El peso de las palabras de Amir se arrastró con Tariq durante todo el día.
Cada risa, cada mirada cómplice entre Eleanor y Omar en su mente se transformaba en una traición potencial, un hilo más en la red que, según Amir, se estaba tejiendo a sus espaldas.
A pesar de su lógica y su escepticismo, la advertencia de su consejero resonaba en su cabeza como un eco persistente.
— No quiero que tu nombre se ensucie por culpa de un corrupto. Tienes que actuar. — Esas habían sido sus palabras exactas.
La noche trajo consigo un descanso inquieto, y la oscuridad de la habitación no hizo más que intensificar sus miedos más profundos, manifestándose en un sueño tan vívido que difuminó la línea entre la realidad y la pesadilla.
Esa noche, el sueño de Tariq fue un torbellino de emociones.
Vio a Eleanor, corriendo por un desierto. Un halcón dorado, volaba sobre ella, tratando de protegerla, pero una figura oscura y retorcida, con el rostro de Omar, manipulaba los hilos del destino, tejiendo una red de engaños para atraparla.
La mujer tropezaba y caía. El halcón dorado no podía hacer nada para protegerla, se sentía incapaz.
— ¡Tariq! — Su voz, un susurro roto por el viento.
— ¡Ayúdame! ¡No dejes que me atrape! — El halcón dorado se abalanzó, pero un muro invisible lo detuvo. Sus garras rasgaron el aire.
— ¡No puedo! — El halcón, sintió desesperación. — ¡No puedo alcanzarte!
— ¡No me dejes morir! — La mujer extendió una mano. Sus ojos, fijos en los suyos. Terror puro en ellos.
— ¡Sálvame! — Omar rio. Una risa fría, sin sonido. Siguió tejiendo. Los hilos del destino se apretaban.
Tariq se despertó agitado, sudoroso, con el corazón latiendo con fuerza. La sensación de pérdida que sentía era abrumadora.
El miedo a que la profecía fuera cierta se había intensificado. La idea de que Eleanor pudiera morir por su causa lo aterrorizaba.
El sueño fue tan real que Tariq no pudo volver a dormir. Se vistió y se dirigió a su oficina.
El pánico a la pérdida se había apoderado de él, y su lógica, su mente calculadora, estaba en guerra con su corazón.
Conocía la leyenda, su padre Hassan se la había contado cientos de veces como un cuento para niños antes de dormir.
Pero Tariq ya no era un niño, era un hombre adulto, la lógica le decía que nada de aquello podía ser cierto.
En su cultura, había muchas leyendas, de almas gemelas, de amor eterno, de reencarnaciones…
— Son solo cuentos y tradiciones populares. — Susurró para sí mismo.
Su familia procedía de un linaje muy antiguo y poderoso.
Era natural que algún ancestro se hubiera inventado una historia para que su familia pareciera más poderosa de lo que ya era, y mística, por si alguien en algún momento pretendía desafiarlos.
Su padre siempre le decía:
— Tariq no puedes perder a la "Rosa del Desierto".
Y, le hacía prometer:
— Tienes que protegerla a toda costa.
Las palabras de Amir y la vívida pesadilla se mezclaban en su mente, de repente, el mensaje de su padre adquirió un nuevo significado.
La profecía, la leyenda, la desconfianza... todo apuntaba en la misma dirección.
Su mente corría a mil por hora, analizando todo lo que Amir le había dicho, cada gesto de Omar. Las palabras del Senador. El comportamiento de Eleanor.
Ya no estaba seguro de en quién podía confiar.
Su cerebro agotado y preocupado había mesclado todas sus ansiedades, proporcionando el escenario perfecto para sus peores pesadillas.
Pero de algo estaba seguro, fueran sueños proféticos o solo producto de su imaginación, él no podía permitirse perder.
Minutos más tarde, sentado en su escritorio, pensó en lo que había sucedido más temprano ese día.
La confrontación con Eleanor fue un choque de titanes. Un duelo de voluntades. Él la esperaba en la sala de estar, de pie, con la espalda rígida, y una cara de hielo, como era habitual.
Eleanor, al verlo, sintió un escalofrío. La furia contenida de su marido podía palparse.
— Tengo algo que decirte — dijo él con voz cortante.
— ¿Qué pasa, Tariq?
— No quiero que veas más a Omar.
— ¿Vas a continuar con eso? Me ha invitado a trabajar con él, y pienso aceptar.
Tariq la interrumpió, dando un paso al frente.
— Que te quede claro que no me molestan los filántropos o las fundaciones. De hecho me parece una labor muy loable. Lo que me molesta es que te acerques a un hombre que tiene un historial de corrupción.
— ¿De qué estás hablando? — preguntó ella, confundida.
— De su fundación. Hay rumores de que es una fachada para una red de corrupción.
— Eso es imposible. Omar es un hombre bueno.
— Te recuerdo que el contrato te prohíbe asociarte con personas que puedan afectar la reputación de mi familia. — Él continuó hablando como si no la hubiera escuchado.
— No me digas que no sabías nada de esa cláusula. Ya has tenido tiempo suficiente para leer el contrato que firmaste. No seas tan ingenua. Ya perdiste todo una vez, por ser tan confiada. O se te olvida ese ex novio tuyo por el que quedaste en la pobreza.
La mención de su ex novio, pronunciado con ese desprecio la golpeó. Un dolor agudo le atravesó el pecho. Eleanor se sintió herida. Bastante que había sufrido por culpa de Dylan.
— No soy la misma persona que era entonces — susurró, la voz quebrándose.
La mirada de Tariq la hizo sentir como si fuera una criminal.
— ¡No soy ingenua, Tariq! — Gritó. — Yo tengo derecho a decidir con quién me asocio. Y si no te gusta, puedes cancelar el contrato. No me interesa ser tu esposa si tengo que vivir bajo tu sombra.
Tariq la miró con una frialdad que la hizo temblar.
— No puedes rescindir el contrato. El mismo contrato te lo prohíbe. Y si lo haces, perderás todo lo que te he dado. No te olvides, Eleanor que yo te salvé de la bancarrota. No te atrevas a arriesgarlo todo. — La amenazó.
— Si cancelas el contrato, le diré a la gente que fuiste una estafadora y una traidora. Y tu hermano, Isaac, será el mayor de los afectados.
El rostro de Eleanor se llenó de impotencia. La amenaza de Tariq la hizo sentir que era un peón más en su juego.
« ¡Canalla! », ella escupió para sus adentros llena de rabia.
La formalidad de su "matrimonio" se había desvanecido. La frialdad de Tariq y su determinación se hicieron palpables.
— No te atrevas a amenazar a mi hermano, Tariq. Sabes que él no tiene nada que ver con esto. Me doy cuenta de que eres un hombre tan calculador que no te importa nada. Solo te importan tus negocios. Tus ganancias. Y tu orgullo. Es todo lo que te importa.
El silencio en el penthouse se volvió más denso, cargado de una tensión que estaba a punto de explotar.