El silencio en la oficina legal de Samantha era tan cortante como el cristal de la mesa de reuniones.
La tensión amplificaba el nerviosismo de Eleanor y la impaciente frialdad de Tariq.
Ella estaba sentada, con las manos entrelazadas con fuerza bajo la mesa, y sus ojos fijos en él.
Tariq, al otro lado, era una estatua de mármol costoso, con su traje cortado a medida, postura impecable, y su expresión, una máscara de indiferencia calculada.
Samantha, abogada y amiga de la “novia”, alternaba la mirada entre ambos, intentando tender puentes en un abismo.
— Señorita Vance —comenzó Tariq, su voz grave, con un ligero acento que le daba un tono exótico y autoritario.
— Samantha me ha expuesto su situación. Entiendo que está... desesperada. —La palabra, pronunciada con una calma hiriente, perforó a Eleanor como una aguja helada, y la humillación la hizo enrojecer.
— Y usted, señor Al-Farsi —replicó Eleanor, con voz temblorosa, pero con una chispa de fuego en ella. — Entiendo que está... acorralado. —Le devolvió la mirada con una ferocidad que lo tomó por sorpresa.
Un músculo se tensó en la mandíbula de Tariq.
Samantha intervino, suavizando el ambiente.
— Bien, una vez establecidos los puntos de partida en la propuesta… El señor Al-Farsi, ha expuesto sus términos.
Tariq asintió con un movimiento casi imperceptible de cabeza. Deslizó un documento encuadernado en cuero sobre la mesa. Su mirada de jade, se fijó en Eleanor, sin concesiones.
— Mis condiciones son claras. Un matrimonio por un año. A cambio de sus servicios como mi esposa. Usted recibirá dos millones de dólares. Suficiente para saldar sus deudas y reiniciar su vida. —Su tono era el de un inversionista explicando el rendimiento de una acción.
No había un ápice de emoción, solo la frialdad de un trato.
Eleanor sintió un escalofrío de repulsión.
Dos millones de dólares. Era una fortuna. Su billete de salida de la miseria. Pero las palabras de Tariq, "sus servicios como mi esposa", resonaron en su cabeza como una pros*titu*ción legalizada.
Algo amargo le subió por la garganta. Era el precio de su dignidad.
Levantó el documento. Los términos eran humillantes, una broma cruel a los sueños que una vez tuvo de un matrimonio por amor. Su corazón se encogió.
Mientras sus ojos recorrían la letra pequeña del contrato, una oleada de déjà vu la golpeó con una fuerza abrumadora haciéndola dejar caer el documento de nuevo sobre la mesa.
Su respiración era agitada.
Miró a Tariq, y sus ojos ahora llenos de una extraña mezcla de pánico y determinación asintieron con lentitud.
— Esto es una condena… — murmuró para sí misma. La palabra le sabía a un destino sellado.
— ¿Algún problema, señorita Vance? — la voz de Tariq la sacó de su trance. Había una impaciencia apenas velada en su tono.
—Sí. Un gran problema — espetó Eleanor, recuperando la compostura a duras penas. Se inclinó hacia adelante, desafiándolo con la mirada. — Usted quiere una esposa de papel para solucionar sus problemas migratorios y evitar un matrimonio arreglado.
— En efecto — El hombre soltó como si fuera obvio.
— Bien. Yo quiero mi libertad financiera. Pero esto es un negocio, ¿verdad? — Ella no dejaba de mover las manos de forma nerviosa y a Tariq le pareció que tal vez ella no era la mujer adecuada para el trato.
El hombre levantó una mano para cortarla en seco mirando a la abogada.
— Creo que esto no fue una buena idea, señorita Reed… — él dijo y a Eleanor, de pronto, se le enfrió el estómago de golpe.
«¡Carajo! ¿Qué coños fue lo que dije? ». Ella se reprendió mentalmente «Este tipo se está arrepintiendo. ¿Y ahora de donde voy a sacar el dinero para pagar lo que debo? ¡No puedo dejarlo ir!»
Samantha la vio de reojo atravesándola con la mirada.
—No creo que la señorita Vance cumpla con mis estándares. — Dejó salir con desprecio.
—Pero, ¿Qué? — Eleanor no podía creérselo — ¿Cuáles estándares?
— Será mejor que dejemos esto hasta aquí.
— Señor Al-Farsi no comprendo su cambio de actitud, creí que todo estaba claro y que usted estaba a gusto con el trato…
— No es el trato, señorita Reed, es la persona con la que lo estoy haciendo. — Clavando su mirada gélida y cortante sobre Eleanor que continuaba sudando a chorros de los nervios.
— ¡Pero que descarado!
— ¿Ve lo que le digo? — él apuntó como prueba de lo que trataba de decir.
— ¡Es usted quien me soborna para obtener un beneficio! ¿Y yo soy la del problema? — Ella escupió indignada y sintiéndose insultada.
— Será mejor que me vaya — Se levantó de la silla y caminó hasta la puerta.
— ¡Espere! — La voz de la rubia rebotó contra los muros haciendo que el magante se detuviera — ¿Qué es lo que le molesta de mí? A ver, ¡Dígame!
Tariq se giró para mirarla mejor, y mientras más la observaba, más se convencía de que esa no era la razón de su rechazo, era al contrario.
La chica era hermosa y educada, estaba desesperada, sí, pero había algo en ella que le quitaba la tranquilidad, como si un presentimiento le avisara que tenía que alejarse mientras pudiera.
— ¿Y bien? — La mirada azul de Eleanor volvió a enfrentarlo.
El hombre inspiró hondo y apretó los puños. Nadie le hablaba así al Halcón Dorado, nadie lo retaba y salía ileso.
Él alejó las supersticiones tontas de su cabeza y se dijo que le enseñaría a quien estaba retando.
— A ver, ¿Cuáles son sus demandas? — Regresando a su asiento.
Ambas mujeres volvieron a respirar.
— Pues le diré mis condiciones, y quiero que sepa que son absolutamente innegociables.
Samantha la miró con una ceja arqueada, con una mezcla de sorpresa y aprobación.
Tariq la observó, su máscara de indiferencia se agrietó apenas.
— ¿Y cuáles serían esas condiciones? — Su tono era un desafío.
— Primero, no contacto físico — dijo Eleanor, cada palabra con la fuerza de un ancla — Ni una caricia, ni un beso. Ni siquiera la mano. Seremos compañeros de piso. Socios. Nada más. Segundo, no sentimientos. Esto es una transacción, no un romance de telenovela. Mis sueños de amor ya murieron, y no pienso resucitarlos por un contrato. Y tercero, no intimidad.
Tariq se rasco la barba.
— Solo apariencias. No dormiremos en la misma habitación, no compartiremos una vida marital real. Es un contrato. Nada más. Punto. Si alguna de estas condiciones se rompe, el contrato se anula y usted me pagará el doble, como indemnización. — Casi escupió.
Tariq la miró, sorprendido. Su mirada recorrió el rostro de Eleanor, buscando alguna señal de debilidad, pero solo encontró una resolución de acero, endurecida por el dolor.
Era la primera vez que alguien lo desafiaba con tanta convicción.
Él se había acostumbrado a que las mujeres cayeran a sus pies, deslumbradas por su poder. Ella, con su dignidad herida, lo miraba como a un obstáculo a superar.
— Entiendo — dijo Tariq finalmente, su voz apenas un susurro que no reveló nada. Asintió, una expresión ilegible cruzando sus facciones perfectas. — Que se añadan esas cláusulas al contrato, Samantha.
El proceso de añadir las nuevas cláusulas fue rápido, profesional. El nuevo contrato se imprimió.
Eleanor lo leyó una última vez, buscando trampas, desconfiada hasta la médula.
Su futuro, su libertad, se reducían a esa pila de papel.
— ¿Lista, Eleanor? — preguntó Samantha, con una calidez que contrastaba con la fría atmósfera.
Eleanor asintió, con su garganta apretada. Tomó el bolígrafo, su mano temblando, no de miedo, sino por el peso de lo que estaba a punto de hacer.
Con un suspiro entrecortado firmó su nombre: Eleanor Vance.
Tariq firmó después, su caligrafía era elegante y firme, sin la menor vacilación.
Él parecía distante, casi indiferente, como si acabara de firmar una factura de electricidad.
— Contrato sellado — anunció Samantha, con una nota de alivio en su voz. Se puso de pie, tendiendo la mano a Tariq.
Tariq se levantó también, con una gracia felina, y recogió su copia del contrato. Su mirada, de nuevo, se detuvo en Eleanor. No había compasión, ni triunfo, solo una calculada evaluación.
— Nos casaremos mañana — dijo, su voz sin inflexiones, pero con la seguridad de quien no admite réplicas.
— Una ceremonia civil, rápida. Necesitamos los documentos lo antes posible para acelerar el proceso migratorio. Samantha se encargará de los detalles. — Su mirada se endureció ligeramente. — Y deberá mudarse a mi penthouse mañana en la noche.
— Claro, yo me encargo — La abogada aseguró.
— La discreción es clave. Cualquier indicio de que esto no es un matrimonio real, anulará todo — él advirtió.
Eleanor lo miró con incredulidad. ¿Mañana? ¿Moverse a su jaula dorada casi de inmediato? Era una avalancha que la arrastraba sin poder oponer resistencia.
El miedo, tan real como las deudas que la ahogaban, la golpeó con una fuerza aterradora.