El cielo de Nueva York, visto desde un ático de lujo en Tribeca podía ser emocionante, Isaac estaba de pie junto a Samantha con un vaso de whisky en la mano, para un brindis, tenían tanto que celebrar, estaban de nuevo en su ciudad y la guerra había terminado.
Samantha, su socia, su enfermera improvisada y ahora, su todo, no dejaba de sonreír. Las cicatrices de Isaac, físicas y emocionales, estaban sanando, pero la lealtad de Samantha había sido su antídoto final.
— Eleanor está en el Empire State — dijo Isaac, observando el punto de luz que dominaba el horizonte — Me envió un mensaje hace una hora.
Samantha se acercó y apoyó la cabeza en su hombro, el peso justo de una certeza.
— Me alegro de que hayan sobrevivido a todas las dificultades, parecía que el universo se inclinaba contra ellos.
— El universo solo estaba esperando que el Halcón y la Rosa recordaran quiénes eran — replicó Isaac, girándose para verla — Nosotros hicimos el trabajo sucio, y ellos se aseguraron el trono.
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