La brisa de la mañana en Central Park era un soplo de libertad.
Eleanor, con el cabello al viento, sentía que cada paso que daba junto a Omar la alejaba un poco de las paredes del penthouse.
Se había puesto unos jeans, una camiseta blanca y una chaqueta de cuero. La mujer invisible de la noche anterior había desaparecido.
La vida que llevaba con Tariq era tan opuesta a este momento de paz que se sintió como si su realidad estuviera muy lejos ahora.
Omar caminaba a su lado, su presencia era una calma silenciosa. Habían hablado de todo menos de sus vidas.
De arte, de música. La conexión entre ellos era tan real que Eleanor se preguntó si no estaba soñando.
— Este lugar es diferente — Eleanor miró los árboles. — Siento que puedo respirar. — Omar sonrió. Sus ojos se encontraron con los de ella.
— Aquí las historias son más simples. Menos complicadas. — Él estuvo de acuerdo.
— Menos contratos. — Eleanor susurró, casi para sí misma. Omar la miró fijamente.
— Contratos… — No preguntó. Solo la observó.
— La vida — Eleanor dijo, esquivando el comentario. — A veces te atrapa en lugares que no esperabas.
— A veces. — Omar asintió. — Pero siempre hay una salida. O un nuevo camino. — Caminaron un poco más. Un silencio cómodo.
— ¿Tú crees en el destino, Omar? — Eleanor preguntó de repente. Omar se detuvo. La miró a los ojos intensamente.
— Más que en las coincidencias, sí. Creo que ciertas almas están destinadas a encontrarse.
Eleanor sintió un escalofrío. Sus déjà vus. Esos sueños extraños que a veces parecían recuerdos, como si recordara hechos y situaciones reales, pero ella estaba segura que no las había vivido.
Se llevó la mano a su medallón. La abuela de Eleanor, lo llevó siempre consigo y ella, en sus últimos días, se lo entregó a una joven Eleanor, y entonces le pareció estarla escuchado.
— Este medallón — le dijo con ojos penetrantes, — te mostrará el camino. No lo entiendas, siéntelo. Te conectará con una fuerza que está más allá de ti, y te guiará hacia tu verdadero destino. Siempre lleva el medallón contigo, es tu ancla.
Eleanor no había entendido las palabras de su abuela. Y, ahora ya era demasiado tarde para pedirle que se las aclarara.
Pensó en Jamila. Desde que había llegado al penthouse solía hablarle de halcones y rosas, de destinos… Al parecer ella no era la única que tenía un tornillo suelto en esa casa.
— Yo también — Eleanor dijo. Su voz era apenas audible. Se había quedado pensando en su abuela por unos segundos.
— A veces, lo siento. Como si ya hubiera vivido esto. — Omar sonrió. Una sonrisa triste, pero llena de comprensión.
— Entonces, quizás, no somos tan diferentes como parece. — De repente, Omar se detuvo. Miró a Eleanor, sus ojos amables se volvieron serios.
— Eleanor, ¿puedo confiar en ti? — dijo en voz baja.
Ella asintió, su corazón latía con fuerza.
— ¿Por qué me preguntas eso?
—Porque a veces, los sueños son más reales que la vida. Y tengo un sueño recurrente, un sueño que me atormenta. — Eleanor sintió un escalofrío.
— Cuéntame.
— Sueño con una mujer con un ramo de rosas en las manos, de esas rosas del desierto, ¿Sabes? Ella es frágil y hermosa, y está en peligro. En mi sueño, siento que debo protegerla a toda costa. El sueño me ha perseguido desde que era un niño. — Omar se quedó en silencio unos segundos.
Ella apretó con fuerza el medallón y lo miró con atención.
— Es por eso que me dedico a la filantropía. Creo que es la única forma de que pueda dar rienda suelta a esta necesidad que tengo de ayudar a los demás.
Eleanor sintió que el mundo se detenía. Era una sensación, como si las palabras de Omar le recordaran las historias de su abuela.
Su medallón se sintió tibio en su pecho.
Jamila le había contado una breve historia, algo sobre una leyenda, la "Rosa del Desierto"…
Las palabras de Omar eran parecidas al cuento de Jamila. Seguro eran fábulas propias del folklore de su país.
Mientras tanto, una pesada quietud se cernía sobre la oficina de Al-Farsi Petroleum.
El aire, denso con el aroma a cuero y poder, vibraba con una tensión que no era producida por los negocios.
Tariq, con los puños cerrados, no podía quitarse de la cabeza la escena de la noche anterior. Eleanor, riendo con Omar, una complicidad tan natural que le revolvía el estómago.
— ¿Qué sabes de Omar Haddad? — preguntó con voz cortante.
Amir, su consejero de toda la vida, se recostó en su silla de cuero, la familiaridad de su gesto en marcado contraste con la frialdad de su mirada.
— Es un filántropo — respondió con una sonrisa que no llegó a sus ojos, para luego proseguir.
— Pero también es un tiburón. Un hombre de negocios astuto que usa su fundación para sus intereses personales. Se sabe que tiene conexiones directas con el Senador Caldwell.
Y, después aclaró, por si Tariq no había comprendido bien lo que él le estaba queriendo decir.
— Nadie consigue lo que Haddad tiene sin ensuciarse las manos. Es un hombre peligroso, Tariq. Crees que es tu amigo, pero no lo conoces tan bien como piensas.
La última frase de Amir fue un dardo directo al corazón de Tariq.
Él y Omar se conocían desde siempre, pero ahora, la sombra de la duda se cernía sobre esa amistad.
En los últimos años, Omar se había vuelto un hombre muy poderoso, cosechando éxito tras éxito.
Tariq muchas veces lo había felicitado por lo bien que lo estaba haciendo en los negocios, pero no se había detenido a pensar como había escalado tan rápido y tan eficientemente, derribando cualquier obstáculo con facilidad.
Ahora lo entendía, seguro se debía a lo que Amir le estaba contando. Era gracias a Caldwell que había crecido tan vertiginosamente.
El Senador era un manipulador y un corrupto, no le importaba chantajear y dañar con tal de conseguir que sus peones hicieran lo que él quería. Era más que evidente que Omar había caído en su red.
Amir se inclinó hacia adelante, su voz bajando a un susurro lleno de ponzoña.
— Y ahora, has permitido que se acerque a tu esposa. A tu tesoro. — Tariq se levantó de su asiento. Su estómago se contrajo. El sonido de la silla raspando el suelo.
— No me digas que mi esposa es un tesoro. Es un contrato, lo sabes bien. — Habló con disgusto. — Y, ¿Qué me estás queriendo decir?
— No te estoy diciendo nada, Tariq. Solo te estoy advirtiendo — Amir se puso de pie, su expresión grave y seria.
— Hay rumores de que la fundación de Omar Haddad es una fachada para una red de corrupción, un juego de poder que va más allá de lo que podemos ver. Dicen que el Senador Caldwell es el cerebro, y que Omar es solo el rostro que todos ven. No quiero que tu nombre se ensucie por culpa de un corrupto. Tienes que actuar.
Le recomendó su consejero con mucha seriedad.
Tariq se dejó caer de nuevo en su silla, se llevó la mano a la barba con preocupación, la confusión ardiendo en sus ojos.
— ¿Y por qué me dices esto hasta ahora? ¿Por qué no lo habías dicho antes? ¿Qué pretendes, Amir? — Amir no parpadeó.
— He esperado el momento adecuado para decírtelo. Un hombre no puede ver los peligros que se le ciernen encima cuando está ciego por la amistad y el cariño forjados en el tiempo. Pero tú eres fuerte y las sensiblerías nunca te han afectado. Pero ahora, si algo te hace vulnerable a su poder, es tu esposa. Eleanor es un riesgo por causa del contrato que hay entre ustedes.
Amir no espero para añadir sal a la herida.
— Y, tengo entendido que ellos se han vuelto amigos.
Las palabras de su consejero golpearon a Tariq con fuerza, sembrando la duda en su mente.
Eran una advertencia, pero también se sentían como una amenaza velada, una sutil presión para que hiciera algo que Amir deseaba.
Sin embargo, Tariq estaba demasiado sumido en sus propios problemas como para percibirlo.
Una oleada de tristeza y preocupación lo invadió.
No sabía si creer lo que Amir le estaba contando. ¿Podía confiar en Amir? Y, más importante, ¿podía confiar en Omar? Su vida se estaba llenando de intrigas y engaños para los que no estaba preparado.
Las amenazas de Caldwell en la gala resurgieron en su memoria, la sensación de ser vulnerable y estar expuesto lo tenían en estado de alerta.
Alguien había hablado. ¿Pero quién había sido? El rostro de Tariq se endureció, la zozobra dando paso a la determinación.
— No te preocupes. Sé lo que tengo que hacer —dijo, con una seguridad que apenas sentía. —No permitiré que mi nombre ni el de mi esposa se ensucien por culpa de un oportunista. Y no me dejaré chantajear por un político corrupto. — Esperaba que esas palabras que estaba pronunciando fueran ciertas.
Amir asintió con una sonrisa de satisfacción apenas perceptible. No necesitaba decir nada más. La semilla de la desconfianza ya había sido plantada en el fértil y preocupado terreno de la mente de Tariq.