Sabía de alguna forma que tenía ganas. No le volví a conocer marido en todo este tiempo. Se que se preguntó saber que sería mi maestra en esa materia. Así que era ahora o nunca.

—No… esto está mal… —susurra, pero su voz no tenía firmeza.

Ella sonreía, sin notar que yo estaba completamente sobrio, que cada movimiento que hacía era deliberado.

La música seguía sonando en la villa, el aire estaba impregnado de alcohol y risas. La mayoría de los invitados estaban demasiado ocupados en su propia euforia como para notar lo que ocurría en uno de los rincones de la propiedad. Jessy se veía hermosa con las mejillas sonrojadas por el alcohol, su vestido ceñido resaltaba cada curva de su cuerpo y su sonrisa era dulce, ajena a la tormenta de deseo que desataba en mí.

Me acerqué a ella con pasos torpes, finciendo el mismo estado de embriaguez que los demás. Me dejé caer a su lado en el sofá, inclinándome lo suficiente para que mi aliento rozara su cuello. Ella río con suavidad, tomándome del rostro para mirarme a los ojos.

—Peter, estás muy borracho —murmuró pero esta vez con diversión.

—Tal vez sí… —dije en un susurro, acercándome un poco más, deslizando mis dedos por la piel de su brazo desnudo.

Ella no se apartó, solo sonriendo con ternura, como si me viera aún como el niño que solía ir a su casa a jugar con su hijo. Pero yo ya no era ese niño. Me incliné más, rozando la curva de su cuello con la punta de mi nariz. Su perfume me envolvió, un aroma delicado, femenino, adictivo. La deseaba tanto que mi virilidad dolía. Antes fueron tantas veces que me masturbaba con su foto pero ahora la tenía en mis manos.

—Jessy… —murmuró contra su piel, dejando que mi aliento caliente la hiciera estremecer.

Ella rió de nuevo, sin tomarse en serio mis acciones, como si pensara que era un juego.

—Eres un atrevido… se lo diré a tu mamá.

—No soy un niño, mar maldita. Pero si le dices le diré que tú empezaste—afirmé con voz grave, deslizando mi mano por su muslo cubierto de tela.

Sus labios se entreabrieron, su respiración se volvió más profunda. El alcohol la tenía relajada, con las barreras bajas, y yo lo aproveché. Mis dedos recorrieron la piel expuesta de su pierna, ascendiendo lentamente, provocándola sin prisa. Su piel era cálida y suave, y cada roce hacía que mi propio cuerpo ardiera de deseo.

—Peter… esto está mal…ya déjalo —murmuró, pero no hizo el intento de detenerme.

Mis labios buscaron los suyos, primero con timidez, luego con más intensidad. M****a, yo temblaba como una maldita hoja.

Cuando la besé, sentí cómo se aferraba a mi camisa, correspondiendo el beso con una dulzura embriagadora. Sus labios eran suaves, su sabor a vino y algo más, algo que solo era de ella.

Deslicé mi mano por su cintura, atrayéndola más hacia mí, profundizando el beso. Mis dedos subieron por su espalda, acariciando la piel sensible de su nuca. Ella suspir contra mis labios, permitindome explorar su boca con mi lengua.

Me volví más audaz, deslizándome sobre ella, sintiendo el calor de su cuerpo bajo el mío.

Jessy jadeó cuando mi mano ascendió por su muslo, encontrando la suavidad de su piel desnuda. Se retorció levemente bajo mi toque, pero no para alejarme, sino porque la sensación la estremecía. Su cuerpo temblaba bajo el mío y eso me envalentonó aún más. No quería detenerme, no podía hacerlo.

—¿Te gusta? Lo haré mejor, aprendo rápido… —murmuré contra sus labios, esperando que me rechazara, que pusiera un límite.

Pero ella no lo hizo.

En lugar de eso, deslizó sus manos por mi espalda, presionándome más contra ella. Sus ojos estaban entrecerrados, su expresión era de deseo y confusión mezcladas.

Me deseaba, lo sabía, aunque no quisiera admitirlo. Aunque en su mente todavía me viera como el mejor amigo de su hijo, en ese momento no importaba.

Mis labios abandonan los suyos para recorrer la línea de su mandíbula, bajando hasta su cuello, donde dejé pequeños besos, disfrutando de su piel caliente. Sus dedos se enredaron en mi cabello, su respiración era errática y entrecortada. Sabía que el alcohol la había llevado a este punto, pero también sabía que, si realmente quisiera detenerme, lo haría.

Por suerte esas horas que pasaban viendo porno están dando frutos.

Mis manos continuaron explorando su cuerpo, delineando su cintura, ascendiendo hasta sus costillas, sintiendo cada curva, cada suspiro que escapaba de su boca. Jessy se arqueó ligeramente cuando mis labios encontraron el borde de su escote. Su piel estaba erizada bajo mi contacto, y yo solo podía pensar en cuánto la había deseado durante años.

—Peter… esto no… —murmura, pero su voz carecía de convicción cuando metí mis dedos en su humedad.

Dios un barco podía pasar por allí y flotar solo con su lubricación natural.

—Tengo algo más grande entre mis piernas solo para ti—susurro, besando el hueco entre sus clavículas, sintiendo su corazón latir acelerado contra mis labios, mientras movía mis dedos y ella se abría más.

En lugar de apartarme, dejó escapar un gemido suave cuando mis manos la recorrieron con más confianza. Su cabeza cayó hacia atrás, su cuerpo se relajó bajo mi mano y supe que la tenía. Que por esta noche, ella sería mía.

Saqué el preservativo que había guardado como un tesoro solo para ella. Me saque el mîëmbrö y lo coloque rápido. Le moví la ropa interior a un lado y la mí por un momento, se sintió tan malditamente deliciosa.

Pero mi carne estaba más anciosa que yo. Así que sin más preámbulos me hundí en ella, tan apretada, que casi me vine solo con ponerlo, con varias embestidas ella se vino. Y con diez sacudidas más, entrando y saliendo. No pude aguantarlo, la bese y deje salir todo en el látex.

Me perdí en su sabor, en su calidez, de la manera en que su cuerpo respondía al mío. Y aunque sabía que esto cambiaría todo, que al amanecer la realidad nos golpearía, en ese momento no me importaba. Porque después de años de deseo reprimido, al fin la tenía entre mis brazos, entregándose a mí sin reservas.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP