—¿Cuál es tu secreto, Bianca? —preguntó, su voz un gruñido bajo, cargado de una intensidad que hizo que el corazón de ella latiera con fuerza contra sus costillas. Sus manos se cerraron en puños a sus costados, como si luchara por mantener el control.
Sin mediar palabra, Bianca se lanzó hacia él, sus manos encontrando su rostro, sus dedos deslizándose por la línea dura de su mandíbula mientras lo besaba con una ferocidad que los sorprendió a ambos. Sus labios eran suaves pero implacables, devorándolo con un hambre que había estado conteniendo toda la noche. Aldric respondió al instante, sus manos firmes rodeando su cintura, atrayéndola con una fuerza que arrancó un gemido de su garganta. El beso se volvió salvaje, sus lenguas entrelazándose en una danza frenética, sus cuerpos presionándose el uno contra el otro, eliminando cualquier espacio entre ellos. —Bianca… —gruñó él contra su boca, su voz temblando con una mezcla de advertencia y deseo crudo. Sus manos subieron por su espalda, sus dedos encontrando la cremallera del vestido y deslizándola hacia abajo con un movimiento rápido, dejando que la tela cayera al suelo en un susurro de seda, exponiendo su piel desnuda al aire fresco de la habitación. Sus ojos recorrieron su cuerpo, deteniéndose en la curva de sus pechos, en la suavidad de su vientre, y un gruñido bajo escapó de su garganta. —No pares —jadeó ella, sus manos tirando de la camisa de Aldric, arrancando los botones con una urgencia que rayaba en la desesperación. Sus uñas se clavaron en su pecho, trazando líneas rojas sobre su piel bronceada mientras él la empujaba contra la pared, el impacto arrancándole un jadeo de sorpresa y placer. El frío del yeso contra su espalda contrastaba con el calor abrasador de su cuerpo. —No tienes idea de lo que estás desatando —murmuró Aldric, su aliento caliente contra el cuello de Bianca, sus dientes mordiendo suavemente la piel sensible, haciéndola arquearse contra él. Sus manos recorrieron su cuerpo con una posesividad que la hizo temblar, deslizándose por sus muslos, levantando una de sus piernas para envolver su cintura, abriéndola a él. Sus dedos rozaron la tela de su ropa interior, ya húmeda, y un destello de satisfacción cruzó su rostro. —Muéstramelo —desafió ella, sus ojos brillando con un deseo que no admitía dudas. Sus manos se enredaron en el cabello de Aldric, tirando con fuerza mientras lo atraía hacia ella, sus labios chocando en un beso que era más un reclamo que una caricia. Sus caderas se movieron instintivamente contra él, buscando más, exigiendo todo. Aldric no se contuvo más. Con un movimiento fluido, la levantó por completo, sus manos firmes bajo sus muslos mientras la llevaba de vuelta a la cama. La depositó sobre las sábanas con una urgencia que hizo crujir el colchón, su cuerpo cubriendo el de ella como una sombra protectora y posesiva. Arrancó su ropa interior con un movimiento rápido, el sonido de la tela rasgándose resonando en la habitación, dejando su piel expuesta, vulnerable, pero vibrando de anticipación. Bianca, inexperta pero consumida por un fuego que no podía controlar, respondió con igual intensidad, sus manos explorando el cuerpo de Aldric, sintiendo la dureza de sus músculos, la tensión que vibraba en cada fibra de su ser. —Dime si quieres parar —dijo él, su voz tensa, casi un gruñido, mientras sus dedos se deslizaban entre sus muslos, encontrando su calor húmedo y resbaladizo. Su toque era experto, provocador, sus dedos moviéndose en círculos lentos y deliberados sobre su clítoris, haciéndola jadear y arquearse contra él. —No… no pares —gimió Bianca, sus caderas moviéndose instintivamente contra su mano, su cuerpo temblando bajo la intensidad de las sensaciones. Sus uñas se clavaron en los hombros de Aldric, dejando marcas mientras él la exploraba, sus dedos deslizándose dentro de ella, primero uno, luego dos, estirándola con una precisión que la volvía loca. La habitación se llenó de sonidos crudos: los gemidos entrecortados de Bianca, los gruñidos bajos de Aldric, el roce de la piel contra la piel. Él se despojó de su ropa con una urgencia que igualaba la de ella, su cuerpo desnudo presionándose contra el de Bianca, la dureza de su deseo evidente contra su muslo. La tomó con una intensidad feroz, posicionándose entre sus piernas y entrando en ella con un movimiento lento pero implacable, arrancando un grito de sus labios, una mezcla de dolor inicial y placer abrumador. Bianca, virgen hasta ese momento, se aferró a él, sus piernas envolviéndolo mientras se entregaba a la tormenta de sensaciones, su cuerpo ajustándose a él con cada embestida. Aldric marcó un ritmo implacable, cada movimiento más profundo, más exigente, sus manos sujetando sus caderas con una fuerza que dejaba marcas rojas en su piel. Bianca se arqueaba contra él, sus uñas rasgando su espalda, su voz rompiéndose en gemidos que resonaban en la habitación. Él inclinó la cabeza, sus labios capturando un pezón, succionando con fuerza mientras sus dedos seguían trabajando entre sus muslos, intensificando cada sensación. —Eres mía —gruñó contra su piel, sus dientes rozando su clavícula, dejando un rastro de pequeñas marcas. —S-sí —jadeó ella, su cuerpo temblando mientras el placer crecía, llevándola al borde. Sus manos se aferraron a las sábanas, sus caderas moviéndose al ritmo de las suyas, cada embestida llevándola más cerca del abismo. El clímax la golpeó como una ola, su cuerpo convulsionándose bajo el de Aldric, un grito desgarrado escapando de su garganta mientras sus paredes se apretaban alrededor de él. Aldric gruñó, su rostro tenso por la concentración, sus manos apretando sus caderas mientras se hundía en ella una vez más, su propio clímax estallando con un gruñido gutural que vibró contra su piel. Tembló encima de ella, su respiración entrecortada mientras se derrumbaba, apoyando su frente contra la de ella, sus cuerpos aún entrelazados, empapados en sudor. Permanecieron allí, enredados en las sábanas, sus respiraciones jadeantes llenando el silencio. La piel de Bianca estaba enrojecida, marcada por las manos y los dientes de Aldric, su cuerpo temblando aún por las réplicas del placer. Para ella, esa noche fue la pérdida de su inocencia, pero también el descubrimiento de una pasión voraz que no sabía que poseía. Para Aldric, fue el comienzo de una obsesión que lo consumiría, un fuego que ardía más allá de lo físico, grabado en cada rincón de su alma. —Bianca —susurró, su voz áspera mientras acariciaba su mejilla, sus dedos temblando ligeramente—. No sé cómo voy a dejarte ir después de esto. Ella sonrió, sus ojos brillando con una mezcla de vulnerabilidad y poder. —Entonces no lo hagas —respondió, su voz suave pero firme, mientras se acurrucaba contra él, sabiendo que este momento había cambiado todo entre ellos, para siempre.Al día siguiente, Bianca despertó con la cabeza palpitante. Los recuerdos de la noche anterior regresaron en fragmentos, y su rostro se encendió de vergüenza. ¡Dios mío! Había hablado sin parar con Aldric, prácticamente arrojándose a él. Y no era cualquier hombre… ¡era Aldric Thornhill! El Tío de Cassian, el hombre del que había jurado mantenerse alejada.
Solo podía rezar para que él no recordara nada.
✨✨✨✨✨✨
Los días pasaron, y Willow y Cassian se mostraban como la pareja perfecta, paseando por Manhattan como si ya fueran los dueños del mundo. Bianca, por su parte, decidió que no asistiría a la fiesta de compromiso. ¿Por qué someterse a la humillación de ver a Willow en el centro del escenario que le pertenecía? No sería más que una espectadora de su propia derrota.
Pero la noche antes del evento, su teléfono sonó. Una voz desconocida le informó que había un paquete en la puerta de su apartamento. Frunciendo el ceño, Bianca abrió la puerta con cautela. En el umbral había una caja pequeña, envuelta en papel negro con un lazo plateado. No había remitente. Con el corazón acelerado, abrió el paquete.
En el momento en que vio lo que había dentro del paquete, decidió que sin duda asistiría a esta fiesta de compromiso.