El eco del escándalo en el Waldorf Astoria aún ardía en el alma de Bianca Lancaster, como una herida que se negaba a sanar. Las imágenes de Cassian y Willow, expuestas para que todos las vieran, seguían destellando en su mente, junto con las miradas de lástima y los murmullos de la élite neoyorquina. Su corazón estaba hecho jirones.
Habpia pasado una semana después de aquel bochornoso encuentro por lo que Judith, con su rostro demacrado por la culpa y el deseo de salvar lo que quedaba de su familia, había organizado una cena en un salón privado. La mesa, un espectáculo de opulencia con porcelana fina y copas de cristal que atrapaban la luz titilante de las velas, era un intento desesperado de mantener las apariencias. Zachary, sentado a la cabecera, había insistido en invitar a Aldric Thornhill, el tío de Cassian, un hombre cuya presencia imponente podía asegurar la estabilidad de Lancaster Holdings en medio del caos. Pero la tensión en el aire era tan densa que parecía sofocar la lu