Mundo ficciónIniciar sesiónTras diecinueve años de vivir con una familia que no era la suya, Isabella Star es devuelta a sus verdaderos padres biológicos, Tomas y Adriana, dueños de una influyente fortuna. En la mansión la recibe Ana, la hija que ocupó su lugar todo ese tiempo. Hermosa, popular y admirada como “la joya” de los Star, Ana finge entusiasmo y cariño por su hermana recién llegada, pero en su interior solo siente celos y miedo; la intrusa que puede arrebatarle todo lo que ha conseguido. Lo que nadie imagina es que Isabella no es una joven inocente del campo. En secreto, lleva una doble vida como la temida Doctora Dónovan, una figura enigmática en el bajo mundo de la ciudad, respetada por mafias, traficantes y magnates clandestinos. Dueña de información, poder y recursos imposibles de comprar, Isabella no necesita el apellido Star… pero acepta el juego para sus propios fines. Una noche, tras un accidente en carretera, Isabella salva la vida de un hombre al que considera un desconocido más. Pero lo que no sabe es que ese hombre es Alexander Montgomery, uno de los nombres más poderosos e intocables de la élite. Desde ese instante, Alexander queda marcado por ella: no solo busca a la mujer que lo rescató, sino que cae perdidamente enamorado de Isabella sin saber que ambas chicas son la misma persona.
Leer másLa mansión Star se alzaba imponente al final de la avenida privada, rodeada de jardines perfectamente cuidados y de un silencio solemne que contrastaba con el bullicio de la ciudad a unos kilómetros de distancia. Isabella observó todo aquello desde la ventana del automóvil que la había traído hasta allí, con el mismo semblante frío e inexpresivo que había aprendido a sostener desde niña.
No estaba ahí porque lo deseara. Sus padres adoptivos —las únicas personas a quienes reconocía como familia— le habían insistido en que debía ir, que ese era su lugar verdadero. Isabella no lo veía así. Para ella, el apellido Star no significaba nada.
El vehículo se detuvo frente a la entrada principal. La puerta de la mansión se abrió de inmediato y un hombre y una mujer salieron apresurados, como si hubiesen esperado ese momento durante toda su vida. Tomas Star, elegante y con el cabello ya entrecano, no pudo contener las lágrimas al ver a la joven descender del coche. A su lado, Adriana, con un porte distinguido, llevaba una expresión que mezclaba emoción y alivio.
—Isabella… —susurró Adriana, llevándose las manos al rostro antes de correr hacia ella.
La mujer la abrazó con fuerza, como si quisiera recuperar en segundos los veinte años que habían perdido. Tomas se unió enseguida, rodeándolas a ambas.
—Hija… mi pequeña —dijo con la voz quebrada—. Al fin… al fin estás con nosotros.
Isabella permaneció rígida en sus brazos. No hubo lágrimas en sus ojos, ni un gesto de ternura en su rostro. Soportó el abrazo sin rechazarlo, pero tampoco correspondió. Cuando Adriana se apartó para mirarla a los ojos, esperando encontrar la calidez de una hija reencontrada, solo halló una expresión fría, contenida, casi vacía.
—Gracias… por recibirme —dijo Isabella con tono neutro, las palabras que había ensayado antes de salir de la casa de sus padres adoptivos.
Adriana sonrió con ternura, convencida de que era solo timidez. Tomas, por su parte, acarició la mejilla de la joven y asintió, tratando de no mostrar lo herido que estaba por esa falta de emoción.
Fue entonces cuando una figura apareció en el umbral de la mansión. Una chica de la misma edad que Isabella, de rostro dulce y sonrisa amplia, corrió hacia ellos.
—¡Isabella! ¡Por fin! —Ana abrió los brazos y la rodeó en un abrazo efusivo, incluso más apretado que el de sus padres.
Isabella apenas inclinó un poco la cabeza, incomodada. Aquella energía, aquel entusiasmo exagerado, le resultaba falso. Había aprendido a leer a las personas, a identificar los gestos que no coincidían con la verdadera intención. Y en los ojos de Ana, detrás de la alegría, brillaba una chispa distinta: temor, incomodidad… rivalidad.
—Hola… Ana —dijo Isabella con frialdad.
—No sabes cuánto soñé con este día —insistió la otra, fingiendo emoción—. Siempre supe que volverías.
Isabella sostuvo su mirada por un instante y, en silencio, pensó: demasiada emoción para alguien que teme perder lo que tiene.
El resto del día transcurrió en un recorrido interminable por la mansión Star. Los padres le mostraron cada rincón con orgullo: los salones amplios con arañas de cristal, la biblioteca con estantes infinitos, los jardines que parecían sacados de una postal. Isabella observaba todo con atención, pero no porque le maravillara. Analizaba cada detalle como si memorizara un mapa, calculando accesos, puntos ciegos, rutas de salida.
Finalmente, la llevaron a una habitación en el ala este. Las paredes eran de un blanco marfil impecable, con muebles delicados y una cama cubierta de sábanas de seda. Un espacio preparado con esmero, como si hubiesen estado esperándola todo ese tiempo.
—Esperamos que te guste, cariño —dijo Adriana, acariciándole el cabello—. Todo aquí es tuyo.
Isabella sonrió apenas, un gesto fugaz que no llegó a sus ojos.
Cuando sus padres salieron, Ana entró sin pedir permiso, con una sonrisa que parecía no desvanecerse.
—Isabella, ¿puedo dormir contigo esta noche? —preguntó con tono infantil, como si fueran niñas otra vez.
Isabella la miró de reojo mientras colocaba su maleta sobre la cama.
—Prefiero estar sola —respondió con frialdad.
La sonrisa de Ana titubeó, pero enseguida volvió a componerla.
—Claro, como quieras. Igual mañana podemos desayunar juntas. Buenas noches, hermana.
—Buenas noches —contestó Isabella sin mirarla.
Cuando la puerta se cerró y el silencio llenó la habitación, Isabella dejó escapar un suspiro. Se deshizo del vestido formal que llevaba, se colocó ropa oscura y cómoda, y sacó de su maleta un pequeño estuche metálico. Dentro había un antifaz negro, de diseño sobrio pero intimidante, que ocultaba buena parte de su rostro. Se lo colocó con movimientos mecánicos, como quien se viste con su verdadera piel.
A continuación, abrió la ventana. La brisa nocturna golpeó su rostro, y sin dudarlo se impulsó hacia afuera. El salto era alto, pero Isabella se movió con la agilidad de alguien acostumbrado a riesgos mayores. Cayó con suavidad felina sobre el césped, y se escabulló entre las sombras hasta llegar a la parte trasera de la mansión, donde la oscuridad la protegía.
Nadie la vio salir.
El camino hacia la ciudad fue rápido, casi instintivo. Isabella conocía las rutas menos vigiladas, los callejones que se volvían invisibles para cualquiera que no supiera dónde mirar. Y pronto llegó allí: al corazón oculto de la ciudad, un lugar del que pocos hablaban en voz alta.
El bajo mundo.
Un sitio donde la ley no existía, donde se movía el dinero sucio, las armas, los secretos. Donde mafiosos, traficantes y creadores de la deep web se reunían como si fuera un mercado clandestino. Las luces rojas y los murmullos formaban una sinfonía peligrosa.
Cualquier cosa podía ser encontrada ahí, siempre y cuando tuvieras el dinero para adquirirlo.
Al ver cómo todos habían perdido el interés por la decepción, Ana se sintió bastante satisfecha. Empezó a escribir su tarea de buen humor. [¿A quién le importa si eres la verdadera señorita Star? iNo eres rival para mí en todos los aspectos! La familia Star es mía. Incluso si intentas recuperarlo, te aplastaré y te alejaré. iVuelve a donde eres!] Quincy llevó a Isabella a la Clase Diez. Isabella se veía decente y elegante con el uniforme escolar mientras hablaba frente a todos: —iHola! Soy Isabella Star. iEncantada de conocerlos!— Toda la clase fue ruidosa al principio. Pero todos se quedaron en silencio tan pronto como la vieron. Siguió un estallido de aplausos junto con un rugido de alegría. Quincy le dijo a Isabella que buscara un asiento. Entonces, fue hacia la última fila y se sentó junto a Jimmy Yale. Eso fue una gran decepción para todos, ya que todos estaban ansiosos por tenerla como compañera de escritorio. iPero ella eligió sentarse con Jimmy! iJimmy Yale! Los estu
El comentario cayó como una piedra en el agua.Tomas frunció el ceño, inseguro. Él había planeado darle lo mejor: educación de élite, recursos, tutores si era necesario. La Clase Uno representaba prestigio, disciplina, éxito. En cambio, la Clase Diez era famosa por lo contrario: vagos, alborotadores, hijos de familias ricas sin control alguno.En ese momento, Ana apareció bajando las escaleras con su uniforme perfectamente planchado, el cabello recogido en una coleta impecable. Sus labios esbozaban la sonrisa de siempre, pero sus ojos tenían un brillo afilado.—Bella, ven conmigo. Nuestra clase es la mejor, llena de estudiantes ejemplares. Recién has regresado, y ese ambiente sería mucho más adecuado para ti.Tomas asintió, convencido. Pero antes de decidir, miró a Isabella en busca de su opinión final.Ella alzó el rostro, sus pestañas parpadearon suavemente y con voz tranquila explicó:—Papá, creo que es mejor empezar desde lo peor. De lo contrario, temo no poder seguir el ritmo.El
No mucho después de que Isabella desapareciera en la oscuridad, un grupo de vehículos llegó al lugar. Los hombres que descendieron se encontraron con el cuerpo ensangrentado sobre el asfalto.El pánico se reflejó en sus rostros.—¡Dios mío, es él! —gritó uno, corriendo hacia el herido.—¡Rápido, llévenlo al coche! ¡Ahora! —ordenó otro, con la voz temblorosa.La tensión era palpable. Quien yacía en el suelo no era un cualquiera. Su identidad, aún desconocida para Isabella, provocaba un terror reverente en quienes lo rodeaban.—¡Sr. Montgomery! —gritaron varias voces a la vez.Los hombres robustos cargaron a Alexander Montgomery hacia un coche blindado que los esperaba. En cuestión de segundos, un equipo médico emergió del vehículo. No eran simples doctores: sus movimientos eran tan precisos, calculados y veloces que cualquiera habría reconocido el sello del entrenamiento militar.Uno de ellos comenzó a desinfectar las heridas en su rostro, otro presionó gasas sobre el costado de su abd
Nadie sabía con certeza quién gobernaba ese lugar. No había un rostro, ni un nombre al que aferrarse. Solo existían rumores, fragmentos de historias contadas en voz baja. Lo único indiscutible eran las reglas: se obedecían sin cuestionar. Y quien no lo hacía, simplemente desaparecía.Isabella avanzó por el callejón que daba acceso a la entrada secreta del bajo mundo. La oscuridad se mezclaba con luces rojas intermitentes y la música lejana de algún club clandestino. Dos guardias, vestidos de negro de pies a cabeza, la detuvieron antes de cruzar el umbral.—Alto —ordenó uno, extendiendo una mano que bloqueó su paso.Ella no discutió. De su chaqueta sacó una tarjeta negra, sus esquinas chapadas en oro brillaron bajo la escasa luz. Los guardias la miraron, y en un segundo su semblante cambió: de rigidez a respeto absoluto. Retrocedieron un paso y bajaron la cabeza.—Por aquí, señorita —dijo el segundo, haciendo una seña.Uno de los asistentes apareció de inmediato, dispuesto a escoltarla
La mansión Star se alzaba imponente al final de la avenida privada, rodeada de jardines perfectamente cuidados y de un silencio solemne que contrastaba con el bullicio de la ciudad a unos kilómetros de distancia. Isabella observó todo aquello desde la ventana del automóvil que la había traído hasta allí, con el mismo semblante frío e inexpresivo que había aprendido a sostener desde niña.No estaba ahí porque lo deseara. Sus padres adoptivos —las únicas personas a quienes reconocía como familia— le habían insistido en que debía ir, que ese era su lugar verdadero. Isabella no lo veía así. Para ella, el apellido Star no significaba nada.El vehículo se detuvo frente a la entrada principal. La puerta de la mansión se abrió de inmediato y un hombre y una mujer salieron apresurados, como si hubiesen esperado ese momento durante toda su vida. Tomas Star, elegante y con el cabello ya entrecano, no pudo contener las lágrimas al ver a la joven descender del coche. A su lado, Adriana, con un por
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