La tensión en el salón era un pulso invisible. Tariq, en una esquina, se forzaba a sonreír mientras el Senador Caldwell, con una sonrisa peligrosa, hablaba de "futuras colaboraciones" y "lealtades necesarias".
— Tariq, como te venía diciendo, debes trabajar conmigo. Juntos derribaremos cualquier obstáculo… seremos invencibles…
Tariq apenas lo escuchaba. Sus ojos, fijos en Eleanor y Omar Haddad, ignoraban las palabras del político. A la distancia, observaba una escena que no le agradaba.
Su conversación con el Senador Caldwell, un hombre poderoso y también peligroso, se desvaneció. No podía concentrarse.
No era la primera vez que la veía hablando con un hombre, pero esta vez era diferente. Omar no era su socio o un competidor. Omar era su amigo, y lo conocía bien. Su amigo solía agradarles a las mujeres más de la cuenta.
— Omar ya para, con cuantas mujeres has salido en los últimos meses… — recordó una antigua conversación.
— No exageres, solo es la tercera. Ya sabes que tengo un gran corazón, y mucho amor para repartir. — Había respondido en broma.
— Cuando lo expresas de esa manera se oye mal. Pero que puedo hacer. Tiffany salía conmigo por mi dinero y me di cuenta muy tarde. Ya le había regalado diamantes. — Suspiró con resignación.
— Yo lo vi venir desde el principio, cuando comenzó a pedirte regalos costosos. Luego te pidió que la llevaras de vacaciones a Montecarlo.
Tenía una larga lista de conquistas, no era un pica flor, pero las mujeres eran su debilidad.
Tenía un buen corazón y era un protector nato.
Había sido víctima de engaño por la mayoría de sus parejas anteriores. Y las que no, no eran lo que su familia esperaba de “una buena esposa”.
— Amigo, no me harás dejar de creer en el amor, yo seguiré intentándolo hasta que encuentre a la mujer de mis sueños. — Aquello le había producido escalofríos a Tariq, como una extraña sensación premonitoria. Se había sacudido con fuerza para espantarla.
Así que, conociendo bien a su amigo, y sabiendo de su zalamería con las mujeres hermosas se puso en movimiento.
La forma en que Omar miraba a su esposa. La forma en que Eleanor sonreía, era diferente. Era genuina.
No había un contrato entre ellos. Solo una conexión cruda y real que Tariq no podía comprender.
La punzada de celos que sintió lo tomó por sorpresa. Era un sentimiento agudo, corrosivo, que lo confundía. No era solo posesión, ella era su "esposa". Y, había algo más profundo, era la sensación de pérdida que lo atormentaba en sus sueños.
El miedo se apoderó de él, un pánico que no comprendía le helaba la sangre. Su rostro endurecido era una máscara de piedra.
— Disculpe, Senador. Nos vemos más tarde. — Dijo con una voz fría que no admitía réplica, y dejándolo plantado se apartó.
Tariq se acercó a ellos, la tensión era visible en su rostro. Su voz era tan fría como un iceberg.
— Perdón por la interrupción. Tengo que llevar a mi esposa a casa.
Omar Haddad giró la cabeza, y su rostro se endureció.
— No te preocupes, Tariq. Solo quería invitar a Eleanor a que nos visitara en la fundación. Su altruismo es evidente — dijo con una sonrisa forzada.
— No es necesario. Mi esposa tiene una agenda muy apretada, y no puede perder el tiempo con tus proyectos.
— Pero, Tariq — dijo Eleanor, — creo que sería una gran idea. Podría ayudar a la gente que lo necesita, y a la vez, podríamos hacer algo bueno por la comunidad.
— No — dijo Tariq, con una voz que no admitía réplica.
— No lo harás. Te recuerdo que tienes un contrato que cumplir, y una de las cláusulas de tu contrato no te permite trabajar sin mi permiso. Ahora, vámonos. Tenemos negocios que tratar con el Senador Caldwell.
El rostro de Eleanor se llenó de dolor.
La formalidad de su "matrimonio" se había desvanecido, dejando al descubierto el verdadero carácter de su esposo, era un controlador.
¿Por qué Tariq no la dejaba en paz? ¿Qué había detrás de su obsesión por controlarla? Ella bien sabía que debía guardar las apariencias, había dado su palabra y necesitaba el dinero.
Tenía claro que su matrimonio por contrato era eso, un negocio que debía cumplir.
Pero al parecer Tariq no estaba seguro que ella pudiera seguir al pie de la letra con su parte del trato, si tenía que estar vigilándola todo el tiempo.
Esto era una pesadilla de convivencia.
Y, ¿Esa extraña conexión con Omar Haddad? No sabía cómo explicarla pero se sentía bien, le agradaba y no dejaría de verlo, así tuviera que pasar por encima de Tariq.
La mirada de Omar se endureció, desafiando a su amigo. La guerra entre los dos hombres había comenzado, y el premio era la atención de Eleanor.
Una mano se posó en el hombro de la joven. Fría. Dura. Tariq.
— No me hagas repetirlo, mi esposa tiene una agenda muy apretada. — Omar retiró su mirada de Eleanor. La tensión más densa.
— Tariq… — Omar sonrió intentando calmar los ánimos del otro hombre, pero sus ojos estaban cautelosos. — Solo hablábamos. Su entusiasmo por el arte me conmovió.
Tariq no sonrió. Sus ojos, oscuros, se clavaron en Eleanor. No había ira. Solo una inquietud profunda que ella no comprendía. Un miedo latente a perderla. Una mezcla extraña de posesión y premonición.
— Mi esposa prefiere el anonimato. Ella no participara en fundaciones ajenas — Tariq dijo. Cada palabra, una orden. — No es una figura pública.
Eleanor se sintió humillada, pequeña otra vez. Su voz, atrapada en su garganta.
No era una persona. Era una cosa. Como si no tuviera voz. Como si fuera una propiedad.
— Tariq, yo... — intentó decir.
— Nos vamos — Tariq interrumpió de nuevo, su voz apenas un susurro que no admitía contrariedad. Tiró de Eleanor, sutilmente, pero con firmeza, alejándola de Omar.
— Tu esposa no es un objeto, Tariq — dijo Omar en un tono bajo, pero con una furia contenida. — Ella es una persona. Y tiene derecho a decidir por sí misma. No puedes controlarla.
— Te equivocas — respondió Tariq, con una sonrisa fría. — Ella es mi esposa. Yo sé lo que es mejor para ella.
Eleanor, sintiendo que la situación se salía de control, se disculpó y se alejó.
Su corazón latía con fuerza. La sensación de humillación era abrumadora. Se dirigió al tocador. Por el camino se encontró con el Senador Caldwell.
— Señora Al-Farsi — dijo con una sonrisa fría. — Su esposo tiene muchos enemigos. Y el mayor de ellos es su propio miedo. Tenga cuidado. A veces, la persona que crees que te protege es la misma que te destruye.
Eleanor se sintió confundida. El senador se alejó con una sonrisa en el rostro. Sus palabras la dejaron inquieta. La idea de que Tariq pudiera ser una amenaza la aterrorizaba.