La penumbra del terreno baldío envolvía todo como un manto opresivo, solo rota por la luz pálida de la luna y el resplandor intermitente de un farol lejano. Bianca temblaba incontrolablemente, con el rostro bañado en lágrimas y la blusa hecha jirones apenas cubriendo su pecho. Sus manos, temblorosas, se aferraban al tejido roto, intentando recuperar un ápice de dignidad en medio del horror. Su respiración era entrecortada, un jadeo irregular que delataba el pánico que aún la recorría, y su corazón golpeaba con tanta fuerza que parecía querer escapar de su pecho. Sus piernas apenas la sostenían, debilitadas por la lucha y el terror, mientras el frío del pavimento húmedo se filtraba a través de sus rodillas magulladas.
El silencio fue roto por un murmullo denso, el roce de zapatos pesados en el asfalto, un sonido que resonaba como un tambor de guerra en la quietud de la noche. Alexander Moretti emergió de las sombras con la presencia de un dios oscuro, su figura imponente recortada cont