Bianca estaba furiosa. Cada músculo de su cuerpo ardía con rabia contenida, pero no podía hacer nada… no todavía. Su mente bullía con pensamientos de escape, de venganza, de libertad, pero las circunstancias la mantenían prisionera en un mundo que nunca pidió. La habían traído allí contra su voluntad, al corazón del imperio Moretti.
El vehículo se detuvo frente a una mansión tan imponente que parecía sacada de un sueño —o de una pesadilla. Columnas de mármol blanco se alzaban como guardianes ancestrales, las luces doradas bañaban los ventanales, y en el aire se respiraba un poder silencioso, intimidante, casi palpable. Cuando las puertas se abrieron, Bianca se sintió como una pieza desplazada en un tablero que no comprendía.
Apenas puso un pie en el mármol del vestíbulo, una veintena de empleados formó una línea perfecta a ambos lados del corredor. Todos inclinaban la cabeza con reverencia. Su llegada se anunció con un respeto casi ceremonial, como si estuvieran recibiendo a una princ