Mundo ficciónIniciar sesiónEn la implacable alta sociedad neoyorquina, la vida de Eleanor Vance se desmorona tras la traición de su exnovio. Despojada de todo, la desesperación la empuja a un matrimonio por contrato con el hombre más frío y calculador que ha conocido: Tariq Al-Farsi, el frío magnate petrolero de Dubái, conocido como el "Halcón Dorado". Atormentado por sueños recurrentes de una mujer que se sacrifica por él, Tariq necesita una esposa de papel para proteger su estatus. Lo que no sabe es que su unión está escrita en una leyenda milenaria, la de la "Rosa del Desierto" y el "Halcón Dorado", dos almas gemelas condenadas a la tragedia. El acuerdo es simple y despiadado: sin sentimientos, sin intimidad. Pero el destino se ríe de sus reglas. Un juego de poder, celos y mentiras orquestado por enemigos poderosos la convierte en blanco de una conspiración. Falsamente acusada de sabotaje, Eleanor se ve obligada a huir, mientras Tariq es víctima de un atentado que le revela la cruda verdad: la mujer que creía conocer es inocente, y él está repitiendo la maldición ancestral de su familia. Consumido por el amor y la culpa, Tariq y Eleanor se enfrentan a un destino que parece ineludible. Sin embargo, la muerte de un protector y un antiguo secreto ancestral les da la clave para romper el ciclo. Juntos, se alzan para luchar contra sus enemigos, ya no como individuos, sino como una fuerza unida. Su amor, forjado en el crisol de la traición y el peligro, no es una tragedia, sino una fuerza que reescribe una leyenda. ¿Podrán dos almas destinadas a la desgracia encontrar la paz? Descubre la épica historia de un amor que desafió al destino.
Leer másDesde el piso cincuenta de un rascacielos que arañaba el cielo de Manhattan, el mundo se extendía bajo los pies de Tariq Al-Farsi como un tablero de ajedrez personal. El aire en el penthouse olía a victoria y a la tinta aún húmeda de un contrato multimillonario recién firmado.
Un pitido en el teléfono cortó la calma, tan incisivo como una daga. Era su padre, Hassan Al-Farsi. El mensaje conciso y con aires de sentencia:
— Tariq, tenemos que hablar — Hassan dijo como saludo.
— ¿Papá? Me alegra escucharte, ¿Leíste mi informe? En él te explico todos los detalles del contrato y…
— ¡Silencio! No te estoy llamando por eso, Tariq, deja de interrumpirme — Hassan Al-Farsi dijo cortante.
El joven empresario se quedó de piedra al escuchar a su padre, esperaba ablandarlo con los resultados de la negociación, pero al parecer, eso no había hecho efecto.
— No puedes seguir eludiendo tus responsabilidades, le debes respeto y obediencia a esta familia. Tu matrimonio en Dubái es inminente, ya no puedes posponerlo más. Te di el lapso que me pediste para solucionar tu estatus en EE. UU. y no pudiste resolverlo, tu tiempo ha terminado.
— Pero padre, creo que me he ganado el derecho a elegir, además, estoy muy cerca de arreglar mi situación migratoria, es solo cuestión de tiempo.
— Regresa a casa ¡te lo ordeno! ya hiciste lo que debías hacer por la empresa, ahora debes cumplir con el legado familiar.
— Padre, si pudiéramos discutirlo… — Tariq hizo un último intento.
— ¡Te he dicho que regreses! o atente a las consecuencias. El legado no espera.
Piiiiiiiiiiiii… La llamada había finalizado. Tariq apretó la mandíbula.
La amenaza de su deportación era real, una jugada sucia de sus rivales políticos y corporativos que había subestimado y le respiraba sobre la nuca desde hacía días, pero ahora la presión familiar era tan asfixiante como la arena del desierto y se le sumaba a la lista de cosas por hacer.
— ¡Necesito una solución!, ¡y la necesito ya!
Lanzó el móvil contra la pared volviéndolo pedazos ante la mirada atónita de su mejor amigo, Omar, mientras soltaba una maldición en su lengua natal.
— ¿Y ahora qué? — El otro le preguntó — ¿Volverás a casa y dejarás todo aquí por lo que has trabajado?
Tariq no respondió, cerró los puños y dejó escapar un bufido.
A kilómetros de allí, en un diminuto apartamento de Brooklyn, Eleanor Vance leía la carta de embargo sobre la mesa desvencijada. Las palabras danzaban ante sus ojos como demonios personales:
Desahucio.
Deudas impagadas.
Orden judicial.
Su vida, que alguna vez había prometido el brillo de los salones más exclusivos de la alta sociedad neoyorquina, ahora era un vertedero de facturas impagadas y promesas vacías.
Todas de Dylan. Su ex prometido. El "amor de su vida". Se había fugado con otra mujer y con todos sus ahorros, dejándola con un rastro de cheques sin fondo, deudas asfixiantes y su apellido que, aunque noble, ahora estaba manchado de vergüenza.
Eleanor había sido la víctima perfecta. Ingenua. Enamorada. Y ahora, completamente en bancarrota.
— ¡Nunca más!
Juró, prometiéndose a sí misma que no volvería a ser una víctima.
Sus ojos azules, antes llenos de ilusión, ahora brillaban con una dureza que ella misma no reconocía. Nunca más confiaría en un hombre. Nunca más creería en una promesa. Eleanor, había aprendido la lección de la manera más brutal y despiadada.
El teléfono sonó sacándola de su estupor, sonando como un disparo en medio del silencio. Era Samantha Reed, su mejor amiga y también su abogada, con una voz que presagiaba tanto un rayo de esperanza como una complicación monumental.
— Eleanor, ¿estás ahí? ¡Por Dios, responde! —. La voz de Samantha fue urgente.
Eleanor arrastró el teléfono hasta su oído.
— Aquí estoy, Sam. Viviendo el sueño americano de la miseria.
— ¡Déjate de bromas negras, Eleanor! Tengo algo para ti. Es descabellado… sí. Absolutamente demente. Pero podría ser tu única salida. ¿Me escuchas?
— Ujum… te escucho.
— Tu hermano Isaac me ha puesto al tanto de tu situación con las deudas que te dejó Dylan.
— ¿Dijiste salida? ¿Acaso hay alguna salida que no implique vender mis ór*ga*nos en el mercado negro? —Eleanor se rio con amargura.
— ¡Si la hay! Es mejor que eso, y menos doloroso. ¡Te he conseguido un matrimonio por contrato! Bueno, más bien por dinero, en tu caso. ¿A qué ha sido una idea genial? —La propuesta flotó en el aire, fría y calculada.
Eleanor se atragantó con la palabra "matrimonio". Le sabía a ceniza en la boca y en su mente se formó la imagen de Dylan parado en el altar. La boda que nunca fue y su último fracaso personal.
— ¿Matrimonio? ¿Estás loca, Samantha? ¡La última vez que pensé en casarme, casi me cuesta la vida! ¡Y perdí mi dignidad en el intento!
— Escúchame. Esto es distinto. No hay amor. No hay promesas rotas. Es solo un acuerdo. El hombre es un caballero muy rico y muy desesperado, que necesita regularizar su estatus migratorio en tiempo récord. —La voz de Samantha era pura y fría lógica.
— Lo conoces. Tariq Al-Farsi.
El nombre resonó en la mente de Eleanor como un eco distante de las revistas de sociedad. Era un magnate árabe. Frío como el hielo. Con una reputación impecable. Casi intocable.
— Tariq Al-Farsi… ¿y por qué yo, Sam? Soy la mujer más endeudada de Nueva York. Además, ¿qué esa gente no se casa con mujeres de su mismo país?
— ¡Por tu apellido, Eleanor Vance! Que todavía tiene peso en ciertos círculos, gracias a tu padre. Y porque tienes la apariencia adecuada. ¡Eres linda! Además, es una formalidad, un negocio puro y duro. Él te paga, tú le das la nacionalidad. Ganar-ganar. Nos reunimos en la Met Gala esta noche. Es tu única oportunidad de no perderlo todo.
Cuando Eleanor colgó, su mente era un torbellino. ¿Un matrimonio de mentira? Su vida era una burla cruel.
Horas después, en el fulgor de la Met Gala, el evento más esperado del año, la élite de Nueva York brillaba en el inmenso salón de baile del Metropolitan Museum of Art.
La mirada impaciente de Tariq escaneó el torbellino de lujo y ambición, buscando la solución a su dilema migratorio y a la amenaza de Hassan.
Samantha Reed le había prometido la candidata ideal, y Tariq no toleraba retrasos. Fue entonces cuando la vio.
Eleanor Vance, entraba al salón del brazo de Samantha, luciendo un vestido azul medianoche, que carecía del brillo ostentoso y de las lentejuelas que deslumbraban a su alrededor.
Una corriente eléctrica, y una sacudida helada y familiar, recorrieron la espalda de Tariq al verla. Era extraño, pero muy real, como si una premonición de pronto se presentara ante él.
El hombre sacudió la cabeza para poner en orden sus pensamientos.
Su mente, calculadora por excelencia, luchaba por encontrar una explicación racional a la punzada de reconocimiento que lo golpeaba con la fuerza de una ola.
Sus ojos verdes, normalmente imperturbables, se clavaron en Eleanor con una intensidad que casi lo quema.
Samantha guio a Eleanor entre la multitud, con un murmullo de chismes y reconocimiento acompañándolas.
— ¿Es ella? — Alguien murmuró a su lado cuando la vio pasar.
— Sí, es ella. Me dijeron que el novio la dejó plantada. Los rumores dicen que se fugó con otra mujer y que se llevó su dinero, la pobre esta arruinada…
— ¡Oh, por Dios!... —así fueron y vinieron los comentarios.
— Mira, ahí está — Samantha le susurró sin darle importancia a los cuchicheos —Tariq Al-Farsi. El del fondo, con el traje negro. Parece que ya te vio.
Eleanor, sintiendo una mirada fija, casi tangible en su nuca, levantó la vista lentamente. Sus ojos azules, se encontraron con los penetrantes ojos de jade de Tariq, al otro lado del opulento salón.
Una chispa, como una corriente eléctrica, cruzó entre ellos, tan inesperada como perturbadora.
Él era la encarnación perfecta de la elegancia y el poder. Un depredador en un traje de miles de dólares, exótico y peligroso.
Y sus ojos la atraían y la repelían a la vez, y una parte de ella, herida y escéptica, gritaba peligro.
Samantha, percibiendo la tensión, apretó el brazo de Eleanor.
— Eleanor, por favor, compórtate. Es tu única oportunidad. Sonríe, aunque te duela el alma.
Pero Eleanor no podía sonreír. Sus labios apenas se movían. Su mirada seguía atrapada en la de Tariq.
«¿Quién es este hombre y por qué su mirada me perturba tanto? Es como si él fuera la clave de todos mis déjà vus. ¿Por qué no logro recordar?» pensó.
Estaban en Central Park, en el mismo jardín donde habían pronunciado sus votos, la misma luz filtrándose entre los árboles de hoja perenne que había visto nacer su leyenda, pero el tiempo no perdona a nadie, ni siquiera a los reyes.Tariq Al-Farsi, el Halcón Dorado, estaba sentado en un banco, su cabello, ahora un elegante plata en las sienes, reflejaba la dignidad de décadas bien vividas, la mano que una vez empuñó el poder absoluto estaba firme, pero ahora era más suave.Eleanor, la Rosa del Desierto, se sentaba a su lado, la elegancia de su rostro era intemporal, marcada por líneas finas que solo contaban historias de batallas ganadas. Llevaba el medallón que su abuela le había dado, pulido por los años, ya no como un ancla, sino como un talismán de victoria.Sus manos se encontraron como un acto de lealtad sin fisuras.— Cinco minutos más, Halcón — susurró Eleanor con su voz clara y baja.— Cinco minutos son cien años, Rosa, ¿Quién lleva la cuenta cuando el futuro ya nos pertenece
El sol de media tarde se rompía sobre las dunas de Amagansett, tiñendo de oro la mansión de cristal y madera, cinco años. Este era un respiro merecido y defendido con garras y dientes.Tariq Al-Farsi, el Halcón Dorado, hacía ya un tiempo que no vestía el traje blindado de la guerra, ahora llevaba lino blanco, la tensión que solía llevar sobre sus hombros se había relajado, ahora era una cicatriz permanente.Estaba en la terraza, observando, siempre observando, su mundo se había reducido a esta parcela de tierra y a la seguridad de dos pequeñas vidas, además de su esposa.Layla, de cuatro años, era una miniatura de Eleanor, aunque tenía en el pelo oscuro y liso como él, pero sus ojos eran de un azul tan profundo que parecían contener la memoria del Mediterráneo. Su belleza era precoz, había heredado la elegancia y apariencia etérea de su madre, y era como una flecha silenciosa. La podía ver desde allí, jugaba con una pala junto a las dunas.Omar Kamil, de tres, era todo Tariq, un torbe
La suite del Plaza Hotel olía a sándalo, a ese perfume que Eleanor había aprendido a asociar con el peligro y la promesa. Tariq estaba de espaldas observando Central Park, este era el escenario de la inminente culminación del ciclo más doloroso y traumático de la leyenda, y el inicio de una nueva vida al lado de la mujer que siempre debió estar a su lado, desde el principio.El elegante hombre iba vestido con un smoking de Tom Ford que le daba el aire del príncipe que fue en otra vida. La guerra había terminado, y aunque sentía la necesidad de estar en alerta por si algo nuevo se presentaba para querer arrebatarle su felicidad, ese día se sentía como una victoria.— ¿Estás listo para esta rendición, Halcón? — preguntó Eleanor, con su voz baja y cargada de amor y felicidad. Se acercó a él, con la seda de su bata rozando su piel.Tariq se giró, el conflicto que una vez dominó sus ojos verdes ahora era solo un fuego lleno de promesas de afecto y pasión, esa tensión entre ellos siempre se
El cielo de Nueva York, visto desde un ático de lujo en Tribeca podía ser emocionante, Isaac estaba de pie junto a Samantha con un vaso de whisky en la mano, para un brindis, tenían tanto que celebrar, estaban de nuevo en su ciudad y la guerra había terminado.Samantha, su socia, su enfermera improvisada y ahora, su todo, no dejaba de sonreír. Las cicatrices de Isaac, físicas y emocionales, estaban sanando, pero la lealtad de Samantha había sido su antídoto final.— Eleanor está en el Empire State — dijo Isaac, observando el punto de luz que dominaba el horizonte — Me envió un mensaje hace una hora.Samantha se acercó y apoyó la cabeza en su hombro, el peso justo de una certeza.— Me alegro de que hayan sobrevivido a todas las dificultades, parecía que el universo se inclinaba contra ellos.— El universo solo estaba esperando que el Halcón y la Rosa recordaran quiénes eran — replicó Isaac, girándose para verla — Nosotros hicimos el trabajo sucio, y ellos se aseguraron el trono.Sacó u
Cuarenta y ocho horas después, la sede de Al-Farsi era un hormiguero de periodistas, el anuncio no era solo de sucesión, sino de revolución.Tariq y Eleanor subieron al estrado, hombro con hombro, parecían dos fuerzas opuestas que por fin habían hallado su punto de equilibrio, él, el Halcón afilado, ella, la Rosa inquebrantable.Tariq tomó la palabra primero, su voz resonó con una autoridad que nunca había tenido, y se centró en el negocio.— La era de la opacidad ha terminado, Al-Farsi Petroleum implementará la política de cero tolerancia a la corrupción. Nuestra visión no será solo la simple ganancia, será la sostenibilidad y la transparencia total. Nuestros registros serán públicos y auditados, quien no comparta este código de ética será expulsado, sin importar su apellido.El mensaje fue claro y cortante como una guillotina corporativa, Tariq había aprendido de sus enemigos que la única manera de matar la sombra era con la luz del escrutinio, mientras el daba su discurso, los repo
El despacho del Jeque Hassan había sido por mucho tiempo el centro gravitacional del poder en Oriente Medio.La tensión entre Tariq y Eleanor estaba a punto de romperse, la frase del Patriarca, « se trata del destino, hijos míos, » resonó en el silencio, aniquilando cualquier alegría residual de su victoria corporativa, ¿Y ahora que iría a decirles?Hassan no se movió, pero sus ojos penetrantes, ahora claros y sin el velo de la enfermedad, se centraron en Eleanor, no con una mirada de reproche, sino de escrutinio absoluto.— La ambición de un Al-Farsi debe ser contenida — empezó — Si se desboca, destruye familias y naciones, eso es lo que ha hecho nuestra sangre por mucho tiempo, Tariq. Y lo que Omar, con su sacrificio, intentó prevenir.Eleanor sintió un escalofrío, el patriarca citaba el mismo pasaje que Omar había susurrado alguna vez.— Ustedes han visto el infierno, y han vuelto, han luchado por el poder, pero más importante, han luchado por la verdad. La sangre corrompida, como
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