Capítulo 6

El Escándalo

El salón del Waldorf Astoria vibraba con el murmullo de la alta sociedad neoyorquina. Los ecos de las risas y las conversaciones se entrelazaban en una sinfonía superficial de elegancia y glamour, pero el aire se volvió denso, cargado de tensión, cuando Aldric Thornhill irrumpió en la escena. Su figura imponente, envuelta en un esmoquin negro que parecía absorber la luz de las enormes arañas de cristal, cortó el aliento de los presentes. Como si el mismo tiempo se hubiera detenido por un instante, todos los ojos se volvieron hacia él, y una inexplicable sensación de peligro flotó en el aire.

Aldric no necesitaba decir una palabra para dominar la habitación. Sus ojos grises, fríos como el hielo, recorrieron el salón con una mirada calculadora, casi despectiva, hasta detenerse en Bianca Lancaster, quien, en su vestido azul medianoche, brillaba como una estrella caída en medio de la penumbra. Un suspiro colectivo recorrió a los invitados, como si todos contuvieran el aliento, esperando algo más, algo que rompiera la calma de esa noche perfecta. Incluso Willow Maddox, en su vestido de diseñador, palideció ante la presencia magnética de Aldric, como si la luz de la sala se hubiese desvanecido al ver su figura.

—¡Qué espectáculo tan… interesante! —dijo Aldric, su voz grave resonando en el salón como un trueno lejano. La ironía que destilaban sus palabras hizo que algunos se encogieran, mientras otros intentaban esconder su incomodidad. Cada palabra suya parecía un desafío que se clavaba en el aire como una daga, y sus pasos firmes hacia el escenario eran como un eco retumbante, que desbordaba la calma que había imperado hasta ese momento. Bianca, atrapada bajo las miradas expectantes de todos, sintió un nudo en el pecho, un torrente de emociones contrarias que casi la desbordaban. Sin embargo, al ver la figura de Aldric, algo inexplicable despertó en ella: un coraje oculto, la fuerza para enfrentar la tormenta.

De pronto, las luces del salón se atenuaron, y un zumbido eléctrico recorrió la pantalla gigante que dominaba el escenario. Un escalofrío recorrió la espina de los presentes, mientras algunos fruncían el ceño, confundidos. Los murmullos crecían, pero nadie comprendía aún lo que estaba a punto de ocurrir. De repente, las imágenes comenzaron a proyectarse, una tras otra, como cuchillos que se hundían lentamente en la dignidad de Bianca.

Cassian y Willow, tomados de la mano en un parque, riendo en un café oculto, abrazados en una calle oscura de Manhattan, se mostraban en la pantalla con una intimidad y complicidad que jamás se había mostrado ante los ojos de la sociedad. Las imágenes eran comprometedores, un puñal directo al corazón de la fachada perfecta que ambos habían construido. No eran simples fotos; eran pruebas claras de una traición de la que nadie se atrevió a hablar.

Un grito ahogado escapó de los labios de Judith Lancaster, quien, sentada junto a Zachary, miraba las imágenes con la cara descompuesta, como si un peso invisible la estuviera aplastando. La expresión de Zachary se endureció como piedra, y sus ojos se clavaron en las imágenes con una furia contenida. Los murmullos estallaron en un estrépito de escándalo:

—¡Cómo es posible!

—¡Eso es una traición!

—¡Pobre Bianca!

Bianca, con el corazón latiendo desbocado en su pecho, sintió que las lágrimas amenazaban con arder en sus ojos, pero se negó a derrumbarse. No lo haría. No frente a ellos. Con una gracia que ocultaba la tormenta que hervía dentro de su pecho, subió al escenario. Cada paso que daba era como un eco resonante que desbordaba la multitud, pero su postura erguida y su mirada desafiante ocultaban el dolor que la desgarraba por dentro. El colgante de zafiro que adornaba su clavícula brilló con un destello, como un símbolo de su resistencia, de su voluntad inquebrantable ante la humillación.

Tomó el micrófono, sus manos temblorosas pero firmes. Su voz, al principio quebrada por la emoción, se hizo poderosa en el siguiente instante, cargada de un dramatismo tan palpable que el salón entero quedó en silencio absoluto, suspendido en cada palabra que salía de su boca.

—¡Todos ustedes merecen la verdad! —declaró, sus ojos esmeralda brillando con furia y tristeza. Su mirada se clavó en Cassian, quien, en su esquina, la observaba con una mezcla de culpa y desesperación, y luego se posó en Willow, cuya expresión fingida de dulzura no logró ocultar la sonrisa triunfante que se asomaba en sus ojos. Bianca apretó los dientes, su cuerpo temblando bajo la tensión del momento—. Cassian Thornhill, mi prometido desde la infancia, y Willow Maddox, la supuesta “hija perdida” de mi padre, han estado viéndose a escondidas. Mientras yo creía en un amor que nunca existió, ellos se burlaban de mí, de mi familia, de todo lo que represento.

Su voz se quebró por un segundo, como si el dolor finalmente decidiera asomarse a la superficie. Una lágrima solitaria rodó por su mejilla, pero alzó el mentón con una fuerza que parecía desafiar el mismo universo. La multitud esperaba, conteniendo la respiración, mientras ella continuaba, su voz ahora cargada de una rabia contenida que la hacía brillar con una intensidad única.

—¡No soy la víctima que esperaban! —dijo, su tono resonando como un eco de desafío en cada rincón del salón. ¡Soy Bianca Lancaster, y no permitiré que me humillen más!

El salón del Waldorf Astoria estalló en caos. El aire, cargado de una tensión insoportable, vibraba con los murmullos y gritos de incredulidad. Los invitados se giraron hacia Cassian, que permanecía inmóvil, su rostro pálido como la cera, y sus manos apretadas en puños, los nudillos blancos de la angustia que consumía su interior. Willow, a su lado, intentó hablar, pero su voz se perdió en el tumulto, ahogada por el escándalo que se desbordaba. Su rostro, antes marcado por una falsa humildad, ahora estaba pintado con el miedo, los ojos castaños que brillaban con un pánico palpable.

—¡No es lo que parece! —gritó, su voz rasgada por la desesperación, pero la multitud la ignoró, sumida en el frenético caos. Nadie la escuchó, nadie quería escucharla.

En el otro extremo del salón, Judith Lancaster se levantó tambaleándose, y, con las manos temblorosas, corrió hacia Bianca. La desesperación en su rostro era evidente, pero el dolor y el rechazo en los ojos de su hija la detuvieron.

—¡Hija mía, no te hagas esto! —sollozó, su voz quebrada por la angustia, pero Bianca la ignoró, el dolor de la traición de su madre aún fresco y ardiente en su corazón.

Bianca, con la respiración entrecortada, la miró fijamente, y su voz, rota por la angustia, salió como un grito desgarrador, tan fuerte que hizo eco en las paredes de mármol del salón.

—¡Tú lo sabías, mamá! —sus ojos brillaban con una furia contenida, y las palabras, como dagas, salían de su boca sin poder detenerlas—. ¡Sabías que me estaban arrancando todo, y aun así la defendiste! ¿Cómo pudiste?

Zachary, su rostro desencajado por la incredulidad y el miedo, intentó intervenir. Se levantó, las manos levantadas como si quisiera detener la tormenta, pero sus palabras fueron inútiles ante el poder que Bianca había desatado.

—¡Basta, Bianca! ¡Esto no resuelve nada! —exclamó, pero su voz tembló y se desvaneció en el aire. Nadie lo escuchó. Bianca ya no era la niña sumisa que alguna vez había sido.

Cassian, dando un paso hacia ella, pareció querer acercarse, su mirada llena de culpa y arrepentimiento. Pero, al ver a Bianca, se detuvo, como si su propia culpa lo hubiera paralizado.

—Bianca, yo… nunca quise hacerte daño —balbuceó, su voz titubeante, buscando una disculpa, pero Bianca lo cortó con una mirada fulminante que podría haber congelado el mismísimo infierno.

—¡No te atrevas a hablarme de amor! —su voz, cargada de un dolor tan profundo que resonó en el corazón de todos los presentes, explotó con una furia que la hizo brillar con una intensidad feroz—. ¡Me traicionaste, Cassian! ¡Y tú, Willow, te atreviste a robarme todo, pero no te llevarás mi dignidad!

En ese instante, el mundo pareció detenerse. El caos se transformó en un susurro apagado, como si todo el salón contuviera la respiración ante las palabras de Bianca. Willow no pudo más que tragar saliva, sus ojos, que antes brillaban con un orgullo injustificado, ahora reflejaban desesperación. Cassian miraba al suelo, incapaz de sostener la mirada de Bianca, mientras sus manos, que antes habían sido un símbolo de confianza, ahora temblaban de arrepentimiento.

Pero Aldric, que hasta ese momento había permanecido en las sombras, subió al escenario con una calma impresionante, como si fuera el ancla en medio de la tormenta. Su presencia, tan firme como un roble, dominó el caos. Con una mano firme pero gentil, colocó su mano en el hombro de Bianca, un gesto que la hizo estremecer, como si todo el dolor que había acumulado durante ese tiempo empezara a desmoronarse lentamente.

—Ya es suficiente —dijo, su voz baja pero autoritaria, con una firmeza que silenció de inmediato a la multitud. No hubo resistencia, no hubo murmullos. Con su gesto, Aldric había tomado el control, y todos los ojos se centraron en él. —Esta farsa termina aquí.

Bianca, sorprendida por la calidez de su toque, levantó la vista hacia él. En sus ojos grises brillaba algo más que apoyo, algo más que compasión. Había un destello de reconocimiento, de admiración, como si, por fin, estuviera viendo a la verdadera Bianca. La niña que lo había salvado años atrás bajo el apodo de "conejita", esa misma niña que había crecido y ahora estaba enfrentando el dolor de una traición inmensa.

Willow, desde el escenario, observaba la escena con los puños apretados, el aire pesado con el sabor amargo de la derrota. Su plan, que había sido construido con tanta astucia, se desmoronaba ante sus ojos, como un castillo de naipes que cae por el viento más leve.

Mientras Bianca y Aldric se alejaban del escenario, las miradas de los presentes seguían a la pareja. En sus manos, Aldric nunca abandonó la de Bianca. La multitud murmuraba, los ecos del escándalo resonaban por todo el salón. Las dinastías Lancaster y Thornhill ya no serían las mismas.

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