Mundo ficciónIniciar sesiónEn lo más alto del poder empresarial en Nueva York, Bianca Lancaster lo tenía todo: un apellido venerado, un compromiso pactado y un lugar asegurado en el futuro del imperio familiar. Pero el regreso de una figura del pasado lo cambiará todo… Una joven desconocida, un secreto enterrado y un amor que amenaza con reescribir el destino de tres familias entrelazadas por el orgullo, el deber y la traición. Mientras las máscaras caen y las alianzas se desmoronan, Bianca deberá descubrir quién es realmente… antes de que le arrebaten todo lo que creía suyo.
Leer másSombras de Secretos
—¡Bianca! —gritó la joven, corriendo hacia ella con pasos torpes, dejando un rastro de agua tras de sí—. ¡Tu padre es Zachary Lancaster, verdad? ¡Necesito verlo! ¡Quiero una prueba de paternidad!
Bianca cruzó los brazos, su rostro impasible mientras absorbía las palabras de la desconocida Era Willow Maddox, la chica de Brooklyn que, meses atrás, había irrumpido en su mundo y se había acercado intencionadamente a su prometido, Cassian Thornhill, en la cena benéfica.
Bianca sabía de su existencia, pero nunca imaginó que se presentaría así, en su propia casa, con una acusación tan audaz.
—Willow —dijo Bianca con una calma gélida, recostándose ligeramente contra una mesa antigua—. Sé que estás obsesionada con Cassian, pero inventar lazos familiares para meterte en nuestra familia es un movimiento bajo, incluso para ti.
Willow apretó los puños, sus ojos brillando con una furia contenida. Bianca y Cassian Thornhill estaban comprometidos desde la infancia, un acuerdo sellado por las familias Lancaster y Thornhill para consolidar su poder en el mundo financiero de Nueva York. Bianca siempre había amado profundamente a Cassian. Eran compañeros de infancia, y aunque a Bianca le costaba mucho relacionar a Cassian con el niño de sus recuerdos, solo lo amaba por instinto. Sin embargo, habían crecido juntos desde pequeños, y además de Cassian, no podría haber nadie más.
Antes de que Bianca pudiera continuar, Willow agarró un jarrón de porcelana de la mesa y lo estrelló contra el suelo. El estruendo del cristal al romperse resonó en la sala, seguido por un grito desgarrador:
—¡Zachary Lancaster! ¿Solo sabes hacer promesas y luego abandonar? ¡Dejaste a mi madre embarazada! ¿Te atreves a darme la cara ahora?
En ese instante, una figura elegante bajó lentamente las escaleras. Judith Lancaster, con su vestido de seda color marfil y su expresión serena, era la imagen misma de la compostura... hasta que escuchó las palabras de Willow. Su rostro palideció, sus ojos se abrieron de par en par, y antes de que alguien pudiera reaccionar, se desplomó en el suelo.
—¡Mamá! —gritó Bianca, corriendo hacia Judith, el pánico apoderándose de su voz. Olvidó por completo a Willow y se arrodilló junto a su madre, sus manos temblorosas marcando el número de emergencias en su teléfono
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Horas después, Bianca paseaba inquieta por el pasillo del hospital, el eco de sus tacones resonando en el silencio estéril. La preocupación le apretaba el pecho, pero su mente no podía dejar de repasar la escena en la mansión. ¿Cómo se atrevía Willow a presentarse así? ¿Y qué significaba esa acusación contra su padre?
La puerta del pasillo se abrió, y Cassian Thornhill entró junto a Willow. Cassian, con su porte elegante y su mirada reservada, era tan carismático como siempre, pero sus ojos estaban fijos en Willow, no en Bianca. Aunque era su prometido, todos en su círculo sabían que el corazón de Cassian parecía inclinado hacia la recién llegada.
—Bianca —dijo Cassian, su tono cargado de reproche—. ¿Cómo dejaste que las cosas llegaran a este punto? ¿Viste lo que le causaste a tu madre?
Willow, escondida tras él, bajó la mirada, sus ojos llenos de lágrimas que parecían ensayadas. —No culpes a Bianca —murmuró con voz suave—. Fui yo la impulsiva. Solo... solo quiero encontrar a mi verdadero padre...
Tragó saliva, conteniendo las lágrimas, cuando una figura familiar se acercó por el pasillo. Era Zachary Lancaster, su padre, vestido con un impecable traje gris oscuro. Él hizo unas breves preguntas sobre el estado de salud de Judith, luego dirigió su mirada a Willow, llena de asombro.
—¿Tu madre era Elena Maddox? —preguntó, su voz tensa pero controlada.
Willow asintió, bajando la cabeza con un aire de fragilidad que no engañó a Bianca. —Sí, señor Lancaster. ¿La recuerda? Ustedes estuvieron juntos hace años. Después de que se separaron, mi madre descubrió que estaba embarazada...
Zachary no respondió de inmediato. Sus ojos se nublaron por un instante, como si un recuerdo olvidado hubiera resurgido. —Y... ¿dónde está tu madre ahora? —preguntó, su tono más suave.
—Falleció... —Willow rompió en llanto, sus hombros temblando—. Su último deseo fue que encontrara a mi padre biológico.
Una sombra de dolor cruzó el rostro de Zachary, aunque rápidamente recuperó la compostura. —Entiendo —dijo con firmeza—. Pero aunque lo afirmes, tu identidad no está confirmada. Haremos una prueba de paternidad.
Bianca miró a su padre, pero no reconoció aquella cara. Aquel hombre que alguna vez la había llevado en la palma de su mano, sin siquiera darle una explicación, se giró y creyó a Willow.
Abrió la boca, pero no pudo decir nada. Rabia, injusticia, miedo... todas las emociones afloraron como una marea, pero se quedaron atascadas en su garganta, tan pesadas que casi no podía respirar.
Solo pudo mirar, impasible, cómo las muestras de ADN de Zachary y Willow eran enviadas al laboratorio.
Mañana, saldrían los resultados.
Bianca estaba furiosa. Cada músculo de su cuerpo ardía con rabia contenida, pero no podía hacer nada… no todavía. Su mente bullía con pensamientos de escape, de venganza, de libertad, pero las circunstancias la mantenían prisionera en un mundo que nunca pidió. La habían traído allí contra su voluntad, al corazón del imperio Moretti.El vehículo se detuvo frente a una mansión tan imponente que parecía sacada de un sueño —o de una pesadilla. Columnas de mármol blanco se alzaban como guardianes ancestrales, las luces doradas bañaban los ventanales, y en el aire se respiraba un poder silencioso, intimidante, casi palpable. Cuando las puertas se abrieron, Bianca se sintió como una pieza desplazada en un tablero que no comprendía.Apenas puso un pie en el mármol del vestíbulo, una veintena de empleados formó una línea perfecta a ambos lados del corredor. Todos inclinaban la cabeza con reverencia. Su llegada se anunció con un respeto casi ceremonial, como si estuvieran recibiendo a una princ
Bianca permaneció inmóvil, envuelta en la manta que aún conservaba el calor del cuerpo con el que la habían cubierto. El miedo y el shock la mantenían paralizada. Cuando Alexander Moretti apareció frente a ella, elegante y dominante como siempre, su presencia impuso un silencio absoluto en la habitación. Bianca, temblando por dentro, evitó mirarlo a los ojos y no respondió a su saludo; no quería darle la oportunidad de acercarse. Cada fibra de su cuerpo le decía que se mantuviera alejada, que no debía permitir que aquel hombre —su propio padre biológico— tuviera control sobre ella.Moretti se detuvo frente a ella, con su mirada penetrante recorriendo cada centímetro de su expresión. No dijo una palabra al principio, solo observaba. El silencio era tan pesado que Bianca podía sentirlo como un peso en el pecho.—Hija mía —dijo finalmente, con voz profunda y fría, impregnada de autoridad—. Sé que esto es demasiado para ti… pero debes comprender que nada de lo que ocurrió fue por descuido
La penumbra del terreno baldío envolvía todo como un manto opresivo, solo rota por la luz pálida de la luna y el resplandor intermitente de un farol lejano. Bianca temblaba incontrolablemente, con el rostro bañado en lágrimas y la blusa hecha jirones apenas cubriendo su pecho. Sus manos, temblorosas, se aferraban al tejido roto, intentando recuperar un ápice de dignidad en medio del horror. Su respiración era entrecortada, un jadeo irregular que delataba el pánico que aún la recorría, y su corazón golpeaba con tanta fuerza que parecía querer escapar de su pecho. Sus piernas apenas la sostenían, debilitadas por la lucha y el terror, mientras el frío del pavimento húmedo se filtraba a través de sus rodillas magulladas.El silencio fue roto por un murmullo denso, el roce de zapatos pesados en el asfalto, un sonido que resonaba como un tambor de guerra en la quietud de la noche. Alexander Moretti emergió de las sombras con la presencia de un dios oscuro, su figura imponente recortada cont
El vehículo negro devoraba las calles de Nueva York como una bestia nocturnal, dejando atrás el bullicio de la ciudad para adentrarse en las afueras, donde las luces se volvían escasas y el asfalto cedía paso a caminos polvorientos. Bianca, acurrucada en el asiento trasero, sentía el latido de su corazón como un martillo en el pecho. Las lágrimas habían dejado surcos salados en su rostro magullado, y el sabor metálico de la sangre persistía en sus labios partidos. Intentaba procesar lo que acababa de suceder: la humillación en la sala de juntas, los golpes de Willow, la traición de Margaret e Isabella. Pero nada la aterrorizaba tanto como el hombre al volante. Cassian. El que alguna vez había sido un aliado de Aldric, un hombre de confianza en el emporio Thornhill. Ahora, su silueta imponente en el espejo retrovisor era la de un verdugo.Cassian conducía en silencio, los ojos oscuros fijos en la carretera. Sin embargo, Bianca podía sentir cómo, de tanto en tanto, su mirada se desviaba
El ambiente en la sala de juntas se había tensado hasta el límite, un silencio opresivo que parecía estrangular el aire mismo. Los accionistas, con rostros rígidos y miradas esquivas, permanecían mudos, atrapados en la incomodidad de ser testigos de un espectáculo que ninguno quería enfrentar. Margaret Thornhill no era solo la matriarca de la familia: era la madre de Aldric, una figura de autoridad absoluta cuya sola presencia podía poner en jaque fortunas enteras con un chasquido de dedos. Su aura de poder, envuelta en un traje de alta costura y un perfume floral que dominaba la sala, hacía que cualquier oposición pareciera suicida. El silencio era la única respuesta posible; nadie quería arriesgarse a estar en el lado equivocado de esa disputa, y los murmullos iniciales se apagaron como velas bajo un soplo helado.Margaret lo sabía, y su rostro, endurecido por el desprecio, destilaba una satisfacción fría. Sin perder un segundo, se levantó de su silla con un movimiento elegante pero
Bianca apretó los labios en una línea fina, sosteniendo la mirada de la matriarca sin parpadear, aunque su corazón latía con fuerza en su pecho.—Señora Thornhill, con todo respeto, Aldric me encargó dirigir esta reunión en su ausencia —replicó, su voz firme pero con un leve temblor que delataba su tensión interna.Margaret sonrió con desprecio, como quien escucha una osadía infantil, ladeando la cabeza y soltando una risa baja y desdeñosa.—¿Dirigir? ¿Tú? —escupió la palabra con veneno, gesticulando con una mano enjoyada—. Una cosa es calentarle la cama a mi hijo, y otra muy distinta es sentarte en la mesa de los Thornhill. —Su expresión se endureció, y miró alrededor para captar las reacciones de los accionistas, que murmuraban incómodos.Un murmullo incómodo se elevó entre los presentes, un coro de susurros y toses disimuladas. Bianca sintió un nudo en la garganta, el calor subiendo a sus mejillas, pero no bajó la cabeza, clavando las uñas en la palma de su mano para mantener el co
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